Lo más antiguo de la Catedral de Jerez, un templo que nació como colegiata en 1695 y que no fue elevado a Catedral hasta casi 300 años después (1980), está en su exterior. Manuel Moreno, 39 años, uno de los dos sacristanes que, entre otras muchas cosas, asisten a los sacerdotes en las misas y revisan cada día los recovecos de esta feliz mezcla de estilos artísticos que es el conjunto catedralicio jerezano (salpicado por lo mudéjar, gótico, barroco y neoclásico), abre la puerta estrecha que da pie a una subida de 92 escalones (115 si se repecha la última escalera de caracol).
Estamos en el primer cuerpo de la torre-campanario, un monumento de piedra exento a la Catedral aledaña. La zona más antigua de un conjunto monumental que ha celebrado 90 años en este 2021 desde su declaración nacional como Bien de Interés Cultural. Lo único que se conserva de la antigua mezquita mayor es un cuerpo mudéjar del siglo XV sin alusiones musulmanas. Debió de ser el viejo minarete.
El segundo tramo, un cuerpo triple de los siglos XVI al XVIII, es barroco y si se llega hasta arriba del todo se dejan abajo sus ocho campanas —cuatro fijas, cuatro de volteo; limpiadas hace solo unos años— y una matraca única en España —solo suena en Viernes Santo, cuando la liturgia prohibe el tañido de campanas; la pieza original, curiosamente, está expuesta en el patio de naranjos de la Catedral—. De corona de la torre, hay una media cúpula esférica con azulejos con los colores del Pendón de Jerez, esa reliquia que desapareció de la faz de la tierra cuando pasó a ser custodiada por el Ayuntamiento.
Junto a la torre-campanario, o mejor dicho, desde lo más alto de la torre-campanario, se ve el movimiento en el interior de la casa del abad, aledaña a la espigada construcción y donde hace ya unos años que empezaron a removerse tierras para rescatar las huellas del antiguo gran templo del Jerez islámico y recuperar un inmueble de gran valor patrimonial cuyo futuro uso aún no está del todo definido por el Obispado.
Desde lo más alto, tras superar las retorcidas escaleras de la torre —felizmente rehabilitada para su apertura al público hace ahora tres años—, la vista del municipio es privilegiada. No solo se aprecian las cúpulas y techos de la monumental colección de obras de arte en piedra que alberga el Jerez medieval, también se palpa la gloria bodeguera de otra época en los conjuntos industriales de González Byass y Domecq o el clásico perfilado de las torres de la antigua fábrica de botellas. Se ve el frondoso jardín del convento del Espíritu Santo, se aprecia un cartelito de se vende en el palacio de los Condes de Puerto Hermoso —hasta hace no mucho Comisaría de Policía—, y hasta se divisa un pedazo de la bola navideña que decora la recuperada plaza Belén, avanzadilla desde nuevo intramuros por venir.
Da cierto vértigo sacar el móvil para tomar un vídeo en el que se oiga el repique de campanas por el Ángelus, mientras se hace un barrido panorámico de 360 grados por las postales desde el cielo que regala la torre-campanario. Manuel, que coloca con mimo el repostero —una enorme banderola colgante desde casi lo más alto de la torre— con el escudo episcopal del nuevo obispo de la Diócesis de Asidonia-Jerez, José Rico Pavés, asegura que él también siente el vértigo cada día, aunque tras cinco años de trabajo como sacristán “ya voy acostumbrándome”.
Campanadas con siglos de historia
Hay ocho campanas y la matraca en la torre-campanario de la Catedral de Jerez, de las que cuatro son fijas y cuatro de volteo. Las más antiguas, de epigrafía gótica, son la del reloj, posiblemente de 1510, y a la que llaman la Gorda, de 1566 y con dos toneladas y media de peso (de ahí su apodo). Hay una de 1682, del fabricante Matías Solano y otra de Joaquín Herrera, del siglo XVIII. Una de volteo es de 1752. Y en la segunda planta están las de volteo de autor anónimo, de 1928, y otras de José Marcos Rosas de 1885. Cada una de ellas tiene su firma y un nombre de un santo.
Desde arriba se ven abajo grupos de turistas arremolinados en el reducto catedralicio. Luego subirán a lo más alto a hacerse fotos. También se observa el baldeo que brinda un camión de la limpieza viaria que perfila el perímetro del primer templo jerezano. Hasta hace poco, había hasta coches aparcados junto a los muros del templo. Eso afortunadamente cambió, “aunque tuvo que ser por la apertura del hotel de una cercana bodega”. “Jerez es muy conocida por los vinos, los caballos, el flamenco… pero su patrimonio monumental es increíble y muy desconocido, oculto quizás por tantos otros atractivos”, comenta Vicente Soler, el otro sacristán, con 49 años, casi una década trabajando en las naves de la Catedral. Aun así, matiza, “vienen muchas visitas, ahora en el puente de diciembre fue una locura”.
De vuelta a la tierra, ya en el interior de la Catedral, los sacristanes recorren las naves mostrando los tesoros del templo. El crucificado que lo preside, procedente de La Cartuja, así como el apostolado, es obra del escultor flamenco José de Arce. La Virgen Niña Dormida, de Francisco de Zurbarán, óleo datado entre 1630 y 1635, una de las Vírgenes Niñas que pintó —una de ellas está en el Metropolitan de Nueva York— y el que de unos años a esta parte se ha convertido en gran icono e imán turístico del Museo de la Catedral. Las esculturas en mármol del desaparecido baldaquino de la Catedral, los cuadros restaurados del pintor jerezano Juan Rodríguez, conocido como El Tahonero, en la Sala Capitular, el Cristo de la Viga (finales del siglo XV), también muy conocida por ser la talla más antigua que procesiona en la Semana Santa de Jerez, joyas de orfebrería, imaginería… y al fondo un patio de naranjos.
Un patio austero, con una fuente sin agua coronada por El Salvador, una talla de mármol que decoraba el baldaquino y que evoca al nombre de esta llamada Catedral de Nuestro Señor San Salvador. En este patio se observa otra gran curiosidad de la Catedral de Jerez, aparte de su torre exenta. "Nuestra Catedral está inconclusa por ese lateral (el sacristán señala hacia la calle Aire); es de planta cuadrada pero al fondo por este lado es achaflanada. Aquí iban proyectadas dos torres, pero problemas de cimentación y para adquirir esa zona en la calle aledaña, nos dejaron la Catedral con la torre exenta, que al final es algo muy característico de Jerez".
En el mismo patio también se puede ver el pararayos original que sobresalía en la torre, y también la matraca original del campanario. Un antiguo carro del Corpus, algunas piedras del viejo coro de la Catedral amontonadas y deseando ser reutilizadas, y el antiguo reloj de la torre-campanario. Sin manecillas, casi sin números, con una esfera desdibujada y comida por la humedad, esperando otro año nuevo a pocos días de la Nochevieja. "A la gente le gusta mucho este reloj, parece de Regreso al futuro", dice sonriente Manuel, antes de posar junto a Vicente para la foto. "¿Nos quitamos la mascarilla? ¿Sí, no...? Somos núcleo burbuja".
Comentarios