La primera vez que Jan Pettersen (Oslo, 1957) probó un fino pensó que era algo parecido a un quitaesmalte. “Pregunté: ¿Cómo se puede vender esto? Menos mal que tienen otras cosas”, ríe. Aquella impresión no duró mucho. El jerez, como vino que se presta al cultivo del paladar, es complejo, lleno de matices, tal vez infinito. El empresario nórdico lo sabe bien. “Pasé de no entender el fino a ser un apasionado. No entra a la primera, el fino es como el caviar o las ostras”, dice.
El propietario de Rey Fernando de Castilla es modelo a seguir para los bodegueros del Marco que priman la calidad frente a la cantidad. Una tendencia por la que apostó hace 20 años y le hizo pionero en el sector. El tiempo le ha dado la razón: a diferencia de los de gama baja, los vinos de Jerez de gama media y alta suben en ventas y en exportación. Un crecimiento similar al del Brandy Gran Reserva en contraposición a la caída de las ventas del brandy común.
En la calle Jardinillo, pleno barrio de Santiago, hay silencio. En este escondido rincón del centro histórico de Jerez, se encuentran varias bodegas, entre ellas Rey Fernando de Castilla. En una de las aceras, están las oficinas del complejo, con sus finos, amontillados, olorosos, palos cortados, pedro ximénez y la gama Antique. Al otro, uno de los cascos de bodega más antiguos del Marco —siglo XVIII— y una nave que presta a la Sociedad Jerezana del Vino. “Me he roto el cráneo para hacer catas, presentaciones y todo tipo de actividades conectadas con la gastronomía”, recuerda el empresario, que forma parte de iniciativas como el Equipo Navazos —vinos andaluces— y ha situado sus vinos en la carta de chefs como Ángel León o el danés Peter Sisseck. “Los sumilleres de los mejores restaurantes de España están aficionándose al jerez”, presume orgulloso.
Este noruego disfrutaba de sus vacaciones cuando era un niño en la Costa del Sol, donde sus padres se compraron una casa en los años 60. “Ellos formaban parte de esa primera ola de nórdicos que pasaban una parte del año aquí. España es mi segundo país, ahora probablemente es el primero”, comenta. Sus primeros recuerdos en Noruega con el jerez son confusos. A pesar de que “siempre había una botella en casa”, solía ser de cream, para su madre y su abuela: “Yo no lo tocaba”.
La conexión con el Marco fue más bien suerte. Tras estudiar Económicas en Escocia, hizo un Máster de Dirección de Empresas en Barcelona. Un día de 1983, en la ciudad condal, Osborne le fichó para el departamento comercial internacional. Desde El Puerto dirigió el área de ventas para los países nórdicos, luego para Europa y en los años 90 formó parte de la dirección del grupo.
“Me llaman el romántico del jerez. Me fascina la historia y su producto, es único, no hay nada igual en el mundo"
“Tenía 40 y pocos años. Siempre he tenido inquietud de hacer cosas por mi cuenta”, dice. La experiencia en la emblemática bodega portuense le ayudó a desarrollar su afición, pero quería emprender algo nuevo con sus propios medios. “Me llaman el romántico del jerez. Me fascina la historia y su producto, es único, no hay nada igual en el mundo. Cuando lo descubres se te queda grabado”, explica con una copa de amontillado Antique en la mano. Lo mueve, lo observa, lo huele y lo prueba. El catavino que tiene en sus manos es resultado de años de trabajo buscando la forma de hacer un jerez diferente.
El secreto de hacer las cosas bien
Jan siempre tiene una sonrisa. Con sentido del humor bromea hasta de la actualidad sanitaria y política. “Hemos tenido el mejor año de nuestra historia. Tengo muy buenas sensaciones. A ver si seguimos con la racha, el mundo no colapsa otra vez y no nos sale ningún Ucrania-Rusia”, dice con sarcasmo. El propietario de Rey Fernando de Castilla es uno de los beneficiados del auge del consumo de jerez tras la pandemia, una circunstancia que cree que viene motivada por el confinamiento.
“Nos estamos preguntando a qué se debe la subida. Creo que la gente empezó a comer mucho más en casa. Con el presupuesto que tienes para ir a cenar fuera, puedes comprar un buen pescado y una botella de vino que en un restaurante vale tres o cuatro veces más. Ahí han descubierto el jerez, algo de eso tiene que haber...”, explica dubitativo. No obstante, en la introspección y el conocimiento del sherry, el maridaje ha sido uno de los puntos fuertes. "Hay una generación de gente joven que se ha aficionado a la gastronomía. Ya no interesanta tanto la señora mayor que toma una copa a media mañana", dice sobre uno de los tópicos del jerez en su país, donde es bastante conocido por los reportajes periodísticos y televisivos.
En Noruega, Fernando de Castilla tiene el 95% de la cuota de espirituosos de España. "Era un país que consumía mucho vino de Jerez y cayó en picado en los 60. Ahora vuelve a subir y nosotros hemos echado una mano”, sostiene. Dinamarca, Suecia y Finlandia son otros de los países en los que Jan busca recuperar el sitio que el sherry merece. En Reino Unido, Irlanda, Alemania, Estados Unidos, Australia o Filipinas, Fernando de Castilla es una de las marcas de jerez más reconocidas. “Cuando cogí la empresa el 98% de las ventas eran en España, ahora el 90% son exportación. Estamos presentes en 50 países", señala.
Una de las claves de su éxito es tomar el testigo del anterior dueño de la bodega y creador de la marca, Fernando Andrada-Vanderwilde. En el momento de la compra —1999—, la bodega estaba especializada fundamentalmente en el brandy de alta gama, algo que Jan trasladó hacia los finos, amontillados, olorosos, palos cortados y pedro ximénez en unos tiempos difíciles para el Marco. “Pensé que sería una buena plataforma como marca. Tenía prestigio en el mundo del brandy, por lo que compramos la compañía y luego el conjunto bodeguero —anexo—, las bodegas José Luis Bustamante”, explica mientras camina por uno de los cascos de bodega que adquirió. Fiel a esa filosofía, el empresario noruego que ha resucitado al jerez de gama media y alta se ha cerrado a las propuestas de hacer un jerez comercial.
“Me han pedido que tenga una gama de precio bajo para los supermercados, pero no. Nosotros no somos eso. Yo lo tuve claro desde el principio, no quise meterme en whisky ni en ginebra ni en otras cosas. La gente me dice: Jan, tu te has beneficiado mucho de los vinos de alta gama’.Yo les respondo: Vale, pero soy uno de los creadores de esta tendencia", insiste.
La confianza en su producto y no renunciar a la excelencia ha llevado a este bodeguero a unos números poco imaginables en el Marco: Fernando de Castilla ha pasado de vender 30.000 botellas a comienzos de siglo a casi medio millón en la actualidad. Su crecimiento no es algo aislado. Jan quiere que se traslade al conjunto de bodegueros que “hacen las cosas bien”. “El jerez todavía se vende a unos precios que no se corresponden con la calidad. La industria lo sabe”, lamenta. Afortunadamente, y por paradájico que sea, los consumidores del buen jerez pueden disfrutar de una botella de fino como el de Fernando de Castilla por poco más de diez euros. "No debería decirlo, pero es mi favorito. Es muy barato... eso es que soy un vendedor pésimo", bromea.
Como amante del maridaje y de la gastronomía andaluza y noruega, Jan Pettersen no duda a la hora de hablar sobre sus preferencias. “¿El amontillado? Me encanta comiendo. Caldos, cremas, sopas, setas, carnes blancas o perdices”, dice sobre su Antique, gama de la que siempre guarda una botella para sus amigos amantes de la caza. El oloroso, con “guisos más contundentes”, como rabo de toro y estofado. El fino, la estrella del tapeo. “En invierno tomo mucho amontillado, pero a partir de mayo fino, mucho fino”, ríe mientras se rellena la copa. Tal vez en Oslo, el maridaje y los tiempos sean distintos.