Precariedad a dos ruedas

Jesús, Steven y Axel son tres jóvenes que trabajan como repartidores, en bicicleta o en moto, para plataformas de reparto a domicilio con las que ganan apenas 500 euros mensuales, esquivando las engrosadas listas de paro juvenil, que sobrepasa el 40% en España

Jesús, repartidor de Just Eat, esperando un pedido frente al McDonalds.

Cuando llega la tarde, Jesús, jerezano de 33 años, siempre procura tener el móvil con la batería cargada, la moto con gasolina y la ropa preparada para salir de casa en cuanto su teléfono le avise de que tiene un pedido. El casco, el chaquetón y los pantalones son oscuros, la única nota de color la aporta la enorme mochila de la plataforma de reparto de comida a domicilio (delivery) para la que trabaja, que en su caso es naranja, ya que se trata Just Eat, una de las cinco principales que operan en el país, junto a Glovo, Deliveroo o Uber Eats.

Más de 15.300 personas de toda España recorren las calles de sus ciudades cada día para llevar comida a hogares, según datos de 2019. Cuando termine el presente 2020 es previsible que esa cifra aumente —el crecimiento esperado es del 60%—, ya que la pandemia ha beneficiado a estas plataformas, que han visto crecer su negocio. Jesús pertenece a la generación de la precariedad eterna, la del paro juvenil disparado desde hace ya demasiados años. Pasada la treintena, no sabe lo que es ser mileurista. Su esperanza es que la pandemia pase cuanto antes y pueda irse de Jerez a buscar mejor suerte en otra ciudad, o incluso en otro país.

Jesús, entregando un pedido a domicilio. Autor: Juan Carlos Toro 

Jesús, que prefiere no dar su apellido, está contratado 15 horas semanales a través de una Empresa de Trabajo Temporal (ETT) que trabaja a su vez para Just Eat. Él es de los “afortunados”, porque el resto de plataformas obligan a sus riders (repartidores) a darse de alta como autónomos. “Yo ya estuve de autónomo y no me podía acoger a las bonificaciones —50 euros mensuales durante los primeros meses—”, cuenta, por eso optó por esta compañía. Después de dos años en paro, alternando empleos esporádicos y mal pagados, aceptó sin dudar. La ETT le abona un sueldo fijo y recibe 50 céntimos extra por cada pedido que complete —“para gasolina”—, con lo que gana unos 500 euros mensuales.

Cuando le suena el móvil, Jesús se pone en marcha. Se encuentra en un centro comercial, aunque la aplicación le avisa de que tiene un pedido en un establecimiento cercano: tiene que ir de La Granja hasta la zona de Hipercor. Rápidamente, se monta en la moto y va hacia el local. “Creo que me lo dan por la ventanilla”, apunta. Las nuevas restricciones de movilidad impuestas por la Junta de Andalucía para intentar frenar el avance de la pandemia afecta a un sector que bebe, principalmente, de la hostelería.

Jesús conduce su moto por Jerez, en mitad de un reparto. Autor: Juan Carlos Toro

La jornada que Jesús atiende a lavozdelsur.es tiene un horario establecido —así lo marca la ETT— de 18:30 a 20:30 horas, aunque tiene su primer pedido poco antes de las ocho. “Antes de esa hora es difícil que nadie pida nada, si acaso un helado en verano, ¿pero quién va a comer tan temprano?”, se pregunta retóricamente. “Empecé a trabajar con 18 años y he estado en diversos sectores”, relata, echando la vista atrás.

Jesús ha trabajado en una ferretería, como repartidor y en un salón de juegos durante cinco años, en el que es hasta la fecha su empleo más “estable”. “Ganaba 900 euros y es el mejor contrato que he tenido”, dice, “pero era un mundo muy… oscuro. Estaba muchas horas allí metido, rodeado de ludópatas, con mal ambiente… Me dejaron hecho polvo psicológicamente de estar tanto tiempo rodeado de ese tipo de gente”. Luego intentó emprender. Tuvo un par de experiencias gestionando bares, pero no salieron bien. 

“Desde entonces, hace ya cuatro años, he estado en paro o trabajando de camarero por horas ganando 200 euros al mes”, dice Jesús. A punto estuvo de irse al extranjero hace un lustro, “pero no salieron las cosas como las tenía previstas”, y desde entonces no conoce la estabilidad. En unos días dejará el trabajo por “un problema con la moto”, y otra vez volverá a empezar. “Cuando pase la pandemia, lo más probable es que me tenga que marchar fuera. Aquí no hay muchas oportunidades”. Jesús, que tiene dos grados medios, de gestión administrativa y de comercio, nunca ha encontrado trabajo en estos sectores. “Habrá que hacer las maletas cuando pase todo esto, a no ser que ocurra algún milagro, que no tiene pinta”, sentencia.

 

Las condiciones en otras plataformas distintas a Just Eat, para la que trabaja Jesús, son muy diferentes. Steven y Axel reparten para Glovo, una compañía a la que el Tribunal Supremo ha obligado a dar de alta a más de 11.000 riders y ha condenado a abonar más de 16 millones de euros en conceptos de indemnizaciones impagadas. En todo el país, casi 18.000 repartidores, que trabajaban como falsos autónomos, han sido dados de alta en la Seguridad Social el pasado mes de octubre a instancias del Ministerio de Trabajo, que entiende que mantienen una relación laboral clara con la empresa —de Uber Eats, Glovo, Amazon y Deliveroo—.

“La compañía quiere ser parte activa de la solución, manteniendo una posición abierta y de consenso con las asociaciones, agentes sociales y el ministerio para ser parte de la solución y no del problema”, reseñan desde Glovo, que asegura que “respeta la sentencia del Tribunal Supremo”. Mientras, muchos de sus riders siguen trabajando como autónomos. Steven Carvajal, de 24 años, es uno de ellos. Él, como su compañero Axel Moreno, de 23 años, lo hacen en bicicleta. Cuando el primero llega a la entrevista lo hace resoplando, cansado tras entregar su último pedido. Con la bici de su sobrino, recorre las calles de Jerez cada noche, cargado con la característica mochila amarilla de Glovo, sorteando coches y todo tipo de obstáculos. “Varias veces han estado a punto de atropellarme, corremos peligro”, expresa.

Axel ayuda a Steven a ponerse la mochila de Glovo. Autor: Juan Carlos Toro

Steven, colombiano de nacimiento, lleva dos años en España. En su país trabajaba para una correduría de seguros, aquí como camarero y, desde verano, como rider. “Es lo único que he encontrado, hice varias entrevistas pero no me cogían”, cuenta. Hace unos meses estuvo a punto de trabajar para una aseguradora, pero lo engañaron, el empleo era a puerta fría y por comisión. No le salía rentable. “He buscado de todo”, incide. Con Glovo acumula entre tres y cinco euros de ganancia por pedido, unos 500 euros mensuales, aunque de esa cantidad tiene que descontar los gastos de Seguridad Social y 100 euros de gestoría, la interna de la plataforma. “Glovo nos liquida el IVA”, asegura. Ellos no se preocupan del papeleo.

“Nos buscamos las papas cada día”, cuenta Steven, quien asegura que gana lo justo para sus gastos. “Muchas veces he pensado dejarlo, pero no hay posibilidades de tener otro trabajo”, dice. “Es lo único que tenemos. Dejarlo es quedarnos sin nada y es mejor tener un poquito a no tener nada”, señala. No obstante, asegura que “es injusto ser autónomo para trabarle a la plataforma” y le gustaría ser uno de los riders dados de alta como empleado, aunque matiza que “nos está dando de comer, tampoco podemos ser desagradecidos”.

“Lo mejor para nosotros sería tener un salario fijo”, expresa Steven. El sistema de la aplicación premia la regularidad. A más pedidos entregados, mayor puntuación y mayor número de encargos recibe. “Por dejar de trabajar una semana, cuando estaba malo, me bajaron la puntuación”, dice. “Hace un mes tuve un dolor terrible en la espalda”, relata, “es muy frustrante ver que por no trabajar una semana perdemos puntos”. Una vez reincorporado, busca las zonas de la ciudad más “planas”, para poder recorrerlas en bici lo mejor posible. Hay noches que hace hasta 20 kilómetros.

Steven, con su bicicleta, durante un reparto. Autor: Juan Carlos Toro

Axel Moreno, venezolano, también utiliza la bici para repartir comida a domicilio. El perfil medio de los riders es el de un hombre de entre 29 y 39 años, con estudios de Secundaria, y procedente de Latinoamérica. Uno de cada tres mete cabeza en el mercado laboral español a través de estas plataformas. En su país estaba estudiando Ingeniería Industrial y una licenciatura de Música —toca el saxofón y la batería y llegó a trabajar en orquestas—, en España no conoce otro empleo que no sea el de repartidor. “Me mato demasiado, es muy cansado”, confiesa. “No vives cómodamente, tienes que dedicar tu día a esto, te obliga a estar pendiente”, dice.

“Uno asume muchos riesgos”, dice Axel. Él llegó a caerse. “Rodé cinco metros por el suelo y le cogí miedo”, señala. “Casi me meto debajo de un camión”. El joven trabaja “de lunes a lunes”, una media de cuatro horas diarias, aunque ha llegado a hacer diez en una jornada. Por la mañana, los pedidos son de compras de supermercados. “Hay veces que hay seis o siete bolsas y llevarlas en la bici es complicado” dice, por eso se centra en las noches, en los repartos de comida. Los meses buenos llega a 900 euros, pero con ese dinero paga la cuota de autónomo, el IRPF y los gastos de asesoría, por lo que raramente sobrepasa los 600.

Steven mira en su móvil la dirección de su siguiente pedido. Autor: Juan Carlos Toro

“Los días más movidos son los fines de semana, de jueves a domingo”, cuenta, cuando puede llegar a asumir hasta siete pedidos, aunque lo normal es no pasar de cuatro. La ganancia depende de la distancia recorrida y del tiempo que espere en el local, normalmente, de comida rápida. “A veces, en los recorridos largos, vuelvo andando mientras entra el siguiente pedido, porque te quedas molido”, confiesa. “Si estás cansado lo puedes notificar, eliminas una hora tu disponibilidad”, señala, pero también pierde pedidos, puede que hasta puntuación y, por supuesto, ingresos.

Las plataformas de delivery, al contrario que muchas otras empresas, han visto crecer su negocio durante la pandemia. En 2019 movilizaron 790 millones de euros, según datos de la consultora NPD Groups, y este 2020 está previsto que rebasen los 1.000 millones, según calcula Statista. De media, cobran comisiones de entre el 25 y el 40% de cada pedido a los bares y restaurantes con los que tienen convenios, que cada vez son más. Para jóvenes como Jesús, Steven y Axel, muchas veces, es la única vía de tener trabajo y esquivar el elevado paro juvenil —entre 2000 y 2019 estuvo en torno al 34% de media, ahora rebasa con creces el 40%—, aunque sea precario.

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