Ana, Juanjo, Ines y Chuchi son libros humanos. Son ejemplares que forman parte de La Biblioteca Humana, un proyecto creado por Colectivo El Hervidero y desarrollado en El Puerto de Santa María.
Cada cual esconde un relato. Una historia que cuentan a quien quiere escuchar. Porque en los tiempos actuales, en los que vamos a toda pastilla de una cosa a otra, en los que incluso cuando caminamos seguimos conectados a través de los dispositivos móviles, en ocasiones hay que detener el mundo y escuchar a los demás. Es una gran escuela de vida.
Escuchando se aprende. Y se ayuda a quien tiene que desahogarse. O a quien simplemente quiere hacer ver que no hay límites cuando se quiere vivir. Se aprende que hay barreras que están ahí para que seas capaz de saltarlas y crecer como persona, que es de lo que se trata.
Manuel, el enfermero ‘cojo’: “No camino, empujo el mundo cuando ando”.
Chuchi quedó marcado por una posible negligencia médica en el parto. Puede que lo dieran por muerto o que viniera en una mala postura. Eran otros tiempos y no había los medios actuales. La cuestión es que sufrió un daño que le dejaría secuelas para toda la vida.
Manuel, que es como realmente se llama, vive pegado a unas muletas. Son sus pies, pues sin ellas tiene grandes dificultades para mantenerse en pie y desplazarse.
Cuenta que desde pequeño sufrió la discriminación. Pero no él, sino su madre. Porque la sociedad de antes (tiene 60 años) invitaba a apartar de la circulación a quien no era “normal”. Pero él se negó a encerrarse en casa, gracias a su madre.
“Soy cojo, discapacitado, minusválido, como quieras llamarme. La discriminación directa no la he notado. Quizás la notó mi madre, porque yo era un fenómeno y la sociedad decía que tenía que esconderme. Pero ella se empeñó en que tenía que ir al colegio de los normales. Y fui a La Salle, con gente normal, y nunca me sentí discriminado. Porque si tú quieres, puedes”.
No hacía gimnasia, pero apuntaba las faltas de asistencia a clase. Incluso estuvo en los boyscouts. “Siempre llegaba el último, pero llegaba”.
Y como se hace camino al andar, Manuel cogió la senda hasta llegar al insituto. Y conoció a la que más tarde se convirtió en “mi mujer”. Ella sí padeció la discriminación, apunta. “A ella le decían que siempre iba a ser mi enfermera y que iba a tener que cuidarme. Porque hay dos tipos de personas, las que tienen claro que tienes que buscarte la vida, como el caso de mi madre, o las proteccionistas, esas que dicen quédate aquí y no te muevas. Al final el enfermero fui yo”.
Sí, porque Chuhi, apoyo que le viene de su abuela, “que decía que era un niño pachucho y que me iba a morir”, aunque reconoce algunos problemas cuando empezó, estudió Enfermería. Y la ejerció, durante 33 años.
“Yo no soy normal, porque yo no camino, empujo el mundo cuando ando. Pero a pesar de todo yo no he sufrido discriminación, salvo por lo que ha padecido la gente del entorno. La discriminación no deja de ser cobarde; no se atreven a decirlo a la cara, no vaya a ser que con la muleta dé yo un golpe más grande”, afirma.
Al fin y al cabo, “la discapacidad está en los ojos de quien mira”. Es una de las enseñanzas de La Biblioteca Humana. A buen seguro, en los ojos de sus tres hijos Chuchi, Manuel, es todo un ejemplo de superación. Un ejemplo de vida.
Juanjo, un gay en el ejército: “¿Por qué me aislaron?”
Juanjo es portuense. Tiene 36 años. Es gay. Soñaba con ser sargento del Ejército del Aire. Pero no lo consiguió. Como narra la canción Sargento de Hierro, de Morgan, con la que se identifica, se marchó un día sin despedirse.
Ahora, da el paso de contar la “injusticia” vivida por necesidad, para recuperar su vida, para soltar el lastre. “No quiero que quede solo en mi cabeza. La Biblioteca Humana es como una terapia”, dice.
El gran problema en su vida comienza cuando tiene aproximadamente 27 años. Quería ascender a sargento y para ello tenía que superar una oposición.
“Me encontré con un capitán homófobo que siempre iba a por mí”, lamenta. Jamás llegaría a alcanzar su objetivo, se quedó en “sargento alumno”.
Rememora que “me hicieron repetir curso con un 4,97 en una asignatura. El último año, en Zaragoza, eramos solo 43 alumnos y yo era siempre el que se quedaba sin pareja para hacer las actividades. Me hicieron bullying”. Pero nunca denunció.
No dar el paso es algo de lo que se arrepiente. “No denuncié, fue mi fallo”. Pero en su libro de vida, ya no puede volverse a ese instante, a esa capítulo para intentar cambiar las cosas.
Ahora se centra en salir de la situación en la que se ha visto inmerso. En las consecuencias que ha dejado todo ello en su vida. “Es algo que no se ve, rechazos que siguen existiendo”
Después de cinco años intentándolo, a tres meses de “tener mi vida hecha”, se acabó todo. “Me siento un inútil por aquello. He tenido ansiedad y agorofobia, algo que nunca había sufrido antes de esto”.
Todavía hoy se pregunta “por qué no hay ojos para ver este tipo de cosas. No se puede ir a por una persona a machacarla”. Echó en falta empatía, porque nadie le tendió la mano. “Me invitaron a marcharme porque me habían hecho sentir que no valía para esto”.
A pesar de aquella experiencia, como militar de profesión, tuvo que volver a vestirse de soldado. Se había truncado un sueño, pero tenía que seguir comiendo. “Tuve que servir los canapés y croquetas a los compañeros de promoción a los que vi lanzar el gorro al aire en la entrega de despachos, su graduación”.
Ahora toma antidepresivos y va a terapia con Marina, su psiquiatra. “Me queda una incapacidad total permanente para el ejéricto. De querer ser sargento del ejército del aire a esto es muy duro”.
De su etapa con el uniforme solo mantiene contacto con la sargento María Alcaraz. Dentro de lo malo, siempre hay cosas buenas.
No obstante, reconoce que “en el ejército es posbile ser gay, lesbiana o transexual”, pero la discriminación está en “muchas cosas que no se ven”. Esas cosas que a él le pasaron factura. “Tendría que haberlo denunciado”, se repite.
Ana, en un mundo de etiquetas: “Autista y punto”
Ana tiene 33 años. Vive en El Puerto aunque es de Chiclana. Ella es uno de los libros humanos elegidos dentro del proyecto. Las personas lectoras que se acercan a esuchar su historia son recibidas por una chica que muestra vitalidad y que mantiene la mirada siempre. Con ojos muy abiertos.
Ella dice que es “Autista y punto”. Así precismente se denomina su libro. Pero no está diagnósticada. “El parámetro de hombre y mujer es diferente y supuestamente no cumplo los requisitos que se siguen para diagnosticarlo en hombres”, manifiesta.
No tiene el Trastorno del Espectro del Autismo oficialmente, pero ella dice que desde muy pequeña “me di cuenta de que mi aprendizaje era muy dificultoso, no me resultaba fácil aprende. Tuve que desarrollar unos dones; con la observación y a través de la imitación o de adelantarme a qué iba a darse al día siguiente y copiando de la persona más inteligente de la clase puede salir adelante”.
Sin embargo, cuando alcanzó la ESO “hubo un fracaso escolar absoluto. Nunca nadie me dijo que mi manera de aprender era diferente ni me facilitó otros caminos”, lamenta. También resalta que intentó llegar a la universidad, pero fracasó igualmente.
El niño de los caballos es un libro que habla de un niño autista y de la lucha de su padre por salvarlo. “Cuando leí el libro, no veía diferente al niño, sino muy igual a mí. Quizás yo me parecía más a ese niño que al resto de personas neurotípicas”.
Fue entonces a partir de ese momento cuando empezó “a investigar y a descubrir el autoconomiento y la psicología oriental, que no es tan conceptual como la occidental; y el yoga, que ayuda a encontrar mi espacio físico. Empecé a hacer orientaciones de diagnóstico hasta que vino a mí uno que reflejaba unos parámetros bastantes altos para una mujer. Me quedó claro que el hombre y la mujer no tienen nada que ver cuando hablamos de autismo”.
Ella que -repetimos- no está diagnosticada oficialmente en España, dice estar “en el aire". “Te diagnostican de hipersensibiliad y ansiedad generalizada, pero todo esto proviene de no sentirte entendida”, subraya.
Ana, que se formó en psicología oriental, es terepeuta, profesional de autonocomiento y da formaciones de neurociencia y yoga. “Mi madre es igual que yo, por eso no venían nada raro en mí. Entre las dos nos estamos concociendo ahora y hemos comprobado que nuestra visión del mundo no está mal”.
Mientras siguen haciendo su vida, “como la sociedad tiene la necesidad de etiquetarlo todo, y yo me he rendido a tantas máscaras que me he puesto toda mi vida, si alguien quiere etiquetarme digo que soy autista y punto”.
Inés sueña con independizarse: “Tengo discapacidad, pero soy como tú”
Inés, de 26 años, tiene “discapacidad intelectual, aunque soy como tú” suelta nada más comenzar. Es el título de su libro y quiere que todo lector que se sienta ante ella lo tenga claro desde el principio.
Estudio ESO en el IES Santo Domingo de El Puerto de Santa María, donde vive, tras cursar estudios en el CEIP Cristobal Colón. Entonces “me costaba mucho escribir, pero he mejorado mucho”. Así que estudió gracias a la adaptación curricular, “me ponían las cosas más fáciles. Me costó lo mío, pero me saqué la ESO”. Es un ejemplo.
En estos momentos trabaja en Afanas, donde ayuda “a hacer un currículo y esas cosas. Me gusta ayudar a las personas que lo necesiten. Soy como una cuidadora más”, recalca.
En su día trabajó en una tienda de golosinas de la localidad, Don Pistacho, donde reponía los estantes para que no faltara de nada a sus clientes.
“Soy muy autónoma” dice con una sonrisa pintada en la cara. “Voy al gimnasio, que está en la piscina municipal, salgo con mis amgios y mi novio, me gusta escuchar música... aunque tenga discapaciad soy como cualquier otra persona”.
Porque “el que tenga discapacidad no importa”. Es algo que repite cada vez que puede durante los minutos que dura la lectura de su libro.
A personas con circunstancias similiares a la suya y a sus familias les lanza un mensaje claro: “Que sigan adelante, porque nosotros podemos luchar por nuestros derechos; aunque nos cueste, podemos subir el escalón y no hay que tirar la toalla nunca”.
Llega a La Biblioteca Huamana con un sueño: “trabajar e independizarme”. Quiere conseguir un trabajo “de lo que sea, en el Carrefour, reponiendo, me da igual...; lo que quiero es ganar dinerito para independizarme”. Que tomen nota los departamentos de recursos humanos. Inés merece una llamada. Su talento no tiene precio.
¿Qué es La Biblioteca Humana?
La Biblioteca Humana es una experiencia donde personas pertenecientes a minorías sociales o en riesgo de exclusión comparten sus experiencias vitales con lectores-oyentes como parte de su terapia o simplemente por la satisfacción de encontrar a alguien que desea escucharlos. “Es algo que les empodera”, señalan desde el equipo organizador.
La actividad se ha desarrollado por segundo año consecutivo en El Puerto de Santa María. Este año, el lugar elegido ha sido la Biblioteca Pública María Teresa León, un espacio ideal cedido por el Ayuntamiento portuense. “Hay un trabajo inmenso y mucho esfuerzo por parte de los organizadores de este proyeto y entendemos que fundamental el papel de las bibliotecas públicas como lugar de encuentro, un lugar de partida y de encuentro, donde se puedan realizar actividades que nos permitan promover la diversidad y el respeto”, declara la responsable municipal de Cultura, Lola Campos.
El proyecto cuenta la subvención de la Diputación de Cádiz y el citado apoyo del Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, así como con la colaboración de las asociaciones Red de Acogida El Puerto de Santa María, Asociación Benéfica Obra Social Nuevo Ciclo, Amal Esperanza, Afanas y JerezLesGay, entre otros.
“Nos parece que es más necesario que nunca promover actividades de sensibilización”, oncluye Celia Moro, coordinadora de proyectos de El Hervidero, colectivo organizador.
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