Las vidrieras de un imponente edificio dejan entrar la luz solar. En San Fernando, existe un lugar único en el mundo que esconde infinidad de curiosidades. El Panteón de los Ilustres Marinos, dependencia de la Escuela de Suboficiales de la Armada, se erige como uno de los favoritos de aquellos que se dejan embelesar por la historia. Sus entrañas abruman nada más asomar la cabeza por la puerta de este monumento singular que fue construido a base de piedra extraída de las canteras de la sierra de San Cristóbal.
Un hombre pisa el suelo bajo el que yacen numerosos personajes de los episodios marítimos. Conoce como la palma de su mano los secretos que encierra el edificio que arropa a grandes geógrafos, químicos, ingenieros o matemáticos. “La oficialidad española del siglo XVIII estaba considerada entre las mejores del mundo a nivel intelectual”, comenta Sergio Torrecilla, gaditano licenciado en Historia y animador sociocultural que lleva 19 años divulgando el pasado y presente de este lugar.
Fue el Martes Santo de 2005 cuando entró por primera vez. Cuando se paró delante de las lápidas de los caídos en la batalla de Trafalgar, que justo ese año cumplía su bicentenario, se desprendió caliche. Anécdotas de un día que abrió una nueva etapa en su vida.
Frente a la tumba del destacado almirante Pascual Cervera Topete, natural de Medina Sidonia, Sergio desmenuza una historia que nunca se cansa de contar. “Nunca dejas de aprender cosas nuevas”, dice debajo de una majestuosa lámpara que pesa más de 500 kilos.
Este elemento de latón, tallado y bañado en plata, que fue un regalo del pueblo a la Armada, impresiona al mirar hacia arriba. Adornada con escudos heráldicos de los enterrados -antes la mayoría de oficiales pertenecían a familias de la Aristocracia-, esta lámpara no ha estado ahí siempre. El edificio estuvo a la intemperie durante más de 170 años. Inacabado y con la nave descubierta. Así ha estado hasta 1959 desde 1786 que se colocara la primera piedra hasta 1959.
Muchos isleños lo conocieron así desde que en 1797 las obras llegaran hasta la cornisa pero no continuaran. “No iba a ser panteón. Originalmente iba a ser la iglesia parroquial del poblado militar naval de San Carlos, ideado por Carlos III para que los trabajadores no se tuvieran que desplazar. Era un proyecto muy ambicioso y no se desarrolló. Esto nunca llegó a ser iglesia”, detalla Sergio, que destaca las “monumentales” dimensiones del espacio en el que se halla.
El eco de su voz retumba. La huella de ese posible inmueble religioso queda en el altar mayor, presidido por la Virgen del Carmen, patrona de los marinos, y es visible, debajo, en la sacristía, que imita el puente de mando de un barco de madera. El 1 de mayo de 1870 se inauguró como panteón en el recinto donde, por entonces, se encontraba la Escuela de Oficiales que en 1943 se trasladó a Marín. “La idea era que las personas enterradas sirvieran de ejemplo de inspiración y de motivación a los futuros oficiales”, comenta el guía.
A su alrededor se distinguen “hermanos de profesión” que resuenan en el imaginario colectivo y se guardan en la memoria siglos después. A medida que avanza, el gaditano se detiene frente a las distintas lápidas. “El señor que da nombre al barrio de Sevilla donde está el estadio del Sevilla está aquí”, dice señalando el mausoleo de El Marqués de Nervión, que precisamente fue uno de los promotores del proyecto inicial. El arquitecto que lo diseñó, Antonio Ruiz de Sales, fue el mismo que ideó la Biblioteca Nacional de Madrid.
En el Panteón, aunque se desconoce la localización exacta, yacen los restos del sevillano Antonio de Ulloa, descubridor del platino, una de las contribuciones de España a la tabla periódica. “Fue uno de los primeros que llegaron, pero cuenta con un placa recordatoria y no con un sepulcro”, dice refiriéndose al que fuera creador de la obra de ingeniería El Canal de Castilla.
Sergio se detiene junto a una lápida que da paso a una cripta que alberga 33 cajas con restos mortales de marineros españoles que combatieron en Santiago de Cuba y Filipinas en 1898. Después, atraviesa el altar. “Aquí se deposita el agua de todos los océanos del mundo”, comenta en el borde de una pequeña piscina con una corona de laurel tallada en madera dorada.
El cenotafio del Panteón es uno de sus rincones más curiosos donde antaño era tradición tirar monedas que se donaban a la parroquia de San Juan Bautista del barrio de pescadores de la Casería. “Una de las misiones de Juan Sebastián Elcano es recoger agua en sus travesías que luego se depositan en esos canteros y se vienen aquí en una ceremonia antes de partir”, explica el licenciado.
En este espacio cargado de simbolismo que esconde un efecto óptico, se recuerda a todos los marinos españoles que están sepultados bajo el mar. El conjunto presenta el antiguo escudo de España acompañado de Neptuno, dios del mar, y Minerva, diosa del conocimiento y de la guerra. “Está aquí porque el Panteón, aparte de una función espiritual, cumple una función pedagógica. Es un lugar de enseñanza”, comenta. Sobre su cabeza, se distinguen en distintos colores los nombres de todos los buques de la Armada desde el siglo XIX hasta 1955, momento en el que se construye.
Actualmente se desconoce el número exacto de personas que descansan en el monumento. Se cree que algunos lo hacen, pero no con seguridad, lo cual dificulta extraer este dato. “En la cripta vienen restos añadidos de algunos que no están todavía reconocidos. Algunos historiadores afirman que los restos de Jorge Juan sí fueron trasladados, y otros que solo fue trasladada su lápida, y lo mismo ocurre con el isleño Cecilio Pujazón y García, capitán de navío y astrónomo”, sostiene Sergio, que aclara que las placas que adornan las paredes no contienen restos porque casi todos murieron en combate”.
Cada nombre que se lee en el mármol seguramente no resulte ajeno a la población. Todas las personas enterradas en el Panteón quedan en la provincia en forma de colegio, calle o centro de salud. “Rodríguez de Arias está aquí”, dice el gaditano refiriéndose al centro isleño.
Frente a él, se halla la tumba del capitán de la marina mercante, Manuel Deschamps, el único marino civil enterrado en este lugar. Su hazaña fue burlar a las flotas norteamericanas que bloquearon la isla de Cuba hasta cuatro veces para aprovisionar de víveres, soldados y municiones los puertos que permanecían en el poder español.
También se divisan los jerezanos José Luis Díaz, que colaboró con Isaac Peral en la invención del submarino o Francisco Javier de Salas, académico de historia. “Jerez es la segunda localidad de España con más enterrados en el Panteón por detrás de Sevilla”, afirma el guía mientras se dirige a la tumba del teniente de navío Juan Manuel Durán y González, oficial aviador jerezano.
Otro de la misma ciudad que también cuenta con un sepulcro es José González Hontoria, con apellido más popular. “Es el hermano del que fue alcalde de Jerez y da nombre al recinto ferial”, comenta Sergio, que resalta el cañón de su tumba, un símbolo que refleja que fue el artillero que introdujo en España el cañón rayado o estriado.
Entre la multitud de nombres que Sergio pronuncia, se escucha el de Joaquín Bustamante marino fallecido en Cuba que recibió de manera póstuma la Cruz Laureada de San Fernando, que es la máxima distinción del ejército español. Pero es otro dato de su vida el que llama la atención. “Cuando repatriaron sus restos, tuvo el privilegio de compartir travesía de regreso a España junto a los restos mortales de Cristobal Colón. La idea original era que los restos de Cristóbal Colón fuesen enterrados en el Panteón pero la última palabra la tenían sus descendientes y decidieron la Catedral de Sevilla”, expone.
En su paseo no deja atrás al entonces embajador de España en Francia Federico Gravina, que aparece “en primer plano y con uniforme de almirante” en el conocido cuadro La coronación de Napoleón, del pintor francés Jaque Luis David.
De El Puerto destacan la placa de Francisco Javier Winthuysen y Pineda, de origen holandés; y la lápida de Francisco Javier de Uriarte, conocido por dar nombre a un instituto del municipio y por comandar el Santísima Trinidad, el buque más grande de la época. Antes de morir, este marino solicitó que los restos de su mujer, que ya había fallecido, los colocasen junto a los suyos, y así fue.
“Frasquita, que era su sobrina, la endogamia entonces estaba bien considerada, es la única mujer enterrada en el Panteón”, concreta el guía, que añade que hay otro posible caso. Según cuenta, se cree que los restos de la hija de José Joaquín Albacete y Fuster están en la tumba de este infante de marina, también reconocido con la Cruz Laureada de San Fernando, que luchó en una de las guerras carlistas. Único perteneciente a la infantería de marina más antigua del mundo del que se tiene constancia de sus restos con certeza, ya que los historiadores apuntan a que en la cripta se encuentra José Tejera López Silva, del mismo rango.
El listado de nombres que Sergio menciona en esta visita acaba con un gaditano, algo poco común al ser la Tacita de Plata característica por su burguesía comercial y no por la nobleza. Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, el Conde del Venadito, está enterrado en la tumba más minimalista. “Venció a la escuadra francesa de Rosily, siendo esta la primera derrota de las tropas napoleónicas en España, por delante de la batalla de Bailén, que tiene más fama al ser la primera en tierra del mundo”, explica. Él da nombre a la emblemática alameda de Cádiz.
Durante el paseo, un vistazo al conjunto arquitectónico revela la presencia de símbolos masones. Muchos de los oficiales de la Armada eran miembros de esta sociedad secreta que aglutinó a un gran número de liberales. “Ser liberal en el siglo XVIII era ser antisistema”, comenta Sergio, que señala un compás y obeliscos con forma de pirámide.
Los marinos estuvieron en otro camposanto antes de llegar a este lugar, que permite conocer el poder adquisitivo de las familias en cada elemento funerario. A día de hoy, sigue sirviendo su servicio. La última persona que se enterró aquí fue en febrero de 2017.
237 años después de la primera piedra del edificio Sergio lanza una reflexión. “San Fernando no habría existido, no tendría el carácter, la personalidad que tiene si no hubiese sido por la Armada española. El alma de San Fernando se podría decir que está dentro del Panteón”, dice.
Memoria histórica
En una placa de la fachada aparecen recogidas las victorias de la Armada española por orden cronológico. Sin embargo, hay un anacronismo. Después del combate de las Azores (1780), aparece la toma de Pensacola en Estados Unidos (1871), cuando la fecha real es 1781. Además, por cuestiones de Memoria histórica, se han eliminado dos batallas de la Guerra Civil.