La primera feria de la provincia de Cádiz ha dado el pistoletazo de salida a la temporada tras el parón de la pandemia. Sobre el manto verde del parque natural de Los Alcornocales un pueblo centenario se acaba de vestir de lunares en honor al Cristo de la Almoraima. Castellar rebosa historia por los poros, desde los recovecos de la fortaleza medieval hasta el último huerto familiar de un núcleo urbano que cumple 50 años en pie. El Nuevo no olvida las raíces que brotaron en lo alto de la vieja montaña donde las mariposas monarcas sobrevuelan las cabezas de 120 vecinos. Ese es el número de habitantes que quedan en el castillo, una de las últimas fortalezas medievales habitadas en Europa.
Extranjeros y autóctonos conviven en pequeñas viviendas entre las murallas de una de las últimas fortificaciones habitadas de Europa. Por sus callejuelas, una familia acompaña a una mujer de 96 años que creció en este núcleo de Castellar. El sol calienta una de las torretas desde la que señalan a un conjunto de casas blancas en mitad del espacio natural. “Aquí no llegaba la luz ni el agua y no había médico”, dicen recordando una época que experimentó un giro de 360 grados en sus líneas.
Muchos se marcharon abajo, a ese conjunto de inmuebles al que apuntan con sus dedos, a principios de los años 70 cuando se inició el proyecto de construcción de Castellar Nuevo con el fin de mejorar las vidas de los chisparreros. Otros, se quedaron entre las rocas que los habían visto nacer.
Los Arroyo o los Feliz nunca se han ido y otros que optaron por permanecer en las alturas como los Avilés, fallecieron. “La mayoría de la gente que se quedó no tenía hijos, eran personas solteras y mayores”, comenta Rocío, una vecina que pasea por la zona. Puede enumerar con los dedos de una mano los nombres de las personas -muy longevas- que decidieron seguir en El Castillo. Esas que con sus ojos presenciaron cómo sus vecinos se mudaban poco a poco protagonizando un éxodo. De ese acontecimiento que cambió la historia de Castellar hace ya medio siglo.
"Yo he estado aquí siempre"
Como dice la chisparrera, “los árboles viejos no se trasplantan”. Por eso, Miguel Guerrero, conocido como Miguelito de la Airosa, sigue danzando por El Castillo. A sus 82 años, el hombre, que derrocha una vitalidad abrumadora, duerme solo desde que su hermano murió. “Yo he estado aquí siempre, soy de los últimos de Castellar, en el 71 casi todos se fueron”, dice el vecino desde un cruce donde ha aparcado su Fiat Panda, a unos kilómetros de la fortaleza.
Miguel se agacha para coger unos espárragos. Lleva toda su vida en el campo, cargando camiones de corcho o limpiando jardines. Todos los días conduce hasta el pueblo nuevo para hacer mandados o ver a las amistades que conserva y, cuando no está cogiendo tagarninas, se dirige a la peña Son del Duende. “Ahora he sacado un disco de flamenco”, dice el hombre vestido con vaqueros que acaba de sacar de su bolsillo un móvil para hablar con su hermana.
Cuando quiere se arranca por chacarrás y fandangos antiguos y todavía entona letras autóctonas del lugar. Coge aire y, sin soltar sus espárragos, canta como le enseñó su abuelo. "Si subes a Castellar, ponte la ropa con arte, que está la madre y la hija que corta mejor que un sastre". Después, recoge otra ramita para hacerse una tortilla cuando vuelva a casa, un plato típico de la zona que acompaña a la imprescindible carne de venado.
El 26 de julio de 1972 se inauguró oficialmente Castellar Nuevo aunque, unos meses antes ya se empezaron a instalar las primeras familias, esas que decidieron formar parte de la historia reciente del municipio. La mayoría procedían de La Almoraima -el otro núcleo urbano-, de El Castillo o de otras localidades cercanas.
Entre 800 y 1.000 personas se trasladaron al nuevo pueblo con la esperanza de vivir mejor. Una cifra que se incrementó progresivamente hasta los cerca de 3.200 habitantes que se registran hoy -3.050 censados, 120 no censados. “Era necesario y urgente garantizar unas condiciones de vida dignas a una población que ya era creciente”, comenta Adrián Vaca, alcalde de Castellar (PSOE) desde el 15 de junio de 2019.
El chisparrero -de padre sanroqueño y madre natural de Castellar Viejo- pasea por la plaza Andalucía, en pleno centro del municipio, donde nació uno de sus primeros habitantes. “Había una dependencia a la agricultura y en el carbón y la corcha estaba gran parte de la economía. Había que abrirse al tiempo de la democracia”, explica el primer edil más joven de la comarca, con 35 años.
Además, la imposibilidad de crecimiento del pueblo -motivado por el embalse de Guadarranque- impedía su progreso social. “Las viviendas de extramuros eran chozas sin luz ni agua corriente. En la barriada de La Almoraima también había muchas de ellas y algunas construidas por los propios vecinos”, dice Adrián, primera generación que estudió la ESO en el pueblo. Las ansias de prosperidad se palpaban en el ambiente.
"Las viviendas de extramuros eran chozas sin luz"
José Acedo, de 76 años, fue uno de los que habitaron estas chozas con su familia. Sus padres se mudaron desde Los Barrios -donde nació- a los extramuros de El Castillo cuando él era pequeño. Cuando cumplió ocho años su padre, al que ayudaba con el ganado, se jubiló y se trasladaron a la zona conocida como Los Papeles donde estuvieron hasta su adolescencia. “Vivíamos en una choza, después hicimos una casita con chapas de uralita. Caían goteras cuando estábamos acostados”, recuerda el chisparrero por derecho.
A los 15 años se mudó a La Almoraima donde creció hasta que se instaló en 1978 en una de las casas del pueblo nuevo. “Desde entonces tuvimos luz eléctrica y todas las comodidades que no teníamos antes”.
José fue testigo de las fases de construcción de este pueblo que con el tiempo se fue ampliando. Con sus ojos vio levantarse el que sería su hogar y participó en el proceso. “En el año 68, cuando se empezó a construir, comencé a trabajar haciendo cimentación”, comenta. Vio crecer un lugar en el que asegura que vive “muy bien y muy a gusto”.
Cuando acabaron las obras, entró de peón en una refinería y, posteriormente, logró un puesto de conductor de camión en la finca La Almoraima, propiedad del Estado desde que fue expropiada a la familia Ruiz Mateos en 1983.
Después de 35 años al volante, José se jubiló en 2009 y, actualmente, lleva el hogar del pensionista. “Cuando estábamos haciendo el pueblo, vino Juan Carlos cuando era príncipe”. Al vecino le vienen anécdotas a la mente. Junto a él, otra mujer histórica mira al pasado sin quitar ojo al presente.
Un simple vistazo revela triángulos en la arquitectura del que fue el último pueblo construido por el Instituto de colonización franquista, conocido como Iryda -Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario. Incluso las calles dibujan esta forma a vista de pájaro. “Hasta el altar mayor de la iglesia también es así”, comenta María del Pilar García Balaguer, que tiene grabado en su cabeza el día en el que el ministro de la Vivienda durante la dictadura, Vicente Mortes, asistió a la inauguración.
Esta vecina nacida en San Roque que pasó la primera parte de su vida en La Línea no dudó en aceptar ser la única farmacéutica que ha tenido Castellar hasta que su hijo le dio el relevo. En 1974 dejó la farmacia que regentaba en La Línea y empezó una nueva vida en Castellar. “Mi marido tenía su ganadería en La Almoraima y cuando se estaba construyendo el pueblo me preguntó si quería quedarme con la farmacia”, cuenta a lavozdelsur.es.
Tomó una decisión rápidamente, pero no pudo abrir hasta el 74 por temas de “papeleo”. Así, se convirtió en una de las primeras en llegar. “Aterricé maravillosamente. Me llevaba muy bien con todos los vecinos. Éramos pocos, unos 800, ya se ha ampliado muchísimo”, explica.
Aunque ya está jubilada, ella siempre será la boticaria del pueblo. Esa que “siempre estaba de guardia” y, a cualquier hora, bajaba de su casa -situada arriba del local- con la bata puesta para atender a los vecinos.
Pilar, con tres hijos y siete nietos, pone en valor muchos aspectos de Castellar, entre ellos, la devoción al Cristo de la Almoraima, que data de 1603. “Es un cristo muy famoso en la comarca, y muy milagroso, ha venido gente de toda Andalucía, hasta de Barcelona a pedirle”. Ella está acostumbrada a ver orar a los fieles en el Santuario que se ubica a su espalda.
"Hubo mejoras en la educación y en la vida social"
La construcción de Castellar Nuevo supuso un antes y un después. Pilar, José y Adrián lo saben de primera mano. “Hubo mejoras en la educación, en las perspectivas económicas y de empleo y en la vida social. La renta creció. Fue un salto cualitativo y cuantitativo importante”, detalla el alcalde, de la misma formación política que tomó las riendas desde el inicio de la democracia hasta el 2011. Los próximos ocho años el gobierno local estuvo en manos de Izquierda Unida y PP y, el año antes de la pandemia él recuperó la alcaldía.
Hoy, el pueblo celebra la conmemoración de sus 50 años de vida de una forma muy especial. Poniendo en valor ese avance experimentado a través de actividades de convivencia o nuevas publicaciones históricas. Además, se creó el Consejo Sectorial para la organización de los Actos Conmemorativos del Cincuenta Aniversario de Pueblo Nuevo de Castellar de la Frontera, encargado del programa municipal.
Certámenes de pintura, eventos deportivos como la vuelta ciclista femenina de Andalucía o un callejero virtual que cuenta las historias de los abuelos y bisabuelos. “Hemos pedido a los vecinos que abran sus cajas de latas y compartan fotografías antiguas con el ayuntamiento para hacer un álbum familiar común”, sostiene Adrián frente al restaurante Virgil, el primer bar que abrió en el municipio.
El objetivo del consistorio no es otro que crear “una memoria colectiva” y realizar “una tarea de recuperación” que esboce su historia. Estampas en las que el Cerro del Moro está presente. Desde la cima de este espacio natural a escasos metros del ámbito urbano, José y Adrián miran a Castellar. “A pesar de la pandemia estamos pasando por un momento dulce”. Sus palabras irrumpen en la tranquilidad que se respira en uno de los 30 municipios medievales más bonitos de España según National Geographic.