Los 80 en su esplendor. Esa época en la que todos querían mover el esqueleto en El Puerto. Se rumorea que aquella noche el actual rey Felipe VI no se fue a Pachá ni a la Joy, sino a El Convento. En este mítico pub ya extinto bailó hasta que sus guardaespaldas le llevaron de vuelta a la habitación del hotel donde se alojaba. Un alojamiento lujoso de cuatro estrellas en cuyas camas, por aquel entonces, dormían personalidades del mundo del arte y de las altas esferas sociales junto a las familias pudientes. Sí, El Puerto y este rincón de la Bahía gaditana seguían de fiesta.
En la parte superior de la entrada, se anunciaba Hotel Caballo Blanco, letras azules que ahora se conservan en la gasolinera ubicada frente a la parcela. Este terreno abandonado en el que retumban las risas, los sueños y las fiestas se convirtió en un emblema de Valdelagrana. Todo un símbolo de prestigio que no estaba al alcance de cualquiera.
La marca Meliá resonaba en todo el mundo por sus agencias de viajes, pero también contaba con una docena de hoteles en los que descansaban belgas, alemanes o franceses con todas las comodidades. A finales de los 50 José Meliá, el conocido empresario valenciano fundador del grupo Meliá, viajaba a Jerez en busca de expandir su oferta hotelera cuando algo le llamó la atención en la antigua carretera Nacional IV. Paró el coche y observó el espacio que tenía ante sus ojos. “Esto es un sitio ideal para hacer un hotel, pinares, playa y próximo a la carretera”. Algo similar exclamó este visionario que el 7 de abril de 1962 vio hecha realidad esa imagen que había surgido en su mente.
A la inauguración del primer hotel de Valdelagrana asistieron el entonces alcalde de El Puerto, Luis Portillo, autoridades militares y civiles y hasta el obispo de la diócesis de Cádiz, Tomás Gutiérrez, según se observa en una fotografía recogida en Gente del Puerto. El religioso bendijo unas instalaciones que echaban a andar con 50 habitaciones, 30 de ellas, bungalows, piscina, cafetería y aire acondicionado, entre otros servicios.
“Empezó como motel con mucho flujo de turistas, por entonces la carretera no estaba como ahora y había que parar en los viajes”, cuenta José Manuel Anguiano Bernier, cordobés de 78 años que acaba de desgranar los inicios de la que sería su casa durante una temporada. “He estado nueve años viviendo con mi familia aquí”, dice el último director que tomó las riendas del Caballo Blanco. Señala esa parcela vacía repleta de malas hierbas en la que no queda ni un atisbo de su glorioso pasado.
En 1984 Meliá cayó en declive y el hotel fue adquirido por Hoteles Mallorquines, perteneciente al grupo Sol, que estaba en plena expansión por la Península y alcanzaba más de cien hoteles en su lista. Trece años después, José Manuel aterrizó en el famoso alojamiento consolidándose como el undécimo director de su historia.
Su aventura en el sector hotelero arrancó en Torremolinos, después trabajó en Murcia, en Alicante, en Valencia y en Granada, ciudad en la que permaneció hasta 1993, cuando llegó a Cádiz capital, al Meliá La Caleta. A finales de 1997, este cordobés con experiencia tras haber vivido en Alemania, Francia e Inglaterra, se puso al frente del hotel portuense. Hablaba cuatro idiomas y estaba preparado para hacer feliz a empleados y a huéspedes.
"El hotel era conocido en toda España"
El hotel había vivido una época dorada que ya quedaba lejana. A José Manuel se le remueven los recuerdos frente a la parcela en la que disfrutó y en la que se erigía ese edificio del que todos le hablaban. Sus paredes estaban llenas de vida. “Las bodas que se hacían en la piscina y las fiestas que dábamos en verano. Yo iba a cualquier parte y conocían el hotel, era una marca muy conocida en toda España”, explica.
Rocío Jurado, Lola Flores, Raphael, Julio Iglesias o los jugadores del Real Madrid se alojaron en El Caballo Blanco, donde “venía gente con muchísimo dinero”. Según recuerda el ex director, “teníamos clientes que venían un mes entero, sobre todo de Madrid, y algunos se gastaban un par de millones de pesetas en las vacaciones”.
Por su cabeza pasan rostros anónimos como los de una madre y su hija con gran poder adquisitivo que decidió viajar al sur con todas sus joyas. “Un día se fueron al casino y le robaron la caja fuerte entera, cinco millones”, comenta el cordobés, que rescata anécdotas de aquellos días a un kilómetro de la playa.
Otro de los clientes que no ha podido olvidar fue aquel que dio un buen susto a una de las camareras. “Cuando entró en su habitación empezó a gritar, estaba todo lleno de cruces y sangre por todos lados. Había estado haciendo espiritismo, había quemado los muebles con un soplete. Fue horroroso”, detalla.
Poco a poco, José Manuel fue testigo del rumbo que empezaba a tomar el hotel. “Los años no pasan en balde y necesitaba mucho mantenimiento”, dice. El principal problema era el enclave en el que estaba ubicado. “Renovamos todos los cuartos de baño pero las tripas seguían estando muy mal. Los pinares atacaban todo, las tuberías, el aire acondicionado, la telefonía... Las raíces se metían por todos lados”, explica.
Ante esta situación, realizaron estudios y llegaron a la conclusión de que la mejor opción era “derruir todo y construir uno nuevo”. En 2004, la inmobiliaria Comunidades del Sur compró el inmueble con la intención de poner en marcha un proyecto de gran envergadura que contemplaba 150 habitaciones, una galería comercial, un spa, aparcamientos subterráneos, una pista de pádel y hasta un Mercadona.
"Ahora mismo sería uno de los hoteles más modernos de la ciudad"
“Esto ahora mismo sería uno de los hoteles más modernos de la ciudad. Era un proyecto a lo grande. Firmamos con Mercedes para poner un servicio de venta y reparación de coches”, sostiene. Ninguna de las instalaciones vieron la luz. Cuando presentaron sus planes al Ayuntamiento de El Puerto, “nunca nos dieron la licencia para poder empezar”.
José Manuel recuerda que tuvieron “muchos problemas” para sacar adelante la idea. Los ecologistas rechazaban la eliminación de más pinos y todo se hizo añicos. Tras 44 años de vida, El Caballo Blanco cerraba sus puertas definitivamente. “Si en toda la expansión de Valdelagrana se han quitado cientos de pinos, por qué no permitieron 50 más, proponíamos plantar 150 árboles compatibles con el hotel”, reflexiona frente a las especies, las únicas que sobrevivieron.
En septiembre de 2006 un ERE envió a 50 personas a sus casas con la esperanza de que dos años después volvieran a incorporarse al nuevo hotel. Algo que nunca ocurrió. “Los propietarios dejaron el proyecto, vino la crisis y pasó a las manos de un banco”, expone. A partir de ese momento, el terreno cayó en las garras del vandalismo y empezó a ser frecuentado por drogadictos y ocupas. “Aquí había jeringuillas y de todo. Desidia total y absoluta”, menciona desde la entrada.
Los restos del hotel estuvieron visibles desde la carretera hasta febrero de 2018, cuando se iniciaron las labores de demolición del emblemático hotel en ruinas. “Hubo una violación, saltó a la prensa y decidieron demolerlo”, explica el antiguo director.
Se cumplen cinco años de aquel suceso que dio un giro a la historia de una parcela referente en el turismo portuense.
Un nuevo proyecto urbanístico en el terreno abandonado
En 2021, la empresa Inversiones Inmobiliarias Canvives S.A.U. presentó el proyecto de urbanización del Peri Caballo Blanco aprobado en pleno municipal, dando luz verde para desarrollar la reordenación de esta zona.
Según explicó la teniente de alcalde de Urbanismo, Danuxia Enciso, la propuesta de reurbanización pretende establecer un área de centralidad en el ámbito de Valdelagrana, promoviendo la transformación y revitalización de la zona para que siga siendo destino hotelero de primer nivel, complementando la oferta con una pequeña manzana residencial.
La parcela cuenta con una superficie total de 24.059 metros cuadrados, 11.000 metros cuadrados de edificabilidad hotelera para unas 294 unidades y 2.800 de uso residencial en la calle Jaén donde se prevé la construcción de 14 viviendas unifamiliares. Se preservarán todas las zonas arboladas constituyendo una zona verde de 3.600 metros cuadrados y se configurará una parcela para equipamientos dotacionales con 670 metros de edificabilidad
Enciso expresó que desde el punto de vista social y de uso público, este espacio ofrece excelentes posibilidades para el paseo, el ocio y el disfrute en contacto con la naturaleza y a la vez que permite la realización de actividades deportivas y de sensibilización ambiental. El Ayuntamiento estima unos costes de urbanización de unos 600.000 euros.