Abuelas con sus nietos, madres con sus hijos, enamorados. Sus brazos, cruzados, reposan en una mesa con varios tableros de madera. Concentrados, tratan de hacer jaque mate desde un local de la asociación de vecinos Fuerte San Lorenzo del Barrio de Puntales, en Cádiz. Allí unas 52 personas procedentes de toda la provincia mueven peones y torres desde un club pionero en España que nació el 11 de abril de 2018.
Han pasado cuatro años desde que Antonio Joaquín Quintero, junto a otros apasionados de este deporte, fundaran Ajedrez Alfil Invidente, la primera asociación dedicada a personas con diferentes discapacidades que disfrutan con este ejercicio. “Aquí no solo hay invidentes o deficientes visuales”, destaca el presidente, de 55 años, onubense afincado en la capital gaditana. Frente a los tableros se divisan niños y adultos, con gafas, sin ellas o sordos.
En este club “inclusivo”, que surgió de una conversación entre amigos, lo importante es la destreza mental, esa que se convierte en la mejor aliada para derribar al contrario. Antonio deseaba fomentar el ajedrez, deporte al que lleva enganchado desde los 12 años, cuando perdió la visibilidad en su ojo izquierdo y el derecho quedó perjudicado.
“Lo conocí a través de un albañil que estaba en una obra detrás de la casa de mi abuela, en Valverde del Camino. Él me regaló por mi cumpleaños un tablero y en la hora del almuerzo me enseñó”, recuerda el onubense que, desde entonces no se ha separado de los caballos y los alfiles.
“Para mí fue una salvación. A esa edad me dijeron que me podía quedar ciego y el ajedrez me ayudó mucho”, comenta. Antonio mantiene su mirada clavada en el tablero, pero solo distingue una figura cuadrada en la que no aprecia detalles. Solo ve un 7% con su ojo derecho, que, cada vez pierde más visión. “Veo borroso, estoy seguro de que llegará el día en el que no vea prácticamente nada, pero no pasa nada, la vida sigue”, dice con una sonrisa.
Su pasión es el ajedrez y no hay barreras que le impidan practicarlo. Tras quince años como oficial de primera de mantenimiento en el hotel Rey Juan Carlos I de Barcelona y, otros cinco en el Palacio de Congresos, su vista empeoró hasta que, finalmente, se jubiló. Ahora, se dedica en cuerpo y alma al club desde donde, además de compartir su afición con otros compañeros, imparte clases desde cero a las familias.
El 7 de octubre de 2021 inició la escuela, que compagina con talleres a distintas asociaciones y colectivos sociales —como las personas con alzheimer— con el objetivo de transmitirles los múltiples beneficios del ajedrez. Entre ellos, ejercita ambos hemisferios cerebrales, mejora la creatividad y potencia la memoria.
“Es mi entretenimiento definitivo”, comenta Antonio que busca patrocinadores para poder seguir jugando y aprendiendo. “Solicitamos subvenciones para intentar mantener los materiales”, dice desde la sede.
Entre unas ayudas y las cuotas de los socios —bonos mensuales por 12 euros al año— sacan adelante este rincón ajedrecista en el que no todos los tableros son iguales. Damián, gaditano de 9 años, mueve la torre a una casilla negra mientras Antonio desvela los trucos para que dos personas invidentes o deficientes visuales puedan participar en las partidas.
En la mesa se divisa un tablero adaptado en el que todas las casillas negras presentan un montículo y las figuras negras, una especie de chincheta. “Todas las piezas tienen un bastoncito debajo para que se queden encajadas en el tablero y no se caigan. En uno normal, si quiero moverlas, las tiro”, detalla el presidente.
En mitad de la sala uno de los jugadores dice en voz alta: “Alfil Gustavo 3”. No es un código secreto, Joaquín Hernández, chiclanero de 60 años, acaba de comunicar el lugar donde ha colocado el alfil. Para identificar con mayor facilidad la posición, utiliza nombre propios que une a números, como en ‘el juego de los barquitos’, L5, F3. “Ana, Bella, Cesar, David, Eva, Félix, Gustavo y Héctor”, dice mientras sus dedos pasan por encima de cada una.
Joaquín, ciego de nacimiento, estudió en un centro de la ONCE, donde, a veces, jugaba al ajedrez. “Cuando era niño no le echaba mucha cuenta, pero una vez jubilado, me ha llamado la atención”, reconoce el chiclanero, al que le gusta analizar cada partida para detectar los errores que ha cometido y, así, mejorar.
“Me llena mucho, te da mucha satisfacción ver que cada día te vas superando más”, dice mientras levanta un peón. Su mente está en marcha. Movimiento cognitivo que le permite seguir el juego y desarrollar estrategias. “Todo el trabajo que se hace es mental, intentamos crear un plan para conseguir el jaque mate, es una lucha en el tablero de forma mental”, concreta Joaquín.
"Nuestras manos son nuestra vista"
En ocasiones, las partidas duran cinco minutos y, en otras, se alargan hasta 40 o 90. Momentos de tensión que los ajedrecistas disfrutan tratando de desentrañar la mejor fórmula para ganar. “Nuestras manos son nuestra vista”, expresa Antonio deslizando sus palmas por todas las figuras del tablero. Para ellos, el tacto es la principal herramienta, con una de ellas cogen la pieza y, con la otra, buscan la casilla donde quieren colocarla.
Según explica el presidente, “toda esa información se va almacenando en el cerebro, pero cuando se nos olvida algo, podemos tocar de nuevo todo para ver dónde están”. La clave es “el cálculo mental”, esas jugadas que pululan en sus cabezas al mismo tiempo que sus adversarios cantan su último movimiento.
"El ajedrez es como la vida real"
“El ajedrez es como la vida real, hay que tomar decisiones”, dice Antonio, rodeado de compañeros que, no solo se reúnen para pasarlo en grande —aunque sea lo que más valoran— sino también para entrenar. Los socios de Ajedrez alfil invidente participan en diferentes torneos como el I Open Ciudad de Cádiz, organizado por el club el mes pasado, en el que se enfrentaron 90 ajedrecistas.
A su vez, la ONCE tiene un papel activo en la promoción de torneos oficiales y pone en marcha campeonatos por equipos, como el que tendrá lugar este fin de semana en San Fernando, o a nivel individual, previsto para noviembre en Málaga.
Competir es lo que más le gusta a José Jorge Prieto, de 56 años, nacido en Almería pero residente en Cádiz desde hace dos décadas. “Te sube la adrenalina, y si ganas, te da un subidón”, expresa desde la silla. Para él, es una sensación similar a la que experimentaba cuando practicaba otros deportes antes de que su vista se agravara.
José padece retinosis pigmentaria y su agudeza visual es muy limitada. “Tengo el campo visual muy reducido, es como si estuviera en un tubo, no veo por los lados”, detalla el amante de este deporte originario de la India.
Según cuenta, ya jugaba cuando era joven, sin embargo, decidió centrarse en otras actividades deportivas. Al cabo del tiempo, cuando su enfermedad ocular se acentuó, “dejé esos ejercicios a un lado y retomé esa afición que ya tenía olvidada”.
A su alrededor, los ajedrecistas tocan, ven a través de su mente y sus dedos, mientras dos mujeres escuchan las instrucciones que les da Antonio. Encarna Román, almeriense afincada en Chiclana, se suele desplazar a Cádiz con su marido, Joaquín. Al igual que Inma Muriel, gaditana casada con Antonio. “Nosotras les acompañamos e intentamos aprender, echamos el ratito”, dicen risueñas. “Ay, que te gusta un tablero”, ríen.
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