Estudiar un grado universitario es una odisea, pero atreverse a hacerlo con una dificultad en el aprendizaje lo es aún más. Algunos valientes demuestran que nada es imposible con esfuerzo e ilusión, y que tener una característica diferente en el cerebro no es ningún impedimento. En el Día Internacional de la Dislexia se hace visible este trastorno del neurodesarrollo permanente que somete a los estudiantes a la incomprensión y el sufrimiento ante la falta de empatía.
El camino no ha sido fácil para Paula García, una jerezana de 23 años graduada en Sociología por la Universidad Pablo de Olavide que acaba de terminar un máster en Educación y Derechos humanos en la Universidad de Granada. Su diagnóstico llegó en 5º de Primaria, con unos 9 años. “Yo no sabía ni que eso existía ni que eso podía existir. Ese año me había quedado lengua, matemáticas, inglés, naturales, y eso era raro”, explica. A la joven se le hacía un mundo hacer dictados y lecturas. Las personas con dislexia pueden tener problemas con la comprensión, la fluidez y la precisión lectora, aunque cada caso es diferente.
“Cuando entré en la ESO fui totalmente consciente de que tenía que esforzarme más, el doble o el triple que mis compañeros”, cuenta a lavozdelsur.es. Debía dedicarle más horas al estudio para sacar el curso adelante, lo que suponía un sacrificio. “Toda la vida social que hemos dejado atrás”, destaca Paula que se llevaba preparando las asignaturas desde las 16.00 hasta las tantas. “Que te llamen tus amigos para salir y no puedas porque todavía tienes que hacer cosas. Hay días que me vengo abajo y digo, hoy no quiero ser disléxica”, comenta la estudiante.
“La vida social la hemos dejado atrás”
A Alberto Beltrán, jerezano de 23 años, le pasaba lo mismo. Siempre sacó notables, pero gracias a que se pasaba de 16.00 a 22.00 horas entre libros, y eso que estaba en Primaria. “Para cualquier niño es impensable”, dice desde Málaga, donde estudia un máster de Psicopedagogía tras completar el grado de Educación Primaria en la Universidad de Cádiz. En su caso, no supo que tenía dislexia hasta que cumplió los 16. “Tardísimo. Fue un shock en su momento, pero también un alivio, porque estar 16 años de tu vida trabajando como un mulo y viendo que tus compañeros van a un ritmo un poco más rápido…”, lamenta.
Alberto y su familia lo pasaban muy mal cuando se referían a él como “niño chico o inmaduro” pese a que ponía todo de su parte durante horas, incluso llegó a sufrir acoso escolar. Fue una librera de Jerez, la que le animó a que se hiciera pruebas. “Inesperadamente una persona que no trabaja en el mundo de la educación te dice eso, después de estar 11 años en un gabinete psicopedagógico”, expresa con rabia. Desde que le diagnosticaron esta dificultad, todo cambió. Se dio cuenta de que “no era tonto, ni torpe ni menos inteligente, simplemente necesitaba aprender de una manera diferente”.
"Te encuentras a personas que te infravaloran"
Estos jóvenes luchadores se han encontrado con todo tipo de obstáculos, sobre todo en las etapas obligatorias. “Una profesora de lengua de la ESO le dijo a mis padres: -Ponle una tiendecita de flores a tu hija porque no va a llegar a nada”. Paula recrea las duras palabras a las que se enfrentaron nada más pisar el instituto. Según su experiencia, “frustra bastante que luches por aceptarlo y te encuentres a personas que te infravaloran y no te dejan avanzar”. El orientador del centro nunca le prestó atención y cuando le tocó hacer la selectividad, tuvo que completarla sin adaptaciones. Nadie tuvo en cuenta su dislexia.
“Cuando Alberto se iba a presentar al B1 de francés, un profesor le dijo, por ti no apuesto ni un duro, y se trajo el B1 con la máxima nota de todos los que fueron”, recuerda su madre, Lucía Alcántara, presidenta de la Asociación Dislexia Cádiz, constituida desde 2015. Ella ha sentido esa incomprensión cuando al buscar apoyo en la provincia descubrió que no había ninguna asociación.
No se quedó de brazos cruzados y apostó por ella, una sinergia entre familias que hoy en día arroja esperanza entre tantas trabas. “Una vez me dijeron que mi hijo tenía dislexia en lengua, pero no en inglés”, confiesa la jerezana que no se cansa de reivindicar la falta de formación entre los docentes con respecto a la atención a la diversidad. Afortunadamente, también se ha encontrado con profesores “encantadores” que están dispuestos a tender su mano.
“Hay muchos que se quedan por el camino”
Paula y Alberto se identifican como dos de los pocos estudiantes con dislexia que deciden entrar en la universidad. “Hay muchos que se quedan por el camino por el nivel de agotamiento mental que supone”, dice Paula. La constancia, la resiliencia y el tesón han sido sus aliados en esta etapa “muy dura” en la que ambos lo tenían interiorizado y sabían las pautas que debían seguir.
Para Alberto, conocer su autoconcepto es fundamental para este proceso. “Cuando uno sabe sus dificultades y sus potenciales trabaja muchísimo mejor y su autoestima mejora”, explica al otro lado del auricular. Una pizca de gestión emocional y otra de fuerza. No hay trucos, sino interés.
Los jóvenes han tenido que trabajar desde el inicio del curso y gestionar los tiempos para superar sus exámenes “De hoy para mañana no me puedo aprender una ley, pero si la trabajo poco a poco sí”, comenta Alberto que también estudió piano profesional, un vehículo que le ayuda a salir adelante en situaciones de agobio.
En la universidad, han requerido de ciertas adaptaciones como un poco más de tiempo para realizar los controles o, en el caso de Paula, que no le bajen la nota por las faltas al tener disortografía. Según dice, “tengo que revisar que no he escrito ninguna palabra con las letras al revés. Para mí son muy complicadas las v, las b, las j, además siempre voy a tener faltas”.
Los estudiantes necesitan estar en las primeras filas del aula para evitar distracciones y poder realizar preguntas cuando se examinan, porque a veces no entienden el enunciado. Alberto cuenta que realizó algunas pruebas de forma oral mientras en las escritas le dejaban más tiempo. Además, tenía apuntes en tamaño Din A3 para facilitar la lectura.
Cada maestrillo tiene su librillo. Ellos utilizan técnicas y recursos en función de su necesidad-como la lectura en voz alta- y llevan su portátil para coger los apuntes. “En el colegio el profesor va escribiendo y borrando, y al final eres la lenta que vas pidiendo apuntes, pero en la universidad, al menos, puedo escribir mirando la pizarra”, explica Paula. A ella le resulta complejo leer, escribir los textos, escuchar al profesor y procesarlo todo al mismo tiempo. “A lo mejor mis compañeros en media hora tienen los apuntes y yo tardo tres horas en mi casa”.
“Me dijeron que yo no podía estar dentro de la universidad”
Su testimonio visibiliza el duro trabajo al que se enfrentan las personas disléxicas a lo largo de su carrera. En general, los docentes universitarios se esmeran en facilitar su estudio y acompañarles en este farragoso trayecto. “Tuve la suerte de tener una profesora que cada vez que venía a clase me traía el material con la tipografía que me viene mejor”, cuenta el jerezano. Pero como en todos los sectores, también se toparon con profesores menos empáticos.
En tercero de carrera, un profesor le llegó a decir a Paula que “con esa redacción yo no podía estar dentro de la universidad”. Y cuando fue a exponer su TFM una profesora de educación que formaba parte del tribunal le soltó un comentario indeseado. “Me preguntó que si había hecho el TFM el sábado por la noche de borrachera. Me quedé blanca. Mi tutora había informado al tribunal de mi dificultad, yo espero que no lo hubiese leído, porque si no, decirme eso…”, cuenta la joven sentada junto a Lucía, que la mira con admiración.
“Hay mucho daño”, dice la presidenta que alza la voz en un día de reivindicaciones. Las familias sufren abandono por parte del sistema educativo. No encuentran respuestas a tantas preguntas que pululan por sus mentes y la soledad se apodera de ellas cuando aflora la incomprensión.
“Aprender no puede doler, porque si duele, algo estamos haciendo mal”
“Debemos tener la vista puesta en que hay 25 personas, que cada una es diferente y que hay que escucharlas más antes de pensar en dar un determinado contenido”, manifiesta su hijo, como futuro profesor, que está convencido de las palabras de su madre. Ambos lanzan este mensaje para que los más pequeños de la asociación dejen de vomitar antes de ir al colegio y ya no se les caiga el pelo por el estrés. “Aprender no puede doler, porque si duele, algo estamos haciendo mal”, dicen casi al unísono.
En la provincia de Cádiz hay registradas 250 familias que viven la dislexia de cerca, un 10% de la población. Según la presidenta, “es la dificultad del aprendizaje con mayor número de personas afectadas y faltan todavía por identificar”.
Jerez se ilumina de turquesa este 8 de octubre por aquellas personas que tienen dislexia y no lo saben y por aquellas que están en la batalla. La misión es concienciar de que esta dificultad está detrás de aproximadamente cuatro de cada seis fracasos y abandonos escolares.
“Ellos aprenden de una forma distinta, pero el sistema educativo está obsoleto y no les permite brillar en sus capacidades. Tenemos que eliminar estas barreras. ¿Por qué si su dificultad está en la lectura y la escritura, todo lo tienen que hacer a través de ellas?”, añade la presidenta. La voz de Paula resuena una mañana soleada en la Alameda Vieja de su ciudad natal: “Déjame aprender como yo sé aprender”.