Suponte que empezaste a hacer botellón a los 14 o 15 años —la edad de inicio de consumo de alcohol, según el Ministerio de Sanidad, se sitúa en 14 años (en hombres y mujeres), además, el 71% de jóvenes de 14 a 18 años consumió en el último año—. Suponte que lo que en principio era algo para socializar o desinhibirte, o para empoderarte, acaba apoderándose de ti. Suponte que han pasado 37 años de aquellas noches en el parque con los colegas, de aquellos primeros ciegos, de aquellos morreos con pestazo a cubata, y que andando el tiempo ya no eres capaz de mantenerte sobrio ni un solo día.
Imagina que vives al lado de tu puesto de trabajo y que, aunque te levantes dos horas antes, llegas tarde. E imagina que lo primero que haces cuando te levantas es vaciar una botella y tomarte cinco chupitos de anís, o de alcohol de 96 grados rebajado con agua para bajar el subidón de un pasonazo con cocaína. Olvidé decirte que debías suponer que, en demasiados casos, el listón de la sustancia psicoactiva más consumida en España — según la OMS, el consumo per cápita de alcohol en nuestro país es una media de 10 litros de alcohol puro por persona al año en mayores de 15 años— te empuja a superarlo con nuevas sustancias estupefacientes. Una adicción que te destroza física y mentalmente, que te arruina, que aleja a los que quieres porque no paras de hacerles sufrir. Una enfermedad crónica y progresiva, el alcoholismo, que te hace sufrir, que te hace sufrir tanto que, a lo mejor, ya estás muerto.
Esta historia está basada en hechos reales. Es la historia de Joaquín, que a sus 52 años tiene el recuerdo nítido de los botellones en el parque de La Unión, en su Jerez natal, y de cómo, cuando se apagaron las luces de la fiesta, sus colegas se habían marchado y él seguía y seguía bebiendo, “pegándole a todo”. Se formó, soñó con un buen trabajo, con fundar una familia, pero cuando despertaba a la mañana siguiente el monstruo de las drogas seguía allí. Una historia real de un enfermo real que lucha, recaída tras recaída, por detener esa espiral tóxica a la que le lleva el alcohol y otras sustancias. “La primera copa es la que me mata. Me declaro impotente ante el alcohol, no puedo luchar contra él”, confiesa.
Este junio cumple 12 años conociendo las confraternidades de, primero, Narcóticos Anónimos y, de manera más estable, Alcohólicos Anónimos. En la comunidad internacional de ayuda contra la adicción al alcoholismo, fundada “por dos borrachos” estadounidenses en 1935 y que está presente en 185 países del mundo con más de 150.000 grupos —en la provincia de Cádiz hay 23 de ellos—, ha encontrado en sus archiconocidos Doce Pasos la forma de volver a tomar las riendas de su vida en sobriedad. “Tengo una recaída muy reciente, en octubre del año pasado, pero la obsesión y la compulsión no pueden gobernar mi vida”, cuenta ante uno de los grupos de AA en Jerez.
Mi nombre es (...) y soy alcohólico
Nos han invitado a una reunión abierta. En una sala muy modesta, con un frigorífico, una mesa central repleta de folletos y literatura de AA, con diferentes mensajes positivos colgados de las paredes, con unas viandas para compartir entre algún refresco o café, se sientan unos cuantos hombres y una mujer. Todos se presentan como alcohólicos. Como Joaquín, todos tienen nombres y un pasado tenebroso. Poco a poco, van abriéndose a relatar su experiencia personal. Cómo cavaban un hoyo casi sin descanso y cómo un buen día, por lo que fuera que les hizo ver la luz al final del boquete, dejaron de cavar. También está otro hombre en la reunión, marido de una mujer adicta al alcohol. Un hombre que relata cómo sufren los acompañantes.
— Mi nombre es Carlos y soy alcohólico...
— (Todo el grupo) Hola, Carlos
— Alcohólicos Anónimos es una comunidad de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otras personas a recuperarse del alcoholismo. El único requisito para ser miembro de Alcohólicos Anónimos es querer dejar la bebida.
“Soy un borracho más que ha dejado de beber, no soy terapeuta, pero en esta comunidad nos une el mismo problema: el alcohol. El dolor que nos producía el efecto del alcohol; al principio, bebíamos pensando en pasarlo bien o en escapar, pero luego la caída era mucho peor. Bebíamos para evitar la realidad de la vida, no por vicio, no le llamamos así, sino por defectos de carácter. Esto es como volver a aprender a vivir, una reeducación, y llegas a conclusiones sobre ti mismo, dejas de autoengañarte”, cuenta Carlos, el servidor de confianza —aquí no hay cargos, ni líderes— de este grupo.
Este señor de 75 años entró en la comunidad hace casi dos décadas y ejerce como acompañante —padrino— de muchos de los que llegan buscando salida a su laberino etílico. “Entré con 55 años porque vi que mi vida no tenía solución por culpa de los gin tónics. Me quedé dormido en la carretera y no me maté porque Dios no quiso. Acudí al famoso doctor don José Ibáñez y fue él quien me recomendó que me acercara aquí. Fue un milagro: desde el 12 de marzo de 2003 no he vuelto a beber. Y he superado dos cánceres. Creo que la experiencia de lo mal que lo han pasado otros compañeros con las recaídas nos ayudan mucho. Hay muchos que vuelven tras recaer, pero muchos otros no vuelven más... luego lo mismo nos enteramos por alguien que han muerto”.
Después de explicar que AA “es libre, no necesitas darte de alta, nadie te tiene que presentar, no necesitas pagar, no es obligatorio venir…”, reconoce que lo primero que hay que hacer para acercarse a uno de estos grupos es dejar de mentirse compulsivamente a uno mismo. “Nos mentimos a nosotros mismos sabiendo que estamos enfermos. Si tienes una gripe te metes en la cama, pero esta es, creo, la única enfermedad que se niega, nadie ve que tenga este problema”, apunta un hombre que se confiesa “un enamorado del grupo. Ahora soy más creyente que antes, pero muchas veces la respuesta que espero de arriba —por la fe religiosa— la recibo aquí en el grupo, de boca de un compañero”.
"Esto sirve"
Como él, Pepe es otro de los veteranos: también tiene 75 años y lleva 34 en sobriedad. ¿Cuándo vio que tocó fondo? “Salía de mi casa, iba por el camino para el taller, donde trabajaba con máquinas peligrosas, y estaba obsesionado con el alcohol hasta el punto de que la sociedad empezaba a rechazarme. Pero Pepe —habla en tercera persona, como si se refiriese a un fantasma que se fue— solo pensaba en el alcohol. Ya cuando entraba en el bar me tenía que tomar cuatro o cinco copas de coñac. Y a partir de ahí, era todo el día bebiendo”. Por sí mismo vio una fisura en todo aquello para tratar de escapar. “Llegué a unas alturas que mi vida se había vuelto ingobernable, hice sufrir mucho a mi madre, a mi señora y, gracias a esta tabla de salvación, me agarré y pude salvar los muebles. Nunca he recaído, pero siempre estando en contacto con AA porque es lo que me ha dado la felicidad y la de mi familia. Pude cambiar de actitud”.
A veces no es tan sencillo como tener la voluntad de cambiar de actitud. Tener trabajo, familia o formación no te salva de caer en las garras del alcohol. Agustín tiene 56 años y, ya retirado por un tribunal médico, estuvo 24 años trabajando para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Es la primera vez que lo cuenta y, aunque se le ponen "los pelos de punta", dice sentirse liberado. Lleva años sorteando obstáculos hasta mantenerse en sobriedad. La negación y el temor a las recaídas podían inclinar la balanza en cualquier momento, pero una de las primeras cosas que aprendió en AA es a desterrar los prejuicios. Hasta de sí mismo.
"Yo tenía estudios y pensaba que aquí no iba a aprender nada. Craso error. Yo era una mierda pinchada en un palo. Aquí he aprendido muchísimo y, por encima de todo, a tener la botella tapada —hace el gesto con sus manos—. Me han enseñado a ser persona. Venimos buscando un poder superior —ajeno a la religión— porque no tenemos poder suficiente; creemos en el grupo porque solos no podemos y estamos sufriendo. Para mí es un milagro haber encontrado esta sobriedad emocional”, expone un hombre que, entre el grupo y salir a caminar, ha encontrado el equilibrio que le aleja de la bebida.
"Aquí están las herramientas, si las quieres, cógelas. Si no las quieres, sigue bebiendo y sigue sufriendo. Yo al menos sufría mucho cuando bebía. Y hacía sufrir. Pero vienes aquí, te dicen que es una enfermedad, y te dan herramientas para que lo hagas por ti, porque si tú estás bien contigo mismo está bien tu entorno. No puedes hacerlo por nadie, sino por ti. Yo ahora soy muy feliz, mi vida es más completa y, aunque soy humano y todo me afecta, como tengo esta enfermedad no me puedo permitir ciertos lujos como la ira. Compartimos esperanza y fortaleza. Esto sirve. Hay muchas otras soluciones para el alcoholismo, pero esto sirve. Aquí te escuchan, en los bares te pegan una patada o te ponen la siguiente”.
Enfermas por el alcohol: "Me llevé 13 años limpia, en sobriedad, pero tuve un batacazo"
En España existen tres millones de alcohólicos. Es un titular del periódico El País de 1977. A día de hoy, esa estimación se mantiene invariable en los censos oficiales. AA proporciona esa cifra. Sin embargo, deben ser muchos más. Ya a finales de los 70 del siglo pasado en España se hablaba de cómo jóvenes y mujeres se iban incorporando con cada vez mayor velocidad a esta estadística que conforman, a menudo, rostros invisibles, totalmente anónimos. Enfermos que no se diagnostican, que no reconocen esta enfermedad. Mariló sí sabe que es alcohólica y no quiere decir cuánto lleva realmente en sobriedad por si eso le hace caer en una falsa confianza de que ya todo el trabajo esté hecho. Sería volver a engañarse. "Esto es para toda la vida", insiste.
Ella, una ama de casa como tantas de su generación, llegó a AA un 24 de octubre de 2005: "Me llevé 13 años limpia, en sobriedad, pero tuve un batacazo. Recaí. Pero aquí estoy, he tenido mis altos y mis bajos, buscando excusas... yo lo que quería era beber porque a mí me gusta. No estamos aquí porque nos hemos comido un paquete de pipas, sino porque nos ha gustado el alcohol". Hasta hace unos años, en cambio, su vida era buscar vino diariamente, aguardar a que abriera una bodega y poder comprar, y luego, esconder botellas por todas partes de su casa.
Recuerda cómo uno de sus hijos las encontraba allá donde las ocultara: secadora, armarios, lavadora... "Mi casa era un caos, yo bebía en casa, y pronto mi familia se dio cuenta de que estaba pasando algo. Me cambiaba el carácter, me volvía una persona agresiva, contestona, todo me caía mal... yo estaba sufriendo y hacía sufrir. Me acostaba y hacía examen de conciencia, pero a la mañana siguiente estaba otra vez igual". En cambio, he descubierto que este —por la comunidad de AA— es mi camino y estoy encantada de la vida".
Una recaída a los 65 años
En otro extremo de la sala habla otra persona. Las experiencias se van entremezclando y, entre ellas, emergen nuevos testimonios. "Yo soy Jacobo, soy alcohólico. Lo que nos une a todos es esta enfermedad. Pero aparte, también nos une muchas veces que venimos de situaciones límite: has estado preso, has matado o herido a alguien con un coche, te ha dejado tu mujer... En mi caso, mi mujer estaba ya desquiciada conmigo, no podía más, y yo reconocí al fin que tenía problemas con el alcohol. Una asistenta social me pidió que viniera para ver si había solución y de eso han pasado ya 24 años".
Hostelero durante 50 años, él no es de los que tenía que ir a buscar el alcohol, lo tenía cada día delante de sus narices. "Desgraciadamente, he tenido dos recaídas. Ahora vengo de una desde enero pasado hasta el 17 de marzo y todo empezó por una cerveza sin alcohol tostada. La tomé dos días y al final otra vez caí. Me aparté del grupo, me olvidé del programa y perdí esta medicina. Ahora tengo 65 años, me he prejubilado y reconozco que este camino es una maravilla, es una suerte conocerlo y saber que aquí está mi solución".
Un hombre que pudo escapar a los 27 años y el marido de una alcohólica
Jesús tiene 47 años y dejó de beber a los 27. Madrileño afincado en Jerez, "toqué un fondo tremendo, había perdido la dignidad total, no valía para nada. Recuerdo que el último fin de semana que bebí estaba en un poblado chabolista de Madrid, fumando cocaína en base, como los yonquis, y ya no había por dónde agarrarme, bebiendo desde los 13 años, porros, a los 16 cocaína... pero mi problema principal era el alcohol, en cuanto bebía ya pillaba todo lo que pudiera haber de adicciones: droga, juego... todos los palos. Arruinado, mis hermanas sin hablarme, mi padre recorriéndose hospitales y comisarías... toqué fondo y pedí ayuda. No me he guardado ningún as en la manga, no quiero beber". Hasta hoy. 20 años después.
Cuando comparten sus experiencias, Jacobo ya ha comenzado a servir refrescos y unas tapitas de chorizo y chicharrones para los miembros del grupo. La alegría al compartir disimula las muescas del pasado alcohólico. El hecho de que todos se sientan enfermos y comprendidos, sin nadie al otro lado que les juzgue, les da fortaleza y seguridad. Posan tras el cristal para la foto. No se ven en la foto, pero sonríen fuerte. Los barrotes ante el cristal esmerilado dejan ver que una vez estuvieron presos de su adicción. Los barrotes de esa cadena perpetua recuerdan que el alcohol sigue estando ahí, pero ahora son capaces de mantenerlo alejado. Con las riendas de sus vidas bien agarradas.
El último testimonio en este rosario de fechas exactas y episodios turbulentos asociados al alcohol lo ofrece José Antonio, autorizado para hablar en nombre de su mujer, que no ha podido acudir a la cita por haber dado positivo en covid. Su mujer era adicta al alcohol. Ahora se mantiene en sobriedad. Agradece a la comunidad que "estemos viviendo otra luna de miel tras 54 años casados". "El sufridor en casa, el que está fuera de la adicción, se siente responsable de lo que ocurre. Si es un infierno para los enfermos, para el sufridor en casa, infierno y medio... sufres muchísimo, tienes un gran choque con todo porque no controlas la situación y te encuentras totalmente aislado", narra.
Y explica que, sin embargo, "el grupo ha sido un asidero fundamental para salir de esto. Llegó por ella misma, por casualidad, ya que incluso había pasado por psiquiatras, y a partir de ese momento eso fue la bendición del cielo. Esto —advierte— no es una varita mágica, que te toca, llegas y te quitas, porque hablamos de una enfermedad, pero la realidad es que al salvarla a ella, a mí también me han salvado. Sin ellos no sería nada, mi vida ha cambiado totalmente. Antes sufríamos muchísimo".
Si necesita ayuda, puede contactar con Alcohólicos Anónimos en el 606 210 001 o en alcoholicos-anonimos.org
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