La puerta está cerrada. Una pareja de turistas acaba de entrar a contemplar los recovecos de una casa con encanto a la que más de uno le dedica unas miradas antes de atravesar la calle San Bartolomé, en El Puerto. Será la luz que acaricia la trepadera de un bonito patio o la piedra original del edificio. Tiene algo que atrae. “Hemos tenido un verano espectacular”, dice Pepa Luisa Raposo, a la que llaman Penny desde el salón.
La portuense, de 63 años, está sentada en un sofá junto a Alan Laiser, su marido, inglés de 68 años ya jubilado, y a uno de sus dos hijos, Alan Luis, de 33. Esta familia hispano-inglesa es la encargada de mantener este inmueble que se ha convertido en un icono de la ciudad desde que en septiembre de 1998 abriera sus puertas como pensión boutique. Son ellos los que tuvieron la idea de reformar la antigua vivienda en Casa Nº6 y, con dedicación y esfuerzo, hacer que brille como lo hace hoy.
Alan y Penny fueron pioneros en El Puerto en transformar una casa de vecinos con un pasado curioso en una pensión. Hace 24 años, en una época en la que el rescate edificios abandonados aún no estaba de moda. El matrimonio recuerda cómo comenzó esta intrépida aventura que les ha regalado penas, alegrías y algún que otro susto.
“Vine para enseñar el juego del Blackjack en el casino Bahía de Cádiz, ella era una de mis alumnas”, cuenta Alan padre mirando a la portuense. El amor surgió y en 1981 se casaron. Dos años después partieron a Inglaterra donde ampliaron la familia hasta que decidieron que era hora de volver a la ciudad en la que se conocieron.
Vendieron su casa y se mudaron a El Puerto. “Queríamos que los niños se criaran aquí, pero teníamos que hacer algo, un negocio, y decidimos comprar esta casa que estaba totalmente en ruinas”, explica Penny. Se liaron la manta a la cabeza y tras una larga búsqueda, al entrar en este lugar sintieron que “era lo que queríamos”.
A partir de ese momento, en el número 6 comenzaron unas obras que se alargaron hasta 7 años. Por entonces, la familia se instaló en la primera planta. No querían convertirla en un hotel porque les pedían unos requisitos que, a su parecer, estropeaban la casa, así que optaron por un Bed and Breakfast. Según cuentan, bajo ningún concepto iban a intervenir en la esencia de este lugar que deja ver puertas y losas originales.
"Funcionábamos por el boca a boca"
“Estuvimos seis meses duchándonos en el patio con una manguera”, ríe Alan padre. Con el tiempo, las salas se transformaron en habitaciones y, a finales de los noventa llegaron los primeros huéspedes. “Al principio venía muy poquita gente, funcionábamos por el boca a boca, no es como ahora que están las redes sociales”, comenta la portuense.
“Hubo gente que se alojó aquí con nosotros mientras hacían sus futuras casas”, recuerda Alan. Ambos agradecen a la concejalía de Turismo el apoyo que les brindó en todo momento y la labor de José Ignacio Delgado, Nani, de la asociación de patios portuenses, que siempre cuenta con ellos. La casa, declarada como bien patrimonial, esconde una historia que la familia conoció más tarde.
Tras investigar un poco, descubrieron que el inmueble fue construido en 1750, en los jardines del palacio de los Duques de Medinaceli por Patricio O´neale , el hijo de Patrick O´neale, un irlandés que migró a El Puerto para sacar adelante su bodega. “Su padre vivía aquí cerca, en la calle Santo Domingo, y él, ya portuense, la hizo como casa de indias, en esta planta baja cargaba la mercancía”, explica Alan Luis.
Desde que se pusiera en pie hace unos 272 años, la casa “ha sido un poco de todo”, un colegio, un hospital, una casa familiar donde vivían tres hermanas, una en cada planta, y, en su última etapa, una pensión.
Rincones cargados de anécdotas que esta familia guarda con cariño en sus mentes. Alan y su hermano tenían 9 y 8 años cuando pisaron España por primera vez. “Tenemos recuerdos muy bonitos aquí, jugábamos con la arena de la obra e hicimos fiestas con amigos”, dice el hijo, que vio cómo su hogar se transformaba poco a poco.
Cuando irrumpió la crisis económica, Penny volvió al extranjero para trabajar y los hermanos se involucraron de lleno en el cuidado de esta reliquia histórica que “casi perdemos”. Al mal tiempo, buena cara. La unión de esta familia logró sacar a flote la casa que actualmente despierta el interés de muchos visitantes y locales.
"Casi perdemos la casa"
Su buque insignia es el patio, que en más de una ocasión ha sido premiado en concursos organizados por el Ayuntamiento. Alan, Penny y Alan Luis se adentran en el inmueble que conocen al dedillo. Dejan atrás una imponente cascada que nace del techo y se disponen a subir las escaleras, que conservan la piedra de tarifa. “Se oscurece cuando va a llover”, dice Penny. A continuación la familia desvela el ADN de su hogar, con una capacidad total para 22 personas, y recorre las seis habitaciones y los dos apartamentos que lo componen.
Según cuenta a lavozdelsur.es, todo está íntegramente decorado por ellos con artículos que proceden “de muchos países diferentes en los que hemos estado”. El mobiliario no ha sido el único testigo de las historias ocultas de esta casa. La familia menciona a “un niño fantasma” que vaga por la entreplanta.
-“Durante la reforma yo vi a un niño corriendo desde la ventana, pero al salir no había nadie. No tenía una sensación de miedo”, dice Alan.
-”Yo lo vi también. Sentías que algo corría, era una presencia”, expresa Penny, que recuerda que su hermana llamó a una vidente en cuanto se lo contó.
Sin decirle nada previamente, la mujer fue a la casa y, nada más entrar, dijo: “Aquí hay un niño, pero está aquí para ayudar, no os va a molestar”. Un espíritu bondadoso cuya función parece ser la de proteger a los inquilinos.
Esta no es la única historia que pone la piel de gallina y embriaga de adrenalina a los amantes del misterio. El sacerdote americano que bautizó a los hijos de Penny y Alan se alojó durante mucho tiempo en la entreplanta, donde residen. “Un día, la señora que vivía aquí se lo encontró muerto en la bañera, que es donde está nuestro dormitorio”, sostienen.
Más allá de las leyendas, la casa nº6 también ha acogido grandes momentos. Hay familias que alquilan la casa entera porque vienen a una boda o matrimonios que admiran este tipo de alojamientos. Para la familia, lo más importante es que los huéspedes cuiden la pensión.
"Nos gusta que se use el patio"
“El Puerto ha tenido un pequeño giro hacia otro tipo de turismo que no nos interesa, de borrachera. Dejamos de hacer despedidas de solteros y solteras. Queremos asegurarnos que va a venir gente que va a respetar la casa”, explica Alan Luis.
A su vez, ceden el patio para diferentes eventos como conciertos, recitales de poesía, presentaciones de libros o programas de radio. “Nos gusta que se use y que forme parte de la comunidad”, comentan desde una casa viva que ha sido sometida a tres restauraciones -la última hace unos seis años. Rincones que enamoran, y que embrujan.