Ola de calor. El cielo encapotado esconde su azul añil. El puerto deportivo de Rota ha brindado la oportunidad a un grupo de buceadores de lanzarse debajo de los pantalanes una vez más. “Hay cosas que toco, pero no sé ni lo que son”, dice uno de ellos. Esta vez, no se han sumergido para deleitarse con la naturaleza, sino para realizar una limpieza. La visibilidad es prácticamente nula. “Esto pesa una barbaridad”, dice Pablo García tirando de la cuerda que ha atado al objeto.
Hoy, los ojos de los buceadores del Club Capitán Garfio no ven con claridad, pero sus manos palpan residuos que se acumulan en el fondo. Luis Marcelo Farase, argentino de 63 años, da un paso de gigante, una técnica para entrar al mar. Bajo sus pies, cieno. Explorar el Mar Rojo o contemplar una fragata hundida en Portugal no es lo mismo que sacar basura, pero desde 2013, es una actividad que llevan a cabo con gusto. El club colabora con la Red de Vigilantes Marinos, un proyecto de la ONG Oceánidas que surgió para cuidar el medio ambiente. En concreto, este miércoles han completado la acción Dive and clean.
Capitán Garfio nació unos años antes, en marzo de 2002, cuando Uwe Acosta, alemán de 49 años, criado en Tenerife y afincado en Rota, se unió a otros compañeros que compartían su misma pasión. Desde su fundación, el club pertenece a la Federación Española de Actividades Subacuáticas (FEDAS) y la Federación Andaluza de Actividades Subacuáticas (FAAS) y practica buceo en pecios hundidos, nocturno, adaptado, entre otras especialidades.
Antes de saltar al agua, los buceadores se han colocado cautelosamente sus equipos. La seguridad es lo primero. Con una botella de aire que pesa unos 20 kilos, un regulador, un traje de neopreno y un jacket, se mueven cerca del pantalán mientras Uwe cuenta cómo acabó en este mundo. Cuando entró en la Armada, hizo un curso de buceo profesional. “Allí apareció mi afición”, dice Uwe, que empezó a admirar las especies bajo el mar cuando se retiró de la Marina. Hasta entonces solo trabajaba en aguas confinadas.
"Hemos sacado cosas que no puedes creer"
Hace 21 años impulsó lo que llama “un signo de identidad” entre amigos que buscaban practicar buceo de forma económica y compartir vivencias. Las interacciones eran por foros en internet. Desde entonces, Uwe imparte cursos para instructores y personas interesadas en este deporte. Juan Carlos Ferre Valls tira de la cuerda a la que han amarrado una silla de playa repleta de cieno y la lleva al contenedor. “De aquí hemos sacado cosas que no te puedes creer”, dice este alicantino de 57 años que lleva más de 30 buceando por afición.
A él, le cuesta el triple. Cuando tenía 3 años le tuvieron que amputar su brazo izquierdo. Él estaba presente en el mayor accidente laboral de la industria de España, la explosión de la fábrica de pólvora Mirafé, en Ibi, Alicante. Para Juan Carlos, esta pérdida nunca ha sido un obstáculo a la hora de practicar los deportes que le llamaban la atención, como el windsurf o el esquí.
El alicantino que llegó a Rota de adolescente mira al agua, donde las burbujas anuncian la posición de cada buceador. Luis Marcelo, residente en España desde hace más de 25 años, sale a la superficie junto a Alejandro Rivas. De las profundidades han sacado una caña de pescar.
Luis empezó a bucear hace tan solo cuatro años porque un amigo le animó. El argentino, que se dedica al mantenimiento de helicópteros, completó su curso obligatorio –hace falta titulación– después de haber probado otros deportes acuáticos como el kitesurf o la vela. “Sumergirme me resultó espectacular, ver los peces que se aproximan sin temor. Me dio la sensación de que estaba en la película Avatar”, expresa.
Con su mano sujeta una red fabricada por las rederas de Barbate con redes recicladas. En su interior lleva botellas de plástico y otros desechos. “Buceando conocemos la naturaleza, y aquello que uno conoce, lo quiere cuidar. De ahí nace la concienciación para dejar un mar mejor a nuestros hijos”, comenta antes de volver al fondo.
Durante la limpieza recogen un cable y lo que parece un pie de sombrilla con huevas de pescado. En el lodo reposan objetos de todo tipo, desde bicicletas y contenedores de basura hasta un jarrón funerario que encontraron en otra jornada.
Carlos de Riva, de 45 años y natural de Pontevedra, es otro de los buceadores que se ha sumado a esta acción. Este marino de la Armada fue destinado a Rota en 2004. Al igual que Uwe, también se interesó por el buceo de forma profesional y completó su curso correspondiente. Cuando finalizó su servicio militar, se apuntó al club y sigue practicándolo por afición.
“Es una paz tremenda, una flotabilidad neutra, no escuchas nada de ruido, no hay teléfono móvil ni correos electrónicos. Solo tranquilidad”, expresa el gallego, al que le apasiona ver en directo “lo desconocido” e interactuar con los seres vivos que habitan en el fondo del mar. Su experiencia más impresionante fue cuando vio el SS Thistlegorm, un mercante de la Segunda Guerra Mundial hundido en el Mar Rojo. “Me encanta el contraste del aspecto fantasmagórico del barco con toda la vida que lleva dentro, los peces, las morenas”, comenta con entusiasmo.
"Cuando buceo tengo una paz tremenda"
Una sensación similar tuvo Sandy Alcázar, francesa de 31 años criada en Rota, que también colabora en la limpieza. Ella se sumergió en Hawai. Fue precisamente ese viaje, hace dos años, su primer contacto con el buceo. “Antes de ir, busqué dónde podía certificarme y la única opción que me salió fue este club, me puse en contacto con ellos y en una semana me saqué el título”, cuenta a lavozdelsur.es.
La joven se enganchó y se adentró en el buceo de competición, llegando a alcanzar logros y participando en campeonatos autonómicos y nacionales. “La competición se hace en piscina, en un medio controlado, el que menos tiempo tarde en hacer una serie de circuitos sin penalizaciones, gana”, explica de forma general.
La primera vez que el club organizó una limpieza, hace una década, encontraron una cuba de camiones en una zona del puerto deportivo. “Al tercer año que actuamos, ya no encontramos nada. Vemos que cuando limpiamos la basura va a menos y hay zonas a las que ya no vamos porque no encontramos nada. Funciona. La concienciación existe, la mayoría son objetos que se caen, despistes”, comenta Uwe mientras sus compañeros salen del agua. “Pensábamos que el mar era infinito y nos dimos cuenta de que no”, sonríe Sandy.
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