Para terminar bien, conviene volver al principio. Jesús Maeztu Gregorio de Tejada (Medina Sidonia, 1943) se aplica la estrategia. Jueves y viernes traslada su inagotable capacidad de diálogo y escucha hasta su pueblo natal. También a Vejer y Conil.
Es una de las últimas misiones. Este miércoles, 12 de junio, presenta el último informe anual como Defensor del Pueblo en el Parlamento de Andalucía. Luego vendrán los meses torpes, los llamados "no hábiles" en la administración, julio y agosto.
En septiembre comienza su adiós, debe avanzar su relevo. Anunció el pasado invierno que ya está bien, que renuncia a sus, casi, 81 años: "Por edad, por cerrar un ciclo, por lógica, por todo".
Parece un gesto más de sabiduría volver al punto de partida, a la provincia de Cádiz, para hacer balance de su paso por el cargo, en dos etapas distintas "en la Defensoría", dos ciclos separados, de dos y de once años.
Mientras llega el adiós, sigue en la tarea eterna, sísifo de la palabra. A reunirse, siempre reuniéndose. En confesionarios laicos de todo tamaño y ubicación. Con cien o con una. Con vecinos, alcaldes, concejales, funcionarios, presos, profesionales, con asociaciones y particulares, con afectados, con resignados y desesperados. Para atender peticiones, siempre quejas, necesidades y urgencias.
Es lo que se espera de un Defensor del Pueblo aunque, en el caso de Maeztu, cuesta distinguir un empeño del anterior. Han sido 55 años de solidaridad aplicada desde que llegó "en 1969 al Cerro del Moro de Cádiz".
Luego, muchos saltos. Cádiz, Salamanca, Madrid, Suramérica, muchas veces Sevilla, programas sociales de todo tipo, "uno de los primeros, encargado por Olof Palme" mito progresista sueco, asesinado al salir de un cine en los años 80. Actuaciones, retos, con o sin iglesia de por medio. Con una administración o con otra, el trabajo, la vocación, es siempre lo mismo.
"Alguna vez, algún político me dijo que ayudar a los que menos tienen es echar perlas a los cerdos. El que dice eso no cree en el ser humano. Yo, sí"
Seis décadas completas de servicio a un ente desconocido, cambiante, tenebroso y a ratos luminoso llamado "los demás". Más de medio siglo "de utopía, de intentar la poesía en la política, no me canso, no me decepciono. Bueno, sí. Me duele, me he llevado muchos golpes pero me alimento de ese dolor para volver a intentarlo".
"Dos pasos adelante y uno atrás. Prueba y error, como en la ciencia. Alguna vez, algún político me dijo que ayudar a los que sufren, a los que menos tienen, es echar perlas a los cerdos. El que dice eso no cree en el ser humano. Yo, sí. Creo que tenemos dentro lo mejor y lo peor de este mundo".
Con ese poso filosófico llevado a la práctica personal y al ejemplo, pulido con una experiencia vital abrasadora para cualquier ánimo menos templado, encara el final de su trayectoria.
Cuando apareció en los barrios gaditanos más necesitados, poco antes de que lo hiciera la droga, venía de la Universidad Pontificia y era párroco, filólogo y teólogo. De lo primero se salió pronto. Descubrió como "cura rojo" que era [sonríe con cierta ironía por la definición] la necesidad de atender y ayudar, se hizo adicto a intentarlo.
Estudió Derecho (además de Relaciones Laborales y algo de Historia). Lo ejerció con una insólita vocación de servicio, "si no ganas, no cobras", y luego saltó a la docencia universitaria (profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Sevilla) para intentar transmitir esperanza en otras versiones. "La fe se contagia por contacto directo, como una enfermedad, de persona a persona. Y no me refiero a la religiosa, hablo de la otra".
Más tarde, en los años 90, apareció el contacto con la reciente oficina del Defensor del Pueblo andaluz. Fue creada hace 40 años (1 de diciembre de 1983) y anduvo cerca desde el principio, junto a José Chamizo. Ahora admite orgulloso que la institución tiene "prestigio", cada año recibe más peticiones que el anterior.
Debe de ser esa fe cívica contagiada. "Los ciudadanos, los que han solicitado nuestra ayuda, son consultados y nos dan más de un siete de nota media. Ninguna otra institución pública supera el cuatro".
Hay pruebas de la cercanía y la confianza. Aunque juega en casa y eso resta valor al diagnóstico, la ciudadanía le siente propio. Por la calle, de regreso del almuerzo en una venta a los pies de la hermosa colina asidonense, le paran una docena de veces camino de la sede de la Mancomunidad de La Janda.
Con todos se detiene sin prisa. La capacidad de escucha y atención también es un talento. Si se entrena se puede llegar a ser un atleta de la compasión y la comprensión.
Ha conocido tantos casos como investigador, como mediador, que puede realizar el retrato robot de la pobreza en Andalucía: "Es mujer, es bastante mayor y gitana o de piel oscura".
A esa mayoría femenina y anciana, morena o flamenca, nunca la compadece, la admira, reclama que se le acompañe: "Al final, son las más fuertes, las que lo sostienen todo".
Los niños son el otro grupo emocionante. "Recuerdo todavía a mis golfos del Cerro del Moro. Eran los mejores golfos del mundo, qué buena gente eran". Prefiere agruparlos a todos, de cualquier edad, sexo, raza y domicilio en un solo grupo, "los que tienen hambre de igualdad, los que sufren porque el código postal te marque la vida más que el genético".
Tanto tiempo de oír, tantas reclamaciones e intentos de auxilio dan para fijar prioridades. "La vivienda siempre es el drama". La atención sanitaria siempre está a la altura en la división por bloques temáticos: "Retrasar cinco años una ayuda por dependencia es una forma de crueldad".
Como media, en los últimos años, el Defensor del Pueblo realiza unas 25.000 actuaciones en cada ejercicio, entre quejas y consultas, de 30.000 personas. Son 30.000 casos: "Cada uno es una historia de dolor".
Ese tipo de expresiones y creencias le convierten en un alienígena de las instituciones públicas, un bicho raro en las estructuras políticas. "La Defensoría es incómoda por naturaleza. Debe serlo. Debe ejercer el cuarto poder. Representa un perfil democrático precioso porque es la administración que se critica a sí misma, el sistema controlando al propio sistema".
Está convencido de la utilidad de la oficina, del cargo y de la figura, por eso lamenta que puedan llegar dificultades en el relevo. Son necesarios tres quintos de los diputados autonómicos para nombrar a la persona que le dé relevo.
Con el actual reparto de escaños, parece difícil. PP y PSOE, por ejemplo, tendrían que apoyar a la misma persona este próximo otoño. Vox, que tiende a considerar chiringuitos burocráticos este tipo de figuras, tendría que respaldar.
"Siento la necesidad de recordar, de escribir lo que he visto y oído, lo que he vivido con tanta gente"
Maeztu prefiere ser optimista y no verse muchos meses en situación de interinidad o contemplar desocupado, vacío, su actual lugar. "Lo pienso y lo digo cuando veo el caso del Consejo General del Poder Judicial, cinco años sin renovarse ¿Es que no existen 20 mujeres y hombres honestos para ocupar esos cargos? ¿No hay personas para ser Defensor del Pueblo? Seguro que sí. Espero que sí".
Sin mencionar cuotas ni causas feministas, admite que le gustaría tener sucesora antes que sucesor. "Sí, me gustaría que fuera una mujer pero no debo entrar en el proceso, claro". Si son mayoría en el sector de los desamparados, de los que necesitan justicia y ayuda, que también estén al frente de la institución que aspira a representarlos. Espera que, ojalá una mujer, haga suyo el lema en la fachada de la oficina: "No asumamos como normal lo inaceptable".
Al actual representante, al asidonense Jesus Maeztu, le espera un retiro activo. "Siento la necesidad de recordar, de escribir sobre lo que he visto y oído, sobre lo que he vivido con tanta gente. Lo mejor y lo peor. No tengo ninguna oferta ni un plan serio, ya veré, pero quiero escribirlo. Todo lo maravilloso y lo horroroso que he conocido".
Resulta comprensible la necesidad de compartirlo cuando se le pregunta por alguno de esos casos espantosos, por eso que define como lo peor del ser humano: "A una mujer, los traficantes que le habían traído a España, al llegar a tierra, para machacarla, le admitieron que la carne que había comido en la travesía para sobrevivir era de su propio hijo".
Hay que tener fe en la especie para conservarla después de oír eso.
"En el Polígono Sur de Sevilla, cada tiro significa retroceder diez años"
Uno de los encargos más reconocidos de Jesús Maeztu en su trayectoria como servidor público fue comisariado único para el Polígono Sur de Sevilla, una de las zonas más empobrecidas, marginadas y conflictivas de España. "Eran más de 50.000 personas, de las que 10.000 son gitanos, un colectivo al que se acusa de forma genérica, agrupada. Como si a los payos se les considerara violadores cada vez que uno es condenado por violación".
"Hubo una evolución en aquellos diez años, más de 2.400 viviendas rehabilitadas y legalizadas, once equipamientos públicos inaugurados, incluso un hospital, una residencia de mayores, escuelas-taller... Hay una inmensa mayoría de buenas personas, trabajadoras, con una capacidad participativa asombrosa". Su convicción le permite ser crítico y realista. Admite que algunos pasos administrativos hace años amarran esa zona de Sevilla a una cadena que parece perpetua. "El traslado de Los Bermejales fue una herida de muerte. También la aparición de algunos clanes, minoritarios, que inician otras luchas con otras reglas".
Cuando conoce episodios como las dos muertes recientes en una pelea entre familias, con varios menores implicados, le tienta el desánimo: "Cada tiro significa retroceder diez años. Cada disparo hace que miles de personas piensen que todo sigue igual pero se ha avanzado mucho. Los que sólo hablan de seguridad no quieren que haya progreso, sólo quieren acotar allí a determinadas personas, ocultarlas en esa zona".
No le gusta que la llamen Tres Mil Viviendas: "Es peyorativo y es un error porque la zona donde hay más dificultades está en una manzana que se llama 800 viviendas y no hay que confundirlas con el resto". Como canto de optimismo, Maeztu añade un último dato: "En El Vacie, también en Sevilla, se ha conseguido que un 69% de población salga y se integre en otras zonas de la ciudad sin conflictos, con éxito. Hablamos de más de dos tercios de la gente que vivía en chabolas fuera de ese entorno. Esto demuestra que es difícil pero es posible. Las mafias, los delincuentes, siempre se aprovechan de la necesidad de la gente, no quieren que nada cambie pero los demás no podemos cansarnos de intentarlo".