Mohamed Saber no tiene tiempo para pensar en ligues como los chicos de su edad. Cuando habla con su madre, que reside en Kenitra, en la costa atlántica de Marruecos, solo le promete dos cosas: que la llevará de compras en su coche nuevo y que desde allí pondrán juntos rumbo a la Meca. Con 19 años, Mohamed sabe que por ahora no tiene coche, es consciente de que no tiene mucho dinero para ir de compras y reconoce que lo de la Meca es solo un sueño en forma de mentira piadosa. Una especie de juego que tiene con su madre para aliviar las distancias y el desarraigo. “Cuando mi madre está triste o enfadada me llama y me dice: por favor, Mohamed, necesito un poco de ‘mentira’, confiesa con una sonrisa más agria que dulce.
Mohamed tampoco tiene una pierna, aunque está esperando una prótesis y entonces, cuando tenga coche, seguro que ya podrá conducir como cualquier chico de su edad y, quién sabe, también podrá llevar a su madre a la Meca. Lo que por ahora tiene claro es que le gustaría trabajar con personas con discapacidad. Y que tiene un largo camino por delante para conseguirlo. También sabe que quiere jugar con la selección española de fútbol (en su sección de personas con discapacidad), pero aún necesita tener todo en regla y obtener la doble nacionalidad. “Con una pierna hago hasta mejor las cosas que otros con dos”, dice orgulloso. “Hay quienes vinieron en patera con dos piernas y no llegaron. Yo sufrí mucho pero gracias a Dios, llegué, quería cambiar mi vida”.
Perdió su pierna por una mala patada jugando al fútbol con siete años. Aguardó en casa sin atención médica hasta que se le gangrenó y tuvieron que cortar por lo sano. Su madre estaba dispuesta a vender su casa y quedarse en la calle si le salvaban la extremidad. No pudo ser. Pero ni por esas Mohamed se detuvo en su esperanza de hallar un futuro mejor lejos de su país, "donde si naces pobre, mueres pobre". De momento, se saca el graduado escolar, pelea por tener su permiso de trabajo (las incongruentes modificaciones de la Ley de Extranjería le han dado permiso de residencia, pero no para trabajar), y entrena con un equipo de fútbol andaluz de jóvenes con discapacidad.
Junto a él está Sale Fofano, con 20 años. Un muchacho que dejó Malí en 2015 —2.119 kilómetros en línea recta hasta el piso de acogida en el que nos encontramos en Jerez— y tardó año y medio en tocar tierra en España, cruzando parte del Sahara, Argelia y Marruecos. Asegura que habla bastante con su familia, aunque “realmente no tienen mucho que decirme. Solo que quieren verme”. “Llevar cinco años sin ver a tu hijo es difícil, pero de momento es lo que hay. A ver si podemos volver pronto”, reconoce un joven nacido en Kulikuró (una mediana población a orillas del río Níger) que actualmente estudia para auxiliar de enfermería en la Fundación Albor y sueña con poner vacunas contra la covid.
"Mi padre siempre me dice: 'trabaja y estudia, que si haces eso, en Europa vas a tener una vida buena"
Al otro extremo de la mesa se encuentra Omar Khayati, también con 20 años y también marroquí de Kenitra. “Hablo con mi madre todos los días, eso es seguro. Me pregunta cómo estoy, me dice que todo pasa, que lo importante es el trabajo… Mi padre siempre me dice: trabaja y estudia, que si haces eso, en Europa vas a tener una vida buena. En Marruecos hay muchas cosas buenas, está la familia, pero no hay una vida buena”, admite un chaval al que le apasiona la hostelería. “Estoy en cocina, como camarero… aprendo cada día. Puedes tener 40 años y seguir aprendiendo”, asegura sin titubear.
En España, en unos de los países de la Unión Europea con un mayor porcentaje de los mal llamados ninis, jóvenes que ni estudian ni trabajan —la pandemia ha recrudecido la estadística—, Omar, Mohamed y Sale son tres grandes ejemplos de jóvenes ex menores extranjeros no acompañados (lo que en tono peyorativo muchos llaman mena) que llegaron a las costas gaditanas todavía adolescentes y, gracias al apoyo de organizaciones no gubernamentales como Ceain, andan labrándose poco a poco una vida mejor. Estudiando y trabajando, compatibilizando formación y empleo, ya sea en un negocio hostelero, como Omar, o en un almacén de pan congelado, como Sale.
“Es impresionante ver los caminitos tan derechos que llevan”, asegura Tamara García, educadora social en Ceain, y abunda: “Pese a las historias que estos niños traen, son la madurez personificada y es tremendo el esfuerzo y las ganas que tienen. Una compañera de Málaga Acoge, con larga experiencia, me decía hace poco que no había conocido a un solo nini entre los chavales migrantes. Es totalmente cierto. El único drama que sí he podido conocer es que fruto de muchísimos errores, vulneraciones y muchas historias hay algunos que quedan en situación de calle, y esa calle ya se cronifica; aquí tenemos y conocemos a chavales que están perdidos. No han podido agarrarse a nada, pero no ha sido por gusto”.
"Sabiendo de lo que son capaces, escuchar las historias que tienen detrás, me sobrecoge un montón. Tienen una madurez…"
No es el caso de Omar, Mohamed y Sale. Los tres acaban de convertirse, además, en agentes de salud gracias a un programa formativo de la oenegé Siloé para prevenir el VIH. Sonia Reyes, trabajadora social de esta entidad, cuenta que, tras la experiencia, “ellos ahora tienen la información y se trata de que en sus comunidades resuelvan dudas y tengan contacto con nosotros para personas que quieran hacerse las pruebas. Hablar de sexualidad con gente joven de otras culturas ayuda a romper mitos y tabúes, es muy enriquecedor; hemos llegado a tener a chicos de ocho nacionalidades, con intervenciones traducidas en tres idiomas”. Junto a ella, Tamara, responsable del programa Senda en Ceain Jerez, que marca itinerarios de inserción sociolaboral para estos perfiles, recalca que “ya sabemos que cuando vienen siendo menores y entran en el sistema de protección, al cumplir la mayoría de edad quedan desamparados si no se les atiende y se les ayuda con cobertura para emanciparse”.
Los chicos atienden a sus explicaciones con los ojos bien abiertos, sonriendo con rubor cuando ellas hablan del potencial que tienen, cuando Sonia se muestra sobrecogida porque “no conocía sus historias de vida; no quería invadir ese espacio”. En cambio, ahora que se ponen sobre la mesa en la conversación con lavozdelsur.es, “me parece alucinante; qué niño, porque perdonadme pero sois todavía niños aquí —se dirige a los tres—, tiene esta capacidad de trabajar, de estudiar… sabiendo de lo que son capaces, escuchar las historias que tienen detrás, me sobrecoge un montón. Tienen una madurez… he llegado a estar con 50 en clases y, pese a que tratamos temas que se prestan a la broma, jamás se me ha faltado al respeto. Nunca”.
“Nadie puede pensar que esto es fácil, tienes que aprender el idioma y muchas cosas más hasta conseguir un futuro, pero gracias a Dios es mejor que Marruecos”
Omar, Mohamed y Sale han tenido hasta ahora una vida llena de pobreza, de dificultades, de riesgos, de pérdidas, instantes traumáticos que son imposibles de borrar de sus retinas… Cuando cualquier adolescente de los países desarrollados se pasaba horas y horas con la consola o soñaba con hacerse youtuber, ellos buscaban cómo escapar de sus países de origen, algunos en conflicto armado como Malí. “Nosotros hemos venido con nuestros objetivos, no a buscar problemas. Yo quiero conseguir mi objetivo, lucho por ello, y no tengo que hacer caso a lo que diga la gente”, comenta Sale, entrando en el terreno pantanoso de la xenofobia, amplificada en los últimos tiempos por el auge de la ultraderecha en España. Sin embargo, la migración o las personas inmigrantes, según los estudios sociológicos, apenas representan un problema social o de convivencia cuando se le pregunta a la población española.
“Nadie puede pensar que esto es fácil, tienes que aprender el idioma y muchas cosas más hasta conseguir un futuro, pero gracias a Dios es mejor que Marruecos”, expresa Omar. Y asiente Mohamed, que aclara que “había gente que pensaba que llegaba y tenía todo, pero eso no es tan fácil y muchos acababan incluso volviendo. No es fácil, lo primero es aprender el idioma, luego estudiar y formarte, y buscarte para el futuro bueno y buscarte bien la vida”. E insiste: “La gente no viene a robar, viene para estudiar, trabajar y pasar de cero a arriba. Y si tienes ganas de trabajar, vas a trabajar. Y si tienes ganas de aprender, igual. Estoy luchando mucho para tener un futuro mejor y también para mi familia. He venido aquí para cambiar mi vida, mejor que en mi país, y para eso estoy luchando mucho”.
A estas reflexiones se vuelve a sumar Sale, que quiere dejar algo muy claro: “Si trabajo, tengo derecho a comprarme ropa o un iPhone. Yo vengo aquí para trabajar y poder vivir mejor. Aparte de conflicto, en mi país hay trabajo pero con condiciones en las que por una jornada completa te pagan dos euros, y sin contrato y sin nada. Puedes estudiar donde quieras, pero cuando terminas de estudiar no hay trabajo. Hay un montón de gente con sus diplomas y no sabe qué hacer. Acaba robando o haciendo cosas para buscarse la vida. No puedes vivir así”.
Tal fue la desesperación que con 15 años decidió dejar atrás Malí. Pasó un año y medio hasta que con otros siete compañeros compraron una barca hinchable, “pusimos unos 80 euros cada uno”, y remaron hasta Algeciras. El segundo en arribar, Omar, lo hizo en julio de 2017. Dejó su casa como Sale con 15 años, y unos años después “ya cogí el camino para España”. Cruzó el Estrecho con dos amigos. Lo hicieron en kayak de Tánger a Algeciras. “Cuando llegamos entramos en el Centro de Menores. El viaje fue de doce de la noche a doce de la mañana. Cuando entramos dentro del mar ya no se veía ni Marruecos ni España. A las ocho horas dentro del agua ya no se veía nada, ni España, ni Marruecos. Claro que pasamos miedo. Yo por la noche no tenía miedo, pero por la mañana sí. Por la noche solo veía la luna, pero por la mañana veía grandes pescados, como en las películas, pasaban al lado tuya…”.
En el caso de Mohamed, el último en llegar a este sueño de un futuro mejor llamado Europa, desembarcó en patera en 2018. Alcanzar la otra orilla se le hizo eterno. “Pasamos 24 horas dentro del agua. Hubo dos fallos y hasta la tercera no pudimos entrar aquí. Y había mucha gente, mucha gente se peleaba, otro lloraba, otro creía que iba a morir, gente que vomitaba… En la noche hay mucha oscuridad y todos teníamos miedo. Vinimos 87 personas en la patera. La verdad que sufrí mucho. Hay gente que tiene dos piernas y no pudo llegar a España, pero yo gracias a Dios, con una, pude llegar. Tienes que ser fuerte, sufrí mucho para llegar, pero quería cambiar mi vida”. Lo repiten como un mantra: una vida mejor, cambiar la vida, un futuro bueno...
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