Un sosiego repentino invade un bonito patio en la calle Ganado. En las guías de hoteles de España de los años 30 ya se incluía un establecimiento que se ha convertido en emblema de El Puerto. La pensión Loreto tiene solera. Sus paredes rebosan de recuerdos y sus arcos y columnas tienen una historia que contar. “Dicen que aquí hacían una dorada a la espalda espectacular”, comenta Raúl Moreno sentado en una de las mesas donde hace años se comía de maravilla.
El portuense nacido en Suiza -de madre malagueña y padre madrileño- echa un vistazo a su alrededor. Plantas, botas, azulejos, cuadros que dan vida al patio más típico de Andalucía. Aterrizó en El Puerto cuando tenía 9 años-“apuntado en la Embajada Española desde recién nacido”- y desde entonces ha crecido en esta ciudad. Años más tarde entró a trabajar en este hotel que guarda secretos. “Es imposible saber por qué se llama así, es un enigma”, comenta el encargado que desde que llegó, no ha parado de investigar la historia de la pensión.
Con la esperanza de encontrar datos, se desplazó al archivo municipal de Patrimonio histórico, y voilá, allí se topó con un anuncio publicado en La Revista Portuense que arrojaba un poco de luz. “Doña Rosario Simeón le invita estas navidades a degustación de pestiños en el hotel Loreto”, versaba el ejemplar datado del 7 de diciembre de 1926. Si no le falla la memoria, “esa fue la primera referencia que hay de este sitio”.
“Todo el mundo que venía al teatro principal se hospeda aquí”
La familia Simeón fue la que inició su actividad en este edificio, una casa de cargadores de indias construida en 1789 por un arquitecto de apellido Prieto. “Javier Cerén, un enamorado de El Puerto, encontró este dato en un libro”, dice Raúl que esboza con todo lujo de detalles la trayectoria de la pensión.
En la recepción se encuentra Gloria Sánchez, empleada desde hace más de 30 años que ha vivido en sus carnes todas las etapas del lugar. “Empecé en el 89, con 16 años”, señala la portuense que se conoce la casa como la palma de su mano.
Los Simeón contaban con varios negocios hosteleros en la zona como la antigua pensión Hispania o el bar La antigua de Cabo. Todo comenzó en el número 17 de la vetusta Ricardo Alcón tras el cierre del hotel Vistalegre, regentado por Dolores Bouza, madre de la fundadora del Loreto. Según ha descubierto Raúl en sus consultas, “el día que iban para la feria de Sevilla a organizar un catering porque venían los Reyes, cayó una tromba de agua espectacular y se anuló todo. La mujer, del disgusto, murió de un infarto”.
”Era el único hotel que había en El Puerto”
Fue en ese momento cuando su hija Rosario trasladó la actividad del hotel Vistalegre a este lugar. Alquiló el edificio a los propietarios -una familia adinerada de El Puerto que lo adquirió a principios del siglo XIX- y empezó la aventura junto a sus hijos y su yerno.
En la década de los 30, en los pasillos de la pensión se cruzaban gloriosos toreros, personajes de la farándula y artistas flamencos. Estaba lleno de vida. “Todo el mundo que venía al teatro principal se hospedaba aquí, también curas y guardias civiles destinados, era el único hotel que había en El Puerto”, explica Raúl mientras imagina “la locura” que se experimentaba a diario.
Lola Flores y Manolo Caracol disfrutaban de las veladas en el patio donde “llovía el dinero”. Se dice que allí vivieron su romance y que la Faraona siempre dormía en la misma habitación. Marifé de Triana tarareaba alguna copla mientras los lidiadores se preparaban para saltar al coso. La tradición fue creciendo con el tiempo.
“Los toreros hacían el ritual de vestirse, luego descansaban antes de ir a la plaza y el coche de caballos les recogía”, relata el portuense que recuerda las anécdotas contadas por los antiguos. Si el torero triunfaba, bajaba la calle Ganado a hombros hasta la puerta.
El pasado taurino se observa en los rincones de la pensión. Un cartel expresa la mítica frase de Joselito El Gallo: “Quién no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es un día de toros”. A Raúl le viene a la mente una historia graciosa que le contó la familia Simeón. “Aquí hacían un potaje de garbanzos muy bueno. Él se hartó y cuando iba de camino a la plaza, cogió una indigestión y no pudo torear”, ríe el encargado.
Tras la muerte de Rosario, sus hijos no siguieron con el negocio y en 1983 pasó a otras manos. Fue uno de esos toreros que frecuentaban el lugar quien decidió sacarlo adelante. Después de retirarse y de llevar otros negocios, el novillero isleño Guillermo Rodríguez se quedó con Loreto. “La suya es una historia de amor a primera vista porque desde que vio esto siempre quiso tenerlo y lo tuvo. Él vivía por y para esto”, comenta Raúl.
Lo primero que hizo fue acometer una gran reforma del edificio que le había arropado mientras se vestía para torear. Sin perder la esencia y manteniendo intacta la estructura. Cambió la solería, que antes era cemento, y continúo hasta que falleció en 2010. Sus hijos intentaron seguir, pero en la pensión había demasiados recuerdos y decidieron dejar al cargo a Raúl y a Gloria en 2013. “Nosotros somos trabajadores que seguimos manteniendo esto, y luchando”, expresa el portuense mientras sube las escaleras.
En las 22 habitaciones duermen clientes de todas las clases. Muchas parejas buscaban la intimidad en este coqueto hotel en la época en la que era el único de la ciudad. “Los hoteles de todo el mundo se utilizan también para conocerse, para celebrar aniversarios de casados”, reivindica. Además, entre sus huéspedes también se distinguen banqueros y jueces. Como dice Raúl, es una pensión “humilde, pero viene gente de todo tipo”.
Actualmente conserva una cabina telefónica operativa en otros tiempos. Cuántas llamadas perdidas y confesiones se imaginan a través del cristal.
Fiesta de los Patios
Desde el año 2012, la pensión Loreto participa en la Fiesta de los Patios Portuenses que pone en valor la belleza y el encanto de los patios andaluces, dignos de ser visitados por locales y turistas. La celebración tiene lugar cada año como antesala a la Feria del Vino Fino. “No se qué va a pasar el año que viene, pero el pasado fue imposible”, suspira el portuense con ganas de volver a ver el patio lleno de personas bebiendo vino y degustando chacinas. “Cualquier persona que quiera entrar a ver el patio nada más que tiene que llamar y listo”, comenta.