Historias de inmigrantes en Sevilla: “Estamos agradecidos y queremos vivir en paz"

Dos vivencias, la de un maliense recién llegado a Alcalá de Guadaíra, y la de un gambiano que hace su vida en Sevilla. Uno era antenista; el otro, fisioterapeuta deportivo. "Quiero trabajar en el Betis", dice Yusupha, que trabaja en un bar del centro. "Veo el futuro con alegría", cuenta A., que no puede dar su nombre

Yusupha, en primer término, en las oficinas de CEAR en Sevilla; A., de espaldas, porque le han recomendado no mostrar su identidad.

Saben que ahora son 'famosos'. Porque en las teles y en las redes hablan de ellos. Aunque a ellos apenas se les escucha. O, quizás, muchos no les preguntan. Y las respuestas, en muchas ocasiones, nada tienen que ver con lo que uno esperaría escuchar. Historias hay tantas como seres humanos en este planeta. Las que aquí se muestran son solamente dos. La de un solicitante de asilo que acaba de llegar a Alcalá de Guadaíra. Está en el grupo de los migrantes más 'famosos' de las últimas semanas en España. Y la de un migrante que ya lleva tiempo en Sevilla y que quiere ser fisioterapeuta deportivo, retomando la carrera que dejó atrás en su país. Actualmente, trabaja en un restaurante en la avenida Reyes Católicos. 

Al primero de ellos habría que denominarle A., en lugar de su nombre. Porque su caso es el de una persona que salió huyendo de un conflicto, el que azota el norte de Mali, y desde CEAR recomiendan no difundir su rostro ni su identidad. Aunque al llegar ha tomado el sobrenombre de Pepe. En otras comunidades, como los asiáticos, no es tan extraño eso de tomar un nombre del lugar en el que uno se establece. Entre los malienses, no. Pero ahora es Pepe, que vive, estudia, come y duerme en el Hotel Sandra. Ese donde diputados dieron una rueda de prensa horas antes de que llegaran los 85 solicitantes de asilo, horas después de una manifestación ciudadana -con un colectivo ultra moviendo los hilos- en el mismo lugar para pedir que no llegaran a la ciudad.

Actualmente, hay una denuncia en curso por una presunta agresión de unos 15 o 20 migrantes a una mujer, pero la Policía Nacional, en este momento, no le da credibilidad porque cámaras en el entorno desmienten el testimonio de la denunciante. Fuentes conocedoras de la investigación encuadran esta denuncia en una cascada de bulos e invenciones alrededor de la llegada de los migrantes que, de hecho, mayoritariamente, se ha normalizado en el vecindario.

A. lleva unas dos semanas residiendo sin más historias, dentro del programa asignado por el Gobierno a CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Si acaso, con cierto nervio y ganas de empezar a ganarse la vida por sus propios medios. Le toca esperar poco más, mientras se resuelve la solicitud de asilo. Esto, por un lado, diferencia burocráticamente su estado del de la mayoría de migrantes que proceden de África. Actualmente, tiene gracias a esa mera solicitud un estatus legal de residencia temporal en España. Por otro lado, eso sí, le impide trabajar y eso significa estar, en la práctica, al amparo de instituciones mientras se resuelve la solicitud.

Yusupha y A., durante la entrevista.   MAURI BUHIGAS

Tiene 30 años. Su infancia no fue realmente sencilla. Su padre era profesor, pero eran muchas bocas que alimentar en su pueblo, ubicado en la región de Mopti, la que hace frontera entre Norte y Sur. Decidió marcharse de su país porque su región ha sido zona de conflicto. "No tenía seguridad, atacaban mucho". Una zona en guerra desde hace más de una década, porque desde las revueltas de la Primavera Árabe, y especialmente la caída de Gaddafi en Libia, los grupos armados ultras se unieron y organizaron para hacerse fuertes en el Sahel hacia el Sur, lo que afectó especialmente al Norte de Mali. "Lo he pasado muy mal", resume.

Por eso, decidió marcharse hacia Mauritania. Sin dinero, improvisando, durmiendo en cualquier lugar, trabajando en algún sitio de lo que fuera, o gracias a la ayuda de cualquier persona que encontrara en el camino. Atrás dejaba su vida y su oficio, como técnico antenista. Tardó unas semanas en llegar a la orilla para cruzar hacia Canarias. Entre medias, vivió episodios de racismo. Porque Mauritania es un país roto socialmente por tonalidades de piel: los africanos negros son considerados inferiores, frente a un poder de piel más clara y de origen árabe cercana a Marruecos. El Vaticano ha advertido, además de muchas organizaciones, de situaciones de auténtica esclavitud sufrida por los soninké, el pueblo al que pertenece A. 

"Estamos aquí para no hacer daño. Me da igual que me consideren una cosa u otra por mi color de piel"

Con ese peligro en el camino, consiguió ganarse un sitio en una patera que llegó a Tenerife en enero de 2024. Cuatro días de trayecto, con agua y galletas y mucho frío. No es solo que no supiera nadar, que no sabía, sino que ni siquiera había visto nunca el mar. A su llegada, las cosas comenzaron a cambiar. Fue trasladado a Mérida, a un centro para migrantes. Allí emprendió lo de hablar español. Lo ha hecho charlando con los guardas de seguridad del recinto. Habla bambara, soninké y francés. Ahora, también español. En apenas unos meses logra expresarse correctamente.

"Creo que Alcalá de Guadaíra es un pueblo grande y podemos tener oportunidades", dice. Pero su objetivo es volver a Extremadura. Lo que no sabe es por qué su llegada se hizo tan importante, por qué tuvo tanto eco y tanta respuesta. Esa respuesta, quizás, no la tiene nadie. Antes de Sevilla, y después de Mérida, pasó un tiempo en Granada. "Buscamos paz y tranquilidad. Eso es lo que buscamos, solamente", dice. Se ve formándose y trabajando en soldadura, o como técnico de placas solares. Al pensar en el futuro, piensa "con alegría por estar en este país". Porque "hay gente que quiere ayudarnos y apoyarnos. Solo doy las gracias y estoy seguro de que vamos a tener suerte". Tampoco le obsesiona mucho el racismo. "Me da igual que me consideren una cosa u otra por mi color de piel. Estamos aquí para no hacer daño, para formar una vida, buscamos estar en paz, tranquilo y formar una familia". 

"Yo quiero trabajar en el Betis, ojalá"

Yusupha procede de Gambia y lleva más tiempo en Sevilla. Tampoco le preocupa el racismo. Ve si alguien intenta no sentarse a su lado en el autobús, pero no le da vueltas a ello, no le molesta. Dice que no pasa nada. "Yo no he vivido el racismo. No puedo decir lo que han vivido otros, pero yo no". Sí es racismo, claro, aquello de que se cambien de acera, pero, como se suele decir, le resbala. A lo que se refiere es que nadie le ha insultado directamente, ni le ha agredido. Se siente cómodo en Sevilla, en su barrio, y en su trabajo. También llegó a España en patera desde Mauritania hacia Canarias, hacia El Hierro. También estuvo cuatro días en el mar sin saber nada. No tenía comida, solo agua, que llevaban en unas garrafas que habían contenido un aceite sucio, así que apenas se podía beber. Pero volvió con vida. "No somos mejores que los que han muerto, Dios decide". Al día siguiente, estaba jugando al fútbol, que es su pasión.

En Gambia vivió una situación muy particular. Es un país muy pobre, más o menos como lo es Mali, aunque con mucha menos población. En Gambia, el PIB ronda los 2.000 millones de dólares. Esa es toda la riqueza del país, digamos, en manos públicas y privadas, todo lo que hay. Y equivale al PIB de Ceuta. Solo que en Gambia viven 2,8 millones de personas, y en Ceuta, 85.000, bajo el amparo además de una estructura estatal. Una vida difícil, casi imposible. 

Pero Yusupha, más o menos, se valía. Trabajaba en un hospital como auxiliar y como fisioterapeuta de un equipo de fútbol de la primera división del país. Ahora tiene 24 años, un chaval solamente, así que era casi un niño de aquella vida en su país. Tuvo un problema y un grupo le agredió y amenazó en Dippa Kunda, una zona de Serekunda, una de las ciudades más importantes de Gambia. Tuvo que marcharse. Emprendió el mismo camino hacia la patera para huir de la violencia. Un vendedor en Mauritania le ayudó a lograr el pasaje. Iban 43 personas con él y llegaron. Era julio de 2021.

La primera recepción la llevó a cabo Cruz Roja, una entidad de la que ya era voluntario en su país, curiosamente, y con la que aún colabora en Sevilla para servir de enlace y apoyo para otros migrantes que acaban de llegar. Por eso, charla con A., para animarle y pedirle paciencia mientras llega la resolución sobre el asilo que ha pedido. "Me gusta ayudar". De hecho, de tan ayuda ha sido que ayudó a una mujer que se encontraba inconsciente en una parada de autobús en Sevilla, en Torreblanca. Logró hacer la reanimación cardio pulmonar hasta que llegaron los sanitarios y así salvar su vida. Ni siquiera presumió de ello, fueron esos mismos sanitarios los que avisaron a CEAR de que uno de los migrantes que estaban con ellos había llevado a cabo la maniobra.

Dos migrantes, dos historias, contadas desde las oficinas de CEAR en Sevilla.  MAURI BUHIGAS

Por cosas como esa, Yusupha, a ojos de personas como A., es ejemplo de que la vida, a veces, te puede llevar al destino que deseas, el de ser autosuficiente y vivir en paz. Hoy trabaja en la cocina del Tanto Monta, en la avenida Reyes Católicos de Sevilla. Logró la residencia por arraigo laboral. Estudió un curso con la Escuela de Hostelería de Sevilla, pero tiene un objetivo, que es continuar sus estudios de masaje deportivo. Una formación que descontinuó en su país y quiere retomar en España. Para ello, habla castellano perfectamente, tiene su vida, su casa en un barrio de la ciudad. Presume de sus fotos con futbolistas y exfutbolistas verdiblancos como Canales, Sabally o Miranda. "Ojalá pudiera trabajar algún día en Betis, es mi equipo".

Mientras tanto, toca mirar al futuro. Más adelante que hacia detrás o hacia los lados. Yusupha y A. pasan del racismo. Uno, con más tiempo en España para haber encontrado ya su sitio y tener claras sus metas. Otro, con la mirada puesta en Extremadura, donde tiene "muchos amigos", como esos guardas de seguridad que le ayudaron a aprender español, entre otros muchos.