Víctor Ochoa (Madrid, 1954) ha contemplado, dos décadas después de las inauguraciones (sonadas, controvertidas, enormes… como su vasta trayectoria artística), sus dos grandes obras en Jerez: el monumento de Jerez a Lola Flores, artista inmortal cuyo centenario de su nacimiento se celebra este 2023, y el Minotauro, una de las mayores esculturas al aire libre de España. Pocos recuerdan ya cuánto costaron, pero ¿cuánto vale un símbolo, en estos tiempos en los que se conoce el precio de todo y el valor de nada?
Son dos de las grandes obras que jalonan los más de 40 años de carrera artística del sobrino-nieto del Premio Nobel Severo Ochoa. Un escultor que ha dejado su legado esparcido por ciudades tan dispares como Madrid —probablemente el escultor con mayor número de obras en la capital de España, aunque a raíz del covid se le asociara torticeramente con Díaz Ayuso a raíz de una polémica escultura homenaje a los héroes del covid—, San Juan de Puerto Rico, Caracas (Venezuela) o Cartagena, donde su impresionante Zulo (homenaje a las víctimas de la barbarie etarra) es todo un icono.
En el caso de Lola y el Minotauro, esculturas inauguradas entre marzo y mayo de 2003, en el ocaso de Pedro Pacheco como alcalde plenipotenciario de la capital del sherry, sendas obras en bronce son símbolos, para bien y para mal, de aquel Jerez rabiosamente transformador y de aquella ciudad contemporánea que quería salir a flote tras la hecatombe de la industria bodeguera.
Ambas piezas, en todo caso, son fruto, como ha dejado claro este martes en el barrio de San Miguel, de su total libertad creativa y artística. “En pocos sitios he tenido mayores facilidades y menos condicionantes. Hubo un respeto absoluto a dejarme hacer las cosas como yo creía, y eso no es tan normal”, cuenta en exclusiva a lavozdelsur.es el artista. Arquitecto, estudioso de las bellas artes y la anatomía y la disección humana —hizo prácticas en el Hospital Clínico de Barcelona—, Ochoa pasea entre el patrimonio arquitectónico del centro histórico con asombro.
Espigado, se atusa el pelo. Divisa desde Madre de Dios su Minotauro. Antes, contempla el monumento a La Paquera en las puertas del Sol. "Es otro tipo de escultura; creo que esta es más lo que la gente espera y es más fácil de recibir. Yo voy por otro lado". Aun así, preserva la capacidad de asombro a estas alturas de una vida y obra que viene de vuelta, pero que sigue acumulando sueños: "Tengo una carpeta que se llama ‘Jerez’. Me gustaría cerrar con una tercera obra, dedicada al genio literario de Caballero Bonald, o al caballo y el rejoneo… Ojalá”.
Más allá de eso, sus diseños viajan desde su estudio en Madrid rumbo a Estados Unidos, donde "afortunadamente el mecenazgo financia obras de arte". "En España todo lo que esté relacionado con la cultura y el arte se suele ver como un gasto, cuando realmente es una inversión, comprar un icono para una ciudad, ¿cuánto vale? Eso es una inversión", replica sobre un momento especialmente comprometido para el mundo del arte. Aquí une otro handicap en las administraciones públicas: “Antes, el que está arriba pensaba que una cosa era buena y establecía una serie de normas para que lo de abajo fácilmente se pudiera solucionar. Ahora prácticamente se ha invertido, con lo cual todo son problemas para sacar adelante grandes proyectos artísticos”.
Junto a Pedro Pacheco, el alcalde al que tacharon de muchas cosas, el regidor jerezano al que la Justicia condenó por enchufar a dos compañeros de partido —y al que el actual Gobierno deniega el indulto para que pueda volver a la vida política—, Ochoa recuerda aquella inauguración del monumento de Lola Flores.
Cuando Lolita se topó con su ex en la barra libre de la fiesta por el monumento
Recuerda perfectamente el proceso. Cómo buscaba el concepto antes que el tópico, y cómo hizo que Lola se recogiera casi como una faraona momificada. “¡Claro que recuerdo que hubo polémica! Me monté en el taxi para ir a la inauguración y el taxista, que no sabía que yo era el escultor, me dijo que él sabía qué significaba, que allí no se veía a Lola, que se veía a toda la familia Flores; a lo mejor utilizó esa lectura algún día… es un pedazo de bronce que me sigue atrayendo mucho. El proceso de fundición fue muy largo; uno trabaja y va encontrando un camino y la verdad es que en el momento se decide y cree que está en lo acertado, pero nunca lo sabes del todo, la certeza la tienes luego con el tiempo. Evidentemente, esta era una fuerza contenida, en vez de que los brazos con el traje volaran, se movieran, el movimiento es la sensación de que eso va a explotar”.
Y llegó Lolita, que fue la que pidió a José Antonio Carmona, por aquel entonces director de Onda Jerez, que si Jerez dedicaba una escultura a su madre la materializase Víctor Ochoa.
“Yo no conocía de nada a Víctor, pero fue Lolita la que lo sugirió, creo que a raíz de su monumento a Paquirri en Sevilla (1989), y así se hizo”, confiesa Carmona, presente en el recorrido. Hubo barra libre en el barrio, que estaba en plena transformación, en Villapanés iba a ir el museo dedicado a la genial artista que finalmente abrirá en la Nave del Aceite, y allí se topó Lolita con Ochoa y hasta con Guillermo Furiase, su ex, que también acudió a los festejos por el acontecimiento.
La duquesa de Alba, Juanito Valderrama y Dolores Abril, José Mercé, Antonio Canales… "Es un orgullo que mi madre esté en su barrio, en su tierra, hecha por Víctor Ochoa que ha hecho una faraona de verdad”, dijo Lolita ante los presentes, según recoge la crónica del ¡Hola! de aquel marzo de hace dos décadas.
Tonelada y media en más de tres metros: "No hay cabeza pero solo hay humanidad"
A los pocos meses de aquello, un domingo de motos, en apenas una jornada de trabajo, se alzaba imponente la mole del Minotauro. Orientada hacia Creta, representa “la parte más humana, la humanidad, la respiración”, del Minotauro (de ahí la ausencia de cabeza) vencido tras su lucha contra Teseo y huyendo hacia la isla. Más de tres metros y tonelada y media de bronce en una rotonda donde “la idea era que todo el mundo centrara la mirada en esto, no en el caótico urbanismo y el tráfico que la rodea”. A los pies del Minotauro, 20 años después, despojado de las camisetas ocasionales que le plantan —ya fuese por el ascenso del Xerez a Primera o cada 25N por el día contra la violencia machista; la resimbolización de un símbolo—, la obra de arte muta en los colores del bronce. Ochoa se interesa para que puedan limpiarla los responsables municipales, pero tampoco le inquieta demasiado.
"Es uno de los trabajos de los que me siento más orgullo, absolutamente", admite. Solo hay que echar una ojeada a su currículo para ver que decir eso es decir mucho entre tanta producción y también entre exposiciones nacionales e internacionales (Miami, Maastrich, Lago di Garda.)… Pero no miente: "Me satisface mucho por la escultura en sí, por dónde está, y porque, al final, con lo que pretendo es las esculturas es que, ya funcionen bien o no funcionen, se acaben convirtiendo en emblemas de la ciudad y ya la gente las coja para sí. Creo que eso se ha conseguido. El trabajo es muy bonito".
Un libro que le entrega Carmona recoge todo el proceso creativo en su antiguo taller en Madrid hasta traer a Jerez al Minotauro, montado sobre su eje en un solo día de trabajo. Una obra faraónica que ya es todo un símbolo y parte del skyline de la ciudad. “Era como un submarino, lo recuerdo muy complejo”, rememora Ochoa. Antes de despedirse, el artista madrileño se para y reflexiona: "Jerez vive y vivirá de su esencia, y si hay en España una ciudad que podría ser síntesis de lo que es este país, esa podría ser perfectamente Jerez".
Acto seguido, pregunta al aire: "¿Cómo era eso..?" Y se responde a sí mismo: “Ah, sí, sí, me encanta Jerez”.
Comentarios (1)