En este espectáculo de fervor y entusiasmo único en el mundo, como lo definió Chaves Nogales en el regreso de la Semana Santa con la II República, la saeta puede que, al menos en la Baja Andalucía, sea el gran cenit. El quejío hondo que condensa la emoción y brota en un balcón o a los pies de un paso, entre el tumulto de la bulla y el murmullo del barrio.
Un saetero puede lanzar la flecha y no ser cantaor profesional, al igual que se puede ser cantaor profesional y no atreverse en público a tirar con el arco de la voz ese rezo cantado ante el silencio de la multitud. Coral de los Reyes (Jerez, 1968) hacía unos 20 años que, por diversas circunstancias, no cantaba saetas en la calle. Este Miércoles Santo en Jerez, desde el balcón de la imponente casa de la familia De la Quintana, ha vuelto a cantarle al Señor de Las Tres Caídas y a la Virgen de los Dolores. Ha sido una tanda de tres saetas, junto a su hermana Ana, en nombre del Centro Cultural Don Antonio Chacón —que preside Juan Alfonso Romero— y dentro del programa organizado por la Federación de Peñas Flamencas de la ciudad, Venerarte con saetas.
“Estoy muy emocionada, hacía muchísimos años que no cantaba una saeta en la calle y, aparte del respeto hacia el Señor y la Virgen, en ese momento me embarga el ambiente, es un instante mágico, pero muy delicado, porque no sabes cómo vas a salir de ahí. Si hay humo del incienso, como me ha pasado, se te cuela en la garganta y no sabes cómo vas salir, pero sigues adelante, pase lo que pase, es muy emocionante”, insiste a lavozdelsur.es al salir del trance, ya de camino a la salida del Prendimiento, en su barrio.
No para Coral de entonarse por bajini en los instantes previos a cantar su par de saetas. De un lado para otro, felina, buscando y rebuscando el momento más que aguardándolo. A su lado, su hermana Ana (Jerez, 1975), que coge tono una y otra vez antes de cantarle su saeta al Cristo de la Salud, el tercero de los pasos de la hermandad del santuario de San Lucas. Con un afinador metálico que maneja nerviosa entre los dedos, salta al balcón.
Las dos hermanas del barrio de Santiago, que mamaron esta plegaria flamenca de su madre, Milagros Bermúdez, que incluso les legó muchas de sus letras, tragan agua, tragan saliva y se tiran de cabeza ante la llegada de los pasos. “¡Pararse ahí!”, se oye vibrante la voz del capataz. Irrumpe, entre el espeso silencio, el grito. Salen airosas entre la ovación del público.
“Antes de cantar te quieres tirar por el balcón, de los nervios que te entran; luego, es como si te quedaras vacía”, confiesa Ana, que junto a su hermana debutó en estas lides con apenas 13 años, en el programa que presentaba el llorado poeta José González Pepillo.
A un puñado de metros de allí, en la sede de la peña Tío José de Paula, la tercera más antigua de Jerez, Joaquín Fernández el Zambo (Jerez, 1957) llega maqueado después de cerrar su pescadería en Vallesequillo. La histórica familia de pescaderos, la histórica estirpe de Los Zambo, sigue con la llave de la saeta jerezana como uno de sus estandartes. La herencia ya sobresale en la voz de Rafael el Zambo, sobrino de Joaquín.
Socio fundador de la entidad flamenca de la calle Merced, en el arrabal histórico de Santiago, Joaquín el Zambo lleva desde los 14 años cantándole al Prendimiento, una de las imágenes más icónicas y veneradas de la Semana Santa jerezana. “Los que me impulsaron a cantar fueron José Vargas El Mono y Curro de la Morena, pero mi gran maestro siempre fue mi tío Juan Romero Pantoja El Guapo —primer Saetero Mayor de Jerez—”.
Sorbe un buchito de fino y no duda en aseverar que “la saeta es un cante que te tiene que gustar y, de hecho, ahí está la historia, ha habido grandes cantaores que no han cantado por saetas. Y ha habido grandes aficionados que cantan saetas y no han sido cantaores. Pero yo conozco gitanos que le han cantado hasta a Juanillo, de lo que le gusta esto”. Hasta en verano. "Claro, yo he cantado saetas en agosto, hasta durmiendo canto saetas", reconoce el de Santiago, defensor de un estilo que en Jerez cobra especial dimensión en el lamento de tercios cortos por seguiriyas.
Al filo de las siete y media de la tarde, mientras en esta zona de la calle Merced frente a la catedral de Santiago, ya no cabe un alma, mientras en los balcones está la alta sociedad jerezana y el pueblo se apretuja en aceras y calzada, El Zambo comparece en el balcón. Son ya 50 años, medio siglo, cantándole al Prendimiento cada Miércoles Santo.
Solo interrumpió este ritual un año debido a una operación de bocio de la que felizmente se recuperó. “Mi penitencia fue no ver ese año a mi Prendi”, recuerda un hombre que asegura que tiene "la saeta en la sangre". "Yo los Miércoles le canto al Prendi por devoción, soy muy, muy capillita, pero luego es verdad que hay saetas que se cobran y saeteros y saeteras que se dedican profesionalmente a esto", explica.
"Es un momento muy fuerte, muy fuerte", insiste Joaquín, quien declara que "sin sentimiento, este cante no tiene valor. Hay gente que rezan cantando, que lo hace bien o mal, eso da igual. Cuando la persona se parte y se exprime, ahí hay pellizco, es un sentimiento muy íntimo, eso es lo que yo busco y lo que me interesa en este cante tan complicado. Ahí es donde está el cante. En el pellizco. El gorgoreo se aprende, pero yo cuando empiezo a cantar por saetas me evado de todo, me voy con el Señor o con la Virgen. Cuando cantas una saeta no cantas por cantar, no mides ni te guardas nada". Ese sentimiento, como la vida, exige lucha y pasión. La Semana Santa, singularmente la andaluza, tan única, tan cosmogónica, debe ser eso, debe algo de eso. Lo dijo Chaves, un fervor y un entusiamo único en el mundo, "rica pulpa de humanidad".