La brisa mañanera se siente en un remanso de paz localizado en San José del Valle. En una finca histórica de 475 hectáreas el calor todavía no ha hecho de las suyas. Sentado ante unas impresionantes vistas al cerro del Viento, de los Borregos o del Gigante, un andaluz sin acento, nacido en Ronda, pero criado en El Puerto, disfruta de la tranquilidad.
“Este lugar me transmite calma, pero hay días de mucha batalla”, dice Manuel Troya, de 36 años, propietario de la finca Pajaretillo donde instaló la agroganadera La Tagarnina. Allí, rodeado de naturaleza, se dedica a desarrollar un sistema novedoso de producción en el sector primario. Como él dice, “hacemos algo que nunca se hace, diseñar una finca”. Sus pies pisan un terreno que conoce desde muy pequeño, pero que hasta entonces no se había sometido a una gestión diferente.
Es la tercera generación de la familia que comenzó en la ganadería en esta zona. Su abuelo vio la oportunidad en los años 60 y, después, su padre continuó el legado que él tomó hace ocho años. Por entonces, su actividad laboral nada tenía que ver con el campo. Manuel se formo como ingeniero industrial en Madrid y, desde entonces, trabajó en coordinación de proyectos en Lille y en París, Francia, y en Hamburgo, Alemania.
Con una carrera ya consolidada tras una década en este mundo, y conocimientos en idiomas —inglés, francés y un poco de alemán—, su vida dio un giro. La muerte de su padre, a los 63 años, le llevó a coger las riendas de la finca familiar en 2015. “Mi hermano empezó a ocuparse mas activamente, luego entré yo. Descubrí una pasión, me alucina todo lo que rodea a una finca”, comenta el ganadero.
El silencio inunda el terreno. Tan solo se escucha el vuelo de una abeja o el crujir de sus zapatos. Manuel admira el paisaje. “Me hubiese gustado mucho vivir esto con mi padre”, suspira. Cuando llegó a la finca no tenía ni idea de los entresijos del sector, aunque sí un bagaje profesional analítico que le ayudó a recoger todo tipos de datos de su nuevo lugar de trabajo. “Mis dos primeros años y medio fueron de prácticas intensivas, continuando con lo que se hacía, aprendí muchísimo sobre cómo funciona todo”, recuerda el rondeño, que con el tiempo, se dio cuenta de que el negocio tradicional “era deficitario y decadente”.
Según explica, “estábamos contribuyendo a deteriorar el ecosistema, moviendo la tierra, invirtiendo en gasoil, fertilizantes o productos fitosanitarios”. Con la mosca detrás de la oreja, Manuel asistió a una charla organizada por a Asociación de Manejo Holístico de España que le abrió los ojos.
“Estábamos destrozando este trocito de tierra que tenemos el lujo de gestionar y a la que tengo apego emocional. Me cambió totalmente el chip”, comenta. Desde 2017 cambió por completo su forma de trabajar y apostó por un modelo regenerativo, consciente de que la finca “es un organismo vivo”. Así introdujo el manejo holístico y empezó a valorar de forma global todos los recursos que estaban a su alcance.
Manuel explica que “es posible regenerar nuestros suelos deteriorados manejando de forma correcta el ganado” y, además evitar los tumores a los que se enfrenta el sector como la erosión o la pérdida de la capa fértil. “La regeneración no es algo inmediato, es progresivo y se aprende mucho a medida que se aplica”, añade mientras se escucha el motor de un autobús.
Acaban de llegar unas 35 personas procedentes de la Universidad de Cádiz para conocer este proceso, muy poco extendido en la zona, que al rondeño le encanta divulgar. Profesores de biología, química o genética y estudiantes de diferentes ramas se han sumado a esta excursión, una actividad conjunta entre el Máster de Agroalimentación, la Facultad de Ciencias, Máster de Creación de Empresas, nuevos negocios y proyectos innovadores (Masterup), Masterñam y UCA Emprende. “Esto permite la interrelación entre alumnado y es muy enriquecedor”, comenta Ana Jimenez, coordinadora del Máster de Agroalimentación e investigadora en el primer viñedo experimental de la UCA, que recuerda que ya ha abierto el plazo de matriculación.
Las visitas a empresas relacionadas con sus estudios permite a los presentes palpar la realidad laboral en la que buscan empleo. Con gorras, sombreros y botellas de agua en mano se disponen a iniciar una ruta guiada por Manuel para descubrir los beneficios del manejo holístico. Hace calor de justicia. En la fila a alguna le va a dar “un chungo”. Pero el sol abrasador deja que las gotas de sudor no impidan al grupo adentrarse entre los cerros, donde Juan Antonio Cabana, trabajador de la finca, lleva garrafas de agua.
“Concentramos todo el ganado en una sola manada y, cada dos días, los cambiamos de parcela. Hacemos corrales con un hilo eléctrico que delimita la superficie donde queremos que pastoreen los animales. Así generamos mucho impacto animal en la parcela donde no vuelven hasta pasados 90 días”, explica Manuel que comenta que, de esta forma, buscan la regeneración del suelo interviniendo lo menos posible.
"Concentramos todo el ganado en una sola manada"
Al estar moviendo al ganado, han tenido que ir diseñando la finca, es decir, colocar los puntos de agua y procurar que tengan sombra y comida suficiente en cada corral. “En una finca no podemos controlar la climatología o el relieve pero sí la forma en la que pastoreamos nuestros suelos y esta es una manera de aprovechar mejor nuestros recursos”, detalla el ganadero, que se detiene frente a un depósito de agua.
En pleno San José del Valle, que hace unos días se convertía en el primer municipio de Cádiz en aplicar recortes por la sequía, él ha encontrado un sistema para que la escasez de agua no provoque tantos estragos en la finca. Habitualmente, el ganado se reparte en parcelas donde rebrote que sale, rebrote que se come. En cambio, Manuel, al mantenerlo unido, consigue mitigar el efecto de la sequía en la tierra.
“De las 475 hectáreas, están descansando 470, estos corrales no tienen animales y, por tanto, la hierba está creciendo, está aprovechando el mínimo de agua que tiene, la humedad de la noche y lo poquito que llueve. Si hubiese ganado de forma continuada, no habría hierba. Hemos llegado a tener pasto a la altura de la cadera cuando en las fincas vecinas no había”, detalla.
"En el manejo holístico aprendemos a base de errores"
Una forma de optimización del agua que el ganado, y el terreno, necesita para vivir. A diario, cada ejemplar bebe 100 litros que se vierten en bebederos. El agua proviene de un pozo y recorre una red de tuberías interconectadas y colocadas en los bordes de los caminos. Un sistema que han implantado gracias a horas y horas de observación y estudios hidrológicos.
“Hemos tardado tres años en aprenderlo, hemos tenido muchas roturas y pérdidas hasta llegar a él”, cuenta Manuel a los estudiantes, que no le quitan ojo durante la explicación. “Aprendemos a base de errores. El manejo holístico parte de la premisa de que nos vamos a equivocar diariamente. Pero intentamos que la equivocación nos dure un día”, comenta.
Durante la agradable ruta hasta subir a lo más alto del cerro, las gotas de sudor caen inevitablemente. Pero, al llegar arriba, una escena revela el paradero de las auténticas protagonistas de esta historia. Las vacas, que “están echadas, rumiando” a la sombra. Algunas llevan 15 años en la finca, más que Manuel, y otras, han nacido bajo la mirada atenta del ganadero.
En torno a 180 animales, entre sementales, novillas y becerros descansan mientras que el grupo las observa de lejos. Entre ellas, se encuentra la raza Limousin, originaria de Francia, Fleckvieh, de Suiza, y retinta. “Buscamos lo mejor de las tres especies”, la raza Pajaretillo, una raza propia que esté adaptada a estos cerros. El mestizaje nos aporta riqueza genética”, comenta Manuel, gran observador no solo del comportamiento de las especies sino también de sus bostas, el término que se usa para nombrar a los excrementos.
Los rostros cambian cuando el rondeño se agacha para tocar “una buena bosta”. “No pasa nada, está fresquita”, dice. Comprobar su estado es fundamental para saber si el ganado está aprovechando bien el pasto. Dejando atrás el momento escatológico de la visita, es hora de acercarse a ellas.
Las vacas ni se inmutan después de que parte del grupo baje por una ladera con un 40% desnivel y se coloquen a unos metros. Manuel camina entre “un padre Limousin” y varios becerros. Mientras, los estudiantes se hacen fotos. “El ganado es manso, se porta super bien”, dice acariciando el lomo a una.
Desde la finca, el ganadero busca que los animales sean capaces de alimentarse del suelo y crecer de forma natural, sin pienso. Solo con el pasto que, gracias al manejo holístico, mantiene a flote en mitad de una tormenta sin lluvia.