Llegar a La Bajadilla es encontrarse irremediablemente con Paco de Lucía. Un mural al algecireño más universal saluda a quien venga desde el centro de la ciudad vía calle Séneca. “Él también fue hijo de la inmigración. Su padre era de Los Barrios y su madre gitana portuguesa”, explica Juan León Moriche, activista y vecino del barrio que lleva años haciendo una ruta alternativa a la oficial, anunciada a bombo y platillo por el Ayuntamiento de Algeciras. “El star system te vende un producto. Parece que todo es positivo y que has aparecido ahí de repente. No es así”, dice indignado a las puertas del colegio público de la barriada, el CEIP Campo de Gibraltar.
El olvido de los orígenes no es el único al que someten las administraciones a La Bajadilla. Juan Corbacho, también vecino del barrio y miembro de la directiva de la asociación de vecinos La Cañá —nombre de la principal avenida, antigua cañada real—, nos recibe justificando el retraso de María José Benítez, presidenta del Ampa del centro, que lleva desde primera hora de la mañana guardando cola en una oficina bancaria del centro de la ciudad. El imprevisto no es sino una consecuencia más del abandono del barrio, del que también se han ido las sucursales bancarias.
“Esto es inconcebible en un colegio. Se ha dado una solución temporal, pero cuando ocurra algo lo lamentarán y buscarán culpables”, cuenta Corbacho a las puertas del centro educativo, que se ha llevado más diez años sin patio de recreo. Hace unos meses, la Junta derribó el ruinoso muro que impedía el acceso de las niñas y los niños al exterior. El logro vino tras varios años de movilizaciones para que Junta y consistorio intervinieran. Sin embargo, el salón de actos y el aula matinal, con una enorme grieta, siguen en ruinas. “Las administraciones nos han tratado muy mal, independientemente de su color político. Luego, el propio barrio se ha auto discriminado. Hay una dejación total y es una pena”, explica.
Barrio obrero de posguerra e inmigración
Es difícil establecer los límites donde empieza y acaba La Bajadilla, uno de los barrios más populosos de Algeciras con unos 30.000 vecinos. La historia del barrio comenzó en los años 40, muy ligada al puerto de la ciudad, el desarrollo económico del Campo de Gibraltar y del contrabando con Gibraltar.
“Eran los años del hambre. Había gente de Ronda, Gaucín o Jimena que venían cargados de cosas del campo. Luego, otros de La Línea y Gibraltar con café y tabaco”, explica Moriche, que enlaza el establecimiento en esta zona de la ciudad con el crecimiento inevitable de Algeciras. El éxodo rural, de la Andalucía interior, es todavía hoy una realidad viva en el barrio. Miguel, uno de los vecinos más antiguos de La Bajadilla, lleva siete décadas caminando por La Cañá.
“Nací en Aguilar de la Frontera, provincia de Córdoba, pero vine con tres años. Ahora tengo 74”, explica a lavozdelsur.es mientras aprovecha para hacer pública otra denuncia. “Mi mujer lleva años reclamando que arreglen los baches en San Francisco —casa natal de Paco de Lucía—. Aquí no hacen nada. Eso sí, que si se hace una manifestación… ¿cuánta gente va?”, lamenta
A su vera, José Carlos, que regenta un puesto de tagarninas. “Los negocios están cerrando, los bancos se están yendo y no tenemos ni ambulatorio. No hay movimiento, todo lo están desmantelando”, se queja este vecino, originario de Jimena. Hace unos años, este “se volcó” con los niños del barrio a través del equipo de fútbol, la U.D. Bajadilla. El campo, ubicado en la Huerta Siles, fue destruido. “Lo quitaron para hacer pisos, diciendo que iban a hacer el nuevo ambulatorio allí. El equipo sigue existiendo, pero está fuera… aquí el niño que no tiene coche no sabe qué hacer en la calle”, lamenta.
Hace justo un año, Jesús Aguirre, consejero de Salud y Familias, anunció la licitación de la obra tras quince años de espera. Hoy el barrio está peor que entonces: no hay ningún centro de salud. La Junta decidió que el consultorio, única construcción pública hecha en época democrática, “no cumplía con las necesidades de los vecinos”, por lo que los ha destinado a una nueva dependencia en el centro de salud Algeciras Centro.
“Es un retroceso. A principios de los años 80 crearon este centro de salud. Era malo y feo, pero había. Ahora tenemos que ir al centro de la ciudad y hemos vuelto al mismo ambulatorio de finales de los años 70. Nos están quitando lo nuestro”, denuncia Corbacho. La dejadez del edificio es visible desde el exterior. En una pequeña dependencia de la planta superior se siguen realizando algunas actividades para mayores, si bien en el barrio tampoco hay residencia ni centro de día.
Una de las vecinas nos saluda desde el balcón. Se llama Hassna y lleva más de ocho años viviendo en La Bajadilla. “Es un barrio muy tranquilo, pero está abandonado. Mis hijos, de 12, 5 y 3 años, no pueden disfrutar… no hay nada que hacer aquí”, dice. La falta de infraestructuras de ocio es tal que para encontrar una zona verde tienen que andar más de veinte minutos, hacia el Parque María Cristina. Justo debajo del bloque de Hassna se encuentra la sede de la asociación vecinal La Cañá y una biblioteca, que tuvieron que cerrar por un problema de aguas fecales no resuelto.
“Ahí se daba refuerzo, pero ya no se puede. Tenemos que sacar a los medios lo que pedimos y no conseguimos”, reclama un vecino que escucha a Hassna. José vino de Madrid hace cuarenta años para trabajar en la refinería de petróleo. Cada día reconoce menos su barrio.
Metáfora de la marginación
A la limpieza y dejadez del mobiliario y los edificios públicos, le acompaña una compleja carga simbólica. “Pensamos que no tiene arreglo, que vivimos en un barrio aparte”, explica Moriche. Habitualmente, los medios de comunicación y el imaginario colectivo relacionan a La Bajadilla con la miseria y la marginación. Las administraciones no hacen sino complicar más las cosas.
“Que la ruta de Paco de Lucía del Ayuntamiento no venga al barrio y sí por otros sitios atractivos de Algeciras que no tienen nada que ver con él, no es casualidad”, expone este vecino, a las puertas de la casa donde el autor de Entre dos aguas aprendió a tocar la guitarra. “Esa ventana era una puerta. La casa es un cuadrado con una cocina y una habitación donde vivían siete personas. Por la noche, ponían una cortina para separar las estancias y así dormían”, dice en la esquina de la calle Barcelona con la avenida La Cañá. Allí, Paco, el de Lucía (su madre), se vino a vivir con 5 o 6 años tras pasar sus primeros años de vida en otra calle perpendicular del barrio. El dueño de la casa guarda un pequeño museo del guitarrista, que escapa del circuito turístico oficial.
Muy cerca, a los pies del centro de salud, se encuentra la Sociedad del Cante Grande, que también ha abandonado el barrio. La pasada primavera, esta veterana peña flamenca decidió irse al centro cívico de La Reconquista, una de las zonas a las que se han mudado algunos vecinos durante las últimas décadas. El consistorio puso otra losa más en la mochila de La Bajadilla, donde se van quedando aquellas personas mayores sin recursos y una nueva población migrante que releva a la anterior.
“La gente vino tras aquella oleada migratoria a trabajar, y no había vivienda. Hoy otros migrantes hacen lo mismo”, explica Moriche mientras nos aproximamos a una de las zonas más viejas de la barriada. Allí se asoman Javier y Antonia, que nos saluda desde su casapuerta.
“Yo vine de Palmones, la más vieja de aquí. 76 años. El barrio está fatal, yo no salgo… me tienen que traer los mandaos”, dice con dificultades para andar. Una cuesta empinada sin asfaltar desde hace décadas y un descampado lleno de basura es el entorno en el que vive. Al llegar arriba, tenemos el skyline. Al fondo, Primark y McDonald’s, el centro comercial Punta de Europa, cuya carretera anexa no tiene ninguna entrada hacia el entorno de la barriada. Al otro lado, un camino de tierra con enseres por el suelo.
María, que no nos pudo atender a principios del paseo por el colapso de la atención bancaria, llega a la asociación vecinal. En el camino de vuelta hacia el local de La Cañá, los vecinos nos interpelan: “Que salga en los medios. A ver si hacen algo”. La presidenta del Ampa del CEIP Campo de Gibraltar nos recibe acompañada de Zaira y Manuela, madre e hija de origen colombiano que llevan más de 20 años en Algeciras.
“En La Bajadilla tenemos una mezcla de culturas muy amplia que está desaprovechada. No hay asistencia social, no hay actividad cultural, no hay talleres… imagina lo que podríamos hacer con la gastronomía de todos los que vivimos aquí”, dice citando a sus convecinos, como marroquíes, mayoría en la barriada, ecuatorianos o bolivianos. Su hija, Manuela, también es miembro de la asociación y lamenta la falta de oportunidades para los jóvenes. “No hay sitios donde podamos estar, los jóvenes tenemos que irnos fuera… no hay nada productivo aquí”, dice.
Con una pancarta que suscribía “Alcalde, malaje, arregla ya el colegio”, los vecinos han conseguido la única victoria tras años de olvido institucional. En aquel grito de auxilio María y el Ampa del colegio se dejaron la voz. “Gracias a Dios se ha conseguido, lo único que pedíamos era que se arreglara el muro”, confiesa. La medida, reconoce que “pasajera”, consistía en echar un poco de cemento... las grietas siguen abiertas. Es la metáfora de La Bajadilla.