La gran industria abandonada: "No hacemos esto por entretenimiento, da de comer a muchísimas familias"

Una actriz, un promotor de grandes conciertos, una gestora cultural, un técnico de imagen y un empresario del audiovisual cuentan la catástrofe que vive el sector de la cultura, que ha activado la Alerta Roja ante el "puntillazo" del covid

Un momento de la acción simbólica ante Villamarta, el pasado jueves. FOTO: MANU GARCÍA

Trabajar para pagar, trabajar para mantener la actividad, trabajar para aparentar que no te has hundido del todo, no trabajar, malvender tu patrimonio para llenar la nevera, reinventarte. Los estados laborales (y anímicos) del mundo de la cultura, los espectáculos y eventos, son muy cambiantes, todos afectados por la pandemia en mayor o menor medida. Así era ya un poco antes del covid. Cuando sobrevino la catástrofe, mientras la cultura nos alimentaba para no volvernos locos en confinamiento y algún loco de amor al arte ponía su arte gratis en las redes, muchos y muchas no han vuelto a levantarse. Hay apoyo para fomentar el turismo en Andalucía o hay ayudas estatales para que la gente compre coches a la industria del automóvil. No hay rescate para una gran industria abandonada a su suerte y a la que el coronavirus ha arruinado su futuro inmediato.

Esta semana, en una treintena de ciudades españolas, en un movimiento muy seguido en redes sociales, se ha encendido una Alerta Roja que ha teñido muchas fachadas de teatros españoles de rojo sangre para recordar que la cultura, su industria y los profesionales del sector, son esenciales. Y para que las administraciones públicas no olviden que, si hay un sector claramente golpeado en toda esta tragedia social y económica, es el cultural.

El madrileño Miguel López, afincado en Jerez desde hace años, es técnico de vídeo y operador de cámara en grandes eventos. Desde los 18 años trabajando, ahora tiene 39, atiende a la llamada de lavozdelsur.es con su hijo de meses en brazos y recordando cómo en los últimos años ha estado rodando junto a Joaquín Sabina, en recintos con aforos de 20 a 40.000 espectadores. “Al principio, tenía giras de 80 bolos y luego si tenías 20 era un girón. Pero de ahí a pasar a esto…”. Esas grandes plazas son historia con la covid. “Esto ha sido la puntilla”, sostiene rotundo. En su caso, se dedicaba a montar las pantallas gigantes de los conciertos más masivos y luego, como operador de cámara, iba grabando en escena lo que el público veía desde la distancia. Una apuesta cada vez más demandada que ahora, claro, se ha ido al traste. “No sabemos cuál va a ser nuestro futuro, ya te planteas hasta reinventarte”, asegura.

Los eventos multitudinarios, los grandes conciertos se acabaron hasta nuevo aviso. Los pequeños sufren graves restricciones o, en el peor de los casos, se cancelan sin apenas antelación. Todo plagado de contradicciones y falta de respeto a una industria que alimenta muchas bocas en el país. “He venido en un avión lleno, pero tengo que cantar en un teatro vacío”, expresó recientemente el barítono Luis Cansino como expresión muy gráfica de la contradicción que sufre la cultura en un tiempo de máxima incertidumbre.

Promotores de festivales masivos, como el jerezano Miki Gutiérrez, un joven emprendedor de 36 años, asegura que el sector cultural está "totalmente abandonado por las administraciones; echamos de menos que se cuide y se ofrezcan ayudas al igual que se está haciendo en otros países vecinos como Alemania o Francia". En su caso, Tritón Live Fun, su empresa, reunía a más de 150 proveedores directos al año, más de 700 contrataciones en personal durante todos los eventos que realizaban —festivales consolidados como el Primavera Trompetera— y con una plantilla fija de entre 15-25 personas. "Esperamos que pronto podamos volver a trabajar con normalidad", confía.

Alberto Ruiz, en la nave de D'Arte en Jerez, en días pasados. FOTO: MANU GARCÍA

"No lo hacemos por entretenimiento, es una necesidad llevar el pan a nuestras casas"

Ana López Segovia, gaditana de 1974, ya decía hace unos años en una entrevista con lavozdelsur.es que "lo difícil no es ser artista, es ser autónoma". Carnavalera callejera, actriz, filóloga y dramaturga, acaba de rodar a las órdenes de Alejandro Amenábar y también ha recibido, junto a su compañía, Las Niñas de Cádiz, el Max al espectáculo revelación por El viento es salvaje. Podría decirse que el temporal le ha pillado con la faena hecha. ¿O es solo un momento dulcísimo en pleno naufragio generalizado? Al otro lado del teléfono, confiesa que “todos estamos viviendo un momento de shock, de máxima confusión, no terminamos de salir”.

Y conviene no olvidar que el de la cultura ha sido uno de los últimos sectores sobre el que los diferentes gobiernos plantearon planes de rescate. Un sector que aporta en torno al 3,2% al PIB español y en el que facturan, según el Anuario de Estadísticas Culturales 2019, estadística oficial del Ministerio de Cultura y Deporte, 122.673 empresas, principalmente concentradas en Madrid, Cataluña y Andalucía. "Este un oficio tan digno como otro cualquiera, no lo hacemos por divertimento. A lo mejor el público puede prescindir de ir a ver una obra de teatro, pero la gente que hace teatro no puede prescindir de comer; no lo hacemos por entretenimiento, es una necesidad llevar el pan a nuestras casas". "Pedimos coherencia y respeto hacia nuestra profesión que da de comer a muchísimas familias", demanda.

Teñir de rojo las fachadas de muchos teatros, ponerse en mute hasta ser oídos, eran parte de las acciones simbólicas de esta semana. Vendrán más. El sector ha petado. "No se ha alcanzado la visibilidad y concienciación necesaria para afrontar los problemas del sector, y todavía no sabemos cómo se aplican las nuevas ayudas anunciadas", aseguraban los convocantes de una movilización simbólica que en Andalucía tuvo réplica en ciudades como Córdoba, Granada, Málaga, Sevilla y Jerez. Y es que causa mucha indignación que en eventos y actividades culturales no haya habido brotes, ni contagios, y en cambio, se les trate con el mismo nivel de limitaciones que, por ejemplo, los locales de ocio nocturno o discotecas.

"Se están tomando medidas super escrupulosas en salas de concierto y teatro; en muchas salas solo pueden hacer una única función al día porque la desinfección lleva mucho tiempo, pero luego te subes a un autobús y te sientas donde ya se han montado 14 personas, sin temperatura, sin geles… pero es que ahí va la gente a trabajar, joé pero es que la gente de la cultura también trabajamos", argumenta López Segovia.

El pasado 6 de septiembre, el mediático Miguel Poveda era uno de los que encendía la mecha en las redes. "Este —escribió el de Badalona en su muro de Facebook— no es un domingo de resaca. ¡¡Qué va!! Me gustaría alimentar esa leyenda de la vida del artista pero no es el caso. Es un domingo triste (otro) porque los que nos dedicamos a esto de la cultura no podremos llevar a cabo muchos de los conciertos programados como el que teníamos esta noche en Almería, entre muchos otros, y no porque no pudiésemos viajar (los transportes están llenos); no porque no pudiésemos beber (las terrazas están llenas); no porque no tuviésemos “el traje” preparado (también están llenos los centros comerciales). Esta noche no saldremos porque no nos dejaron subir al escenario. Mi corazón con todas las familias a las que se les arrebata su trabajo, su pan y su futuro".

Ana López Segovia, retratada recientemente en la plaza Santa Ana de Madrid, junto a la estatua de Lorca. FOTO: Facebook de Ana L. Segovia

"La sensación que tengo es de desolación"

Quienes organizan arriba y abajo del escenario estas actuaciones son personas como Ana Fernández de Cosa, una gestora cultural jerezana de 33 años que ha visto cómo el covid le cancelaba dos festivales que andaba organizando con su empresa, Algazara Producciones, en la provincia de Cádiz, y cómo la pandemia le ha tirado por tierra el trabajo de promoción del lanzamiento del tercer disco de La Banda Morisca, un trabajo cuya producción artística ella misma había coordinado. "La sensación que yo tengo personalmente es de desolación. ¿Qué quiero decir con esto? Que las palabras ruina, hundimiento, angustia, falta de consuelo, devastación o soledad son las sensaciones que estamos viviendo desde el sector del espectáculo en estos meses fatídicos".

Y lo peor de todo esto, abunda, "es la sensación de pensar que el 2021 venga más duro aún". "Soy gestora cultural, trabajo de mánager musical y desarrollando proyectos culturales, y en esto se trabaja a año, año y medio o incluso en ciertos casos a dos años vista. Este año lo empecé a trabajar en julio-agosto de 2019 y teníamos una buena previsión: giras en el extranjero, presentación de disco, fechas que iban surgiendo de forma bastante animada, la organización de dos festivales... En marzo nos cambió todo y sufrimos un mazazo". "Y ayudas no ha habido", zanja.

Alberto Ruiz, jerezano de 42 años, emprendedor con D'Arte Audiovisuales desde hace 15 años —"empezamos con eventos de BBC, pero fue también que en 2011 viramos a grandes conciertos y eventos", invirtió a primeros de año unos 80.000 euros en nuevo material tecnológico para su empresa. Es una exigencia permanente para no quedarse atrás. Reinvertir. Tenía el año "super encarado, sin problemas y nos lanzamos". Empezó en febrero a pagar la primera letra del nuevo material y un mes después se le cayó todo. El 12 de marzo pasado era el último trabajo que iban a hacer y se suspendió al final.

Así, en blanco, hasta el pasado julio. El verano ha sido, como reconoce, "para pagar" y "eso que nosotros, en la zona, hemos sido de los que nos hemos podido dar con un canto en los dientes". Y eso que ha montado para artistas como Amaral, Coque Malla o M-Clan. "Hemos arrancado ya en julio con los promotores con muchísimos problemas, con medidas de seguridad extremas y, en muchos casos, no ha sido rentable montar una producción en exterior, que vale lo que vale independientemente de que la montes para 100 o para 30 personas".

https://twitter.com/mariadiazteatro/status/1306688961562247172

Su empresa fue la encargada de montar el espectáculo de luz que tiñó el pasado jueves de rojo la fachada del Teatro Villamarta, el principal escenario de Jerez. Sumarse a la acción simbólica era obligatorio para un negocio que compagina los conciertos y espectáculos con los eventos. Con cinco trabajadores fijos en plantilla, todos al ERTE al principio y luego fueron saliendo de forma parcial, Alberto no tiene ni idea de cuándo volverán las cosas a una cierta normalidad. Y eso es lo que más preocupa, lo que más desgasta. "Todo se ha venido abajo. Hemos trabajado algo, con suerte de haber tenido promotores que se han tirado a la piscina, pero la gran mayoría está en dique seco absoluto".

El pesimismo campa a sus anchas ante una realidad aplastante: "Compañeros de gremio están malvendiendo el material porque no llegan. Si tienes una familia que mantener, a la gente le da igual ya 8 que 80. Estamos viendo cosas de ese tipo y así estamos sobrellevando este tinglado. Esto se va a llevar muchas empresas del sector por delante. Sin un plan serio sobre la mesa, vamos a ver cosas chungas a nivel de desempleo, de gente perdiendo su patrimonio…", cuenta Alberto Ruiz, al tiempo que reconoce que, en su caso, aún tiene pendiente de cobro facturas con administraciones públicas del año pasado, cuando aún no existía el covid. El maltrato a la cultura, a los que viven del mundo del espectáculo, no es nuevo, solo ha ido a peor. A mucho peor. El show, como cantaba aquel, debe continuar. La pregunta será ¿cómo? Tras cambiar el pañal a su hijo, Miguel López es otra vez rotundo: "La industria cultural es un pilar en España, pero por algún motivo se menosprecia. Sin cultura no vamos a salir de esta mejor". Un trozo de pan y un libro, pedía Lorca.