En la Plaza del Pumarejo se apuran los últimos cafés de la mañana, pero ya huele a sofrito. Las personas que integran el proyecto Mujeres Supervivientes llevan desde las nueve entre fogones y preparativos, porque es miércoles y toca repartir alimento a quienes más lo necesitan. Su comedor social, lejos de ser una propuesta asistencialista, se presenta como un espacio de convivencia, amor y acompañamiento, enmarcado en uno de los edificios señeros de la lucha vecinal sevillana, y que por la situación de pandemia se han visto con la obligación de desarrollarlo en la calle.
Dentro del comedor hay un grupo de mujeres que no paran quietas en un traqueteo incesante de cacerolas y táperes. Se acerca la hora del reparto y la coordinación es total, aunque siempre hay tiempo para una sonrisa o un abrazo. Las puertas están abiertas, pero una mampara avisa de las medidas actuales de seguridad con un mensaje de cuidados y agradecimiento. Tras ella una mesa donde irán los táperes, y algo más atrás, otra donde ya están colocadas las rebanadas de pan que recibieron como obsequio de una panadería amiga. Hoy es un buen día, porque además de repartir un plato de comida, podrán entregar otro tipo de alimentos básicos como galletas, latas de conserva, caldo o leche, gracias a las donaciones particulares y del banco de alimentos.
Para conocer los orígenes del proyecto hablamos con Antonia Ávalos, historiadora mexicana y fundadora del proyecto, que migró a España en 2008 junto a su hija huyendo de la violencia machista. A raíz de su llegada fue consciente de la violencia estructural que sufrían las mujeres migrantes y comenzó a trabajar en el acompañamiento de otras mujeres en la misma situación. “Mujeres Supervivientes surge para paliar el daño, pues nos sentíamos infravaloradas, en una situación de infraciudadanía, machacadas por el patriarcado y por el machismo", acierta esta mujer, que se congratula de la "evolución cualitativa" que ha tenido el proyecto. "Comenzamos con mucho miedo y angustia, no nos sentíamos merecedoras de ningún derecho, en mitad de toda esa violencia que nos excluía de según qué ayudas y políticas sociales –explica– Y no es que ahora sea diferente, pero hemos aprendido a sabernos ciudadanas del mundo y de este país, de reconocer nuestra valía y desarrollar esa capacidad de resiliencia, mientras nos aceptamos migrantes, y entendiendo que las personas migramos por la guerra, el hambre, la precariedad y otras violencias que nos atraviesan".
Shaan es inglesa de origen indio, llegó al proyecto por casualidad y siente que ha encontrado una familia. "Cada día que vengo lo doy todo, pero siento que recibo muchísimo de mis compañeras y compañeros", reconoce. Los martes se organizan para preparar los alimentos con los que cocinarán el plato del día siguiente, y en esas se genera un espacio que todas entienden de "cuidados, escucha y amor, mucho amor". En esta entidad la mayoría son mujeres migrantes, pero está abierto a cualquier persona que quiera construir en colectivo desde la calidez y el cariño. Es por eso que el mero hecho de cortar cebolla se convierte en una trinchera de resiliencia, sororidad y feminismo. "Lo más bonito que tenemos es esa comprensión de la diversidad, del respeto y el amor mutuo; ese cuidado y caminar juntas, ya que podemos tener diferencias, pero no desde una mirada supremacista de privilegio, sino de una diferencia normal para generar debate, reflexión y enriquecer nuestras praxis políticas y nuestras concepciones del mundo”, detalla Antonia.
Las ollas están que arden y Adriana comienza a colocar los táperes para ir vertiendo la comida. Esta periodista argentina conoció el proyecto a través de una amiga y se "enamoró de él" tras una entrevista que le hizo a Antonia. "Aquí me di cuenta de la importancia de hacer feminismo a través de una olla", afirma. Para ella, estar en Mujeres Supervivientes supone responsabilidad y compromiso: "Cuando ves los cuidados con las gafas violetas en tiempos de pandemia y necesidad, te das cuenta cuán importante son, pero no solo la comida, sino en el amor, el cariño y la dignidad”. El proyecto no se limita al aporte alimentario, sino que también acompañan a mujeres que estén sufriendo violencia machista y quieran tomar un rol activo en la ruptura de los ciclos de violencia.
Además de ser un espacio interseccional, donde la mayoría de sus integrantes son mujeres migradas y racializadas a las que atraviesan infinidad de opresiones, incluyen a hombres que tienen revisados sus privilegios. En Mujeres Supervivientes creen en un feminismo del sur, comunitario y decolonial, alejado de postulados hegemónicos, "como el del feminismo europeo", que, a juicio de Ávalos, "tiene privilegios en todos los sentidos y debe revisarse y no hablar por nosotras, ya que solo nosotras sabemos lo que nos duele, lo que nos afecta y a lo que tenemos derecho como mujeres migrantes con nuestros saberes, y con todo lo que hacemos". Asimismo, entienden el feminismo junto a los hombres para "desmontar su machismo, privilegio y masculinidad tóxica", y de esta manera "construir ternuras juntos, tanto en los talleres como en las práxis políticas de los cuidados", indica Antonia.
Lucero es uno de los tres hombres que se encuentran manos a la obra en el comedor. Tiene 28 años y es de Constantina, un pueblo de Sevilla. Al igual que sus compañeras, para él "no es una cuestión de alimentar el cuerpo, sino también de alimentar el alma”. Deja claro que su posicionamiento en el grupo es el de "acompañamiento desde la horizontalidad" y asegura que, por su identidad y orientación sexual, siempre se ha sentido muy bien rodeado de mujeres. Lucero considera que el trabajo en red que desarrollan "potencia la comunicación entre las personas dentro y fuera del entorno". Y, además, sostiene que el carácter intergeneracional genera "un aprendizaje constante" que le devuelve a esos espacios tan propios de las mujeres andaluzas, en los que se sentaban a cocinar juntas y hablar de "sus historias de vida".
Dolo es una conocida veterana en los activismos de Sevilla. Pertenece a la organización Entre Pueblos y reconoce a las mujeres migrantes como sus "hermanas", pues para ella que hizo su proyecto de vida sola, "es muy gratificante encontrarse en el comedor a tantas mujeres luchadoras abriéndose camino". Es una experiencia, dice, que le llena de "energía, dulzura, cariño y respeto". A Dolo le encanta cocinar, pero sobre todo le encanta estar entre fogones acompañada de mujeres, algo que considera "sanador". Respecto a los platos que cocina, asegura estar muy ligados a la cocina mediterránea. "Los platos que hacemos suelen llevar legumbres y mucha verdura, siempre con aceite de oliva y productos de temporada", comenta. Disponen de opción vegana o vegetariana y procuran que los alimentos vengan de circuito corto de producción. “Nosotras nunca salimos del barrio, tanto los usuarios del comedor como los proveedores suelen ser gente de la zona”, asegura esta activista, que defiende el derecho a migrar de las personas y denuncia "las situaciones que expulsan a la gente de sus países, a través de los extractivismos, la contaminación y los gobiernos corruptos que olvidan al pueblo pobre".
Ya es la una y van llegando las primeras personas a por su plato de comida. La mesa con mampara se llena de táperes con potaje de garbanzos. La ración es generosa y cuenta con un par de rebanadas de pan, servilletas y cubiertos. Desde el colectivo explican que el perfil de usuarias es muy diverso, sobre todo con la llegada de la pandemia, ya que van desde madres solteras, personas mayores, estudiantes, familias completas, mujeres migrantes o del barrio, y trabajadores que no llegan a final de mes. En este sentido, Antonia insiste desde la mirada ecofeminista en que “esta pandemia no es solo una crisis de salud, sino es una crisis que tiene que ver con el cambio climático, con la explotación de los recursos de la naturaleza, con esta mala distribución de la riqueza y la desigualdad. En esta crisis de la naturaleza y de la vida misma se ha trastocado esta certeza de que teníamos una sanidad que se vendía como lo máximo, pues ya nos dimos cuenta en sus entrañas, que ese discursos de la demagogia política, era insuficiente, y que la corrupción la ha mermado”.
Las caras de agradecimiento a través de la mascarilla se adivinan en el brillo de los ojos de las personas que acuden a las puertas de este comedor. Poderosa es la fuerza del cariño y la solidaridad. Son mujeres ayudadas por sus taca-taca, obreros con los monos de trabajo, señores mayores con boina, parejas jóvenes, personas sin hogar... "Podrían ser cualquiera de nuestros amigos o familiares", reconoce Shaan. Todas y todos están agradecidos, y comparten un rato de conversación con las colaboradoras de Mujeres Supervivientes. En un clima de simbiosis, en el que cada cual se lleva algo positivo, Lucero reconoce sentir "como una euforia sana". Suelen repartir entre 130 y 150 platos de comida cada miércoles, y en el caso de quedarse sin comida, tiran de latas de conservas porque "aquí nunca se le niega un bocado a nadie", aseveran.
Desde hace dos años Mujeres Supervivientes se autogestiona sin ninguna ayuda institucional. Parte del alimento seco le llega a través del Banco de Alimentos, y el resto corre a cuenta de las propias integrantes del colectivo o de la buena voluntad de los comercios y personas de la zona. "También están donando mascarillas y productos de higiene íntima", añade una de las compañeras. A propósito de la falta de apoyo institucional, Antonia expresa que le duele mucho que "el Gobierno de la Junta priorice el poder a consta de la vida de las mujeres, porque recortaron presupuestos en ayudas y ha sido más importante mantenerse en el poder que ceder en relación a la integridad y a la dignidad de las mujeres”.
Carlos y Pepi son vecinos de la zona y llevan viniendo al comedor desde hace años. Carlos dice que el trato con "las niñas" es "maravilloso" y asegura que "siempre estoy loco por que lleguen los miércoles, ya que la comida que preparan aquí es distinta a la de otros comedores sociales". La clave parece estar en que "la hacen más casera y con más cariño", pues "se nota que lleva su tomatito, su cebolla, su ajito y su condimento”, expresa mientras hace el gesto con las manos de cuando una comida está buena de verdad. Además, admite que les ayudará siempre que lo necesiten, "al igual que ellas lo hacen con nosotros". Por su parte, Pepi, que llega con su carrito, solo tiene palabras de cariño hacia Mujeres Supervivientes: "Son maravillosas", exclama. Y preguntada por qué, responde meridiana: "Porque hacen una comida hecha con el alma". Queda todo dicho. Aunque Pepi vuelve al ataque y pregunta: "¿A ti te gusta la Semana Santa? Si quieres te canto algo. Fíjate que el otro día había aquí un cumpleaños, entré a cantar y me dieron un roscón de reyes". El agradecimiento del barrio a estas mujeres supervivientes es infinito; porque el amor es la respuesta.