Le hace falta un gato hidráulico para levantar el Harrier que permanece frente a ella. Ana Villalobos Pastor es la encargada de cambiar las ruedas a estos conocidos aviones de combate que se mantienen en la Base Naval de Rota. La malagueña, natural de Marbella, maneja a diario útiles de centrado y otras herramientas que guarda en una enorme caja roja en la que acaba de posar su brazo. 1997 fue el año en el que la cabo primero actualmente destinada en la novena cuadrilla de la flotilla de aeronaves asomó la cabeza en las Fuerzas Armadas (FFAA). Las mujeres, por entonces, no llevaban ni una década formando parte de los ejércitos.
Este 2023 se cumplen 35 años de la entrada de una mujer en las FFAA. Patricia Ortega García fue la primera en incorporarse, allá por el año 1988. Desde entonces, las mujeres pudieron optar a los puestos de ingenieros y a los comunes, sin embargo, tuvieron que esperar tres años más para ingresar en Tropa y Marinería y, no fue hasta 1999 cuando se garantizó su acceso a todos los cuerpos, escalas y rangos.
“Cuando entré teníamos limitados ciertos destinos que todavía no estaban habilitados para mujeres, como los submarinos. A nivel logístico, no estaban preparados, no tenían alojamientos ni separación de baños”, recuerda Ana desde su taller. En cambio, ya veía a compañeras y superiores en su lugar de trabajo.
Su primer puesto fue de mecánica en el buque Aragón, un antiguo barco de vapor que fue dado de baja en el 2000. Antes, había completado su formación como marinera en la Escuela de Especialidades Antonio de Escaño de Ferrol, por la que pasan todas aquellas que desean acceder a la Armada.
“No me viene de familia, soy militar por vocación. De pequeña le decía a mi padre que quería hacer la mili y me decía ‘las mujeres no hacen la mili’ y yo le decía, ‘pues yo la voy a hacer”, cuenta mientras sus compañeros realizan labores de mantenimiento a las aeronaves.
"Soy militar por vocación"
Cuando creció tenía claro que o entraría en el ejército o sería corresponsal de guerra de algún medio de comunicación. “O periodista, o militar”, dice ataviada con el uniforme. Así que, después de alcanzar la mayoría de edad, “cogí las Páginas Amarillas, busqué el teléfono del Ministerio de Defensa. Llamé y pedí información”.
Al cabo de los días, le llegó a casa un sobre enorme con las solicitudes, las rellenó y las mandó. En mayo del 97 no fueron multitud las que comenzaron su aventura laboral de esta forma. “Pero poco a poco hemos ido cogiendo fuerza y ahora somos muchas”, comenta Ana que ha visto la evolución que ha experimentado la mujer en las FFAA.
Según un informe del Observatorio militar para la igualdad entre mujeres y hombres en las Fuerzas Armadas, órgano del Ministerio de Defensa, en 2022 se registraron 15.864 mujeres militares, el 13% del total, frente a los 106.204 hombres. De ellas, 8.756 pertenecen al Ejército de tierra, 2.926 a la Armada, 3.038 al Ejército del aire y del espacio, y 1.144 a cuerpos comunes.
A lo largo de su carrera militar, Ana ha trabajado en el Almirante Juan de Borbón, en Ferrol, y ha ido realizando cursos de ascenso. Desde sus inicios hasta la actualidad, ha notado cambios importantes. “No tiene nada que ver, en el barco de vapor éramos muy pocas mujeres, todavía nos trataban con mucho cuidado, entre rosas. ‘No cojáis ese peso’, nos decían. Ahora ya no se ve eso”, dice la malagueña “muy a gusto” con su trabajo.
La realidad de los ejércitos, a veces, difiere de la percepción que tiene la ciudadanía. La falta de conocimiento puede llevar a pensar en un mundo repleto de estereotipos en los que ser militar es cosa de hombres. Pero, lo cierto es que, en 35 años, estos van desapareciendo. De hecho, desde 2005 existe un organismo dedicado a promover la integración y permanencia de ellas, el Observatorio de la Mujer, que en 2011 se bautizó como Observatorio Militar para la Igualdad.
"Nunca he permitido que se me trate diferente por ser mujer"
“Yo nunca he permitido que se me trate diferente por el hecho de ser mujer. Siempre he exigido lo mismo que a mis compañeros. Si he tenido que cargar una rueda o una botella de nitrógeno, lo he hecho”, sostiene con firmeza. A su alrededor, no ha vivido ni ha sido testigo de tratos discriminatorios. Tan solo “algunos de la escuela antigua que te ven y te dicen ‘no, espera, deja que lo hago’, pero yo siempre les he dicho ‘lo hago yo que puedo’".
Desde hace 24 años, no existen limitaciones a la hora de ingresar en las Fuerzas Armadas. “Me tratan como una más, aquí no hay ninguna distinción”. La voz de María del Carmen Álvarez Pinteño irrumpe a las puertas del Cuartel General de la Flota. Esta jerezana de 26 años lleva trabajando en la Base Naval desde hace apenas dos meses, cuando completó su formación como marinera en Ferrol. Su función es la organización el Estado Mayor de la Flota. Por ejemplo, prepara la festividad de El Carmen, o las procesiones. “Ahora estamos organizando el 12 de octubre, la Fiesta Nacional”, añade.
En su caso, acabar en la Armada no estaba en sus planes iniciales. Se graduó en Criminología y estudiaba unas oposiciones para la Policía Nacional cuando se decantó por esta opción. “Al final para sacármelas necesito dinero y al estar cinco años aquí guardan plaza para la Policía”, explica. Pero en dos meses, sus previsiones para el futuro están tomando otro rumbo. “La verdad es que me estoy planteando ascender a suboficial, prefiero quedarme aquí. Nunca he navegado y me gustaría pedir una comisión para saber cómo es”, expresa.
De momento, está encantada con su destino. María del Carmen y otras jóvenes que optan por esta salida laboral disfrutan de su integración gracias a esa semilla que plantaron las pioneras. “No había una Ley encauzada para las primeras madres”, dice Ana que ha vivido en sus carnes dos embarazos.
La militar notó la diferencia entre el primero, su hijo que ahora tiene 22 años, y el segundo, de 16. Seis años de diferencia en los que las Fuerzas Armadas han ido avanzando a la par que la sociedad.
“En mi primer embarazo estaba destinada en una dependencia de tierra, en el parque de autos. No navegaba, pero sí que montaba mis guardias y hacía mi trabajo correspondiente. Con el pequeño cambió, tenía reducción de la jornada por lactancia y reducción de la jornada laboral, cosa que con el mayor todavía no había”, detalla Ana.
Su circunstancia es un tanto especial. Su marido también es militar de las Fuerzas Armadas y, al igual que ella, navega en el emblemático Juan Carlos I cuando se los requieren. “Una vez navegamos los dos y mi niño tenía un año. Cuando llegamos, hicimos un recurso para que no pasara más, entonces, estuve exenta de navegar hasta que mi hijo cumpliese 3 años”. Desde entonces, ha podido solicitar lo que llama “la no simultaneidad” para que, cuando su marido navegase, no lo tuviera que hacer ella.
Las mujeres han trazado sus caminos dentro de las FFAA, se han abierto paso y se han movilizado para adaptar las normas. Desde la Base Naval, Ana y María del Carmen se sonríen mientras saludan a sus compañeros. “Hoy en día la mujer en las Fuerzas Armadas no es novedad. Es una más”, comenta uno de ellos.
El número de mujeres que se animan está en alza. “Cada vez somos más. Este año han entrado muchas más que en mi ciclo, donde éramos 24”, dice María del Carmen desde la Base que también está de celebración por sus 70 años de vida en Rota.