Un mercado es un lugar de encuentro. Los tiempos han cambiado y estos espacios también. Donde antes sólo había fruterías, pescaderías y carnicerías ahora es sencillo encontrar gastrobares que satisfacen las necesidades de los locales y de los visitantes. Cada vez resulta menos extraño ver a una pareja comiendo arroz en uno de estos puestos a las 11:30 de la mañana mientras que los vecinos de toda la vida, los que sobreviven a la turistificación, continúan haciendo la compra en los puestos donde la hacían sus padres y abuelos.
El Mercado de Triana es uno de esos mercados que mantiene parte de su historia y sigue albergando mucha vida en sus mostradores. Sus calles fueron testigo hace doce años de una idea que ahora es realidad y que comparte el mítico espacio que une el Altozano con la calle Castilla. Entre frutas, quesos, verduras y carnes se encuentra Casala, una sala de teatro que si no es la más pequeña del mundo, poco le falta.
Al frente de ella está Fernando Rodalva, el escultor y vecino de Triana que tuvo la idea hace ya más de una década. "Venía con mi padre a desayunar y había muchos puestos vacíos. Se habían ido los comerciantes y el mercado estaba muy triste", señala. Lo que pudo ser un motivo disuasorio, se convirtió en el empuje para trasladar actividades que ya realizaba en una casa-taller situada en el barrio. "Hacíamos cursos, dábamos clases y hacíamos espectáculos en el patio, pero surgió la idea de hacerlo en el Mercado. Si en una casa funciona y es tan bonito, en el Mercado que es donde la gente se abastece de alimentos, podemos abastecerla de cultura, que también es un alimento", explica sobre el origen.
Apenas hay cinco filas de madera con butacas de terciopelo que en conjunto suman 28. Permanecen intactas desde que las cortinas se abrieron por primera vez, aunque previamente habían pasado por el Teatro Bretón de los Herreros, en Logroño. Antes, las taquillas dan la bienvenida. O, mejor dicho, la taquilla. Una especie de armario de madera que realmente resulta difícil de describir. Allí es el propio Fernando el que entrega a modo de entrada un pequeño cartucho de cartón, simulando la venta clásica de mercado, y una invitación a la eterna, a la invisibilidad instantánea o a la risa.
Precisamente, uno de los atractivos es las dimensiones de esta sala, que podría ser la más pequeña del mundo ya que ocupa dos puestos del Mercado de Triana. "No sé si es marketing y no he estado en todos los teatros, pero más pequeño que esto me parece difícil", asegura Rodalva ante lavozdelsur.es. El escenario mide tres metros de ancho y dos de fondo. "Ofrecemos cosas que otros teatros no pueden ofrecer y otros teatros ofrecen cosas que nosotros no podemos ofrecer. Lo que nos gusta es lo pequeñito, lo íntimo y la cercanía", añade.
Aunque por esto mismo pudiera parecer un espacio muy limitado, lo cierto es que hay desde espectáculos de magia a conferencias pasando por obras de teatro, flamenco, conciertos o proyecciones. El flamenco, precisamente, es el mayor atractivo para los turistas. Sin embargo, Casala "huye" de la turistificación, pese a encontrarse en uno de los epicentros de este fenómeno dentro de la ciudad de Sevilla. "La intención era montar un teatro y acercar la cultura al día a día del barrio", afirma Fernando.
Y es que, para evitar que esta 'gentrificación' llegue a estos dos puestos del Mercado, tras la pandemia su impulsor tomó la decisión de retirarse de las redes sociales con el objetivo de que sólo llegara gente con un cuidado especial y que tuviera la intención de respetar el entorno. "No queremos que venga alguien a la que no le guste el formato porque a nosotros tampoco nos gusta ese formato de visitar cosas prefabricadas".
La pandemia supuso un punto de inflexión en la forma de trabajar. "Llevaba un ritmo frenético que no era lo que buscaba. Después de la pandemia hubo un reseteo obligado y aprovechamos para empezar de cero y que se respetasen los ritmos del barrio y de las personas", comenta Fernando, quien ahora también tiene un niño pequeño que le ha impulsado tomar estas medidas. "El boca a boca es lo que de verdad funciona".
No sólo hay que tener una sensibilidad especial para sentarse en estas butacas, sino también para subirse a su escenario. "Es un formato que no todo el mundo puede hacer. Hay obras que se hacen específicamente para este lugar y pocos más", comenta. Como ejemplo están Sepelio, Triana ha muerto o Macarena y Rocío, las dos obras que se representan actualmente los sábados. "Los intérpretes son gente que disfruta haciendo cosas diferentes. Aquí si representas que estás triste te tienen que brillar los ojos, o no se lo cree nadie", explica por la cercanía entre los actores y el público. "En la última butaca se escucha la respiración. Te das cuenta de que te está contando verdad".
Fernando reconoce que sigue disfrutando como el primer día viendo caras que repiten y recomendándoles las obras que más se pueden ajustar a su persona. "Yo cuido al público de la sala igual que al artista. No quiero que pase nadie a ver algo que no es de su gusto", señala. "Lo mejor es que en cada detallito se descubra una pequeña fantasía". Y es que en cada función el pasillo del Mercado se transforma. "Cambia el ambiente, es como si fuera realismo mágico". Esta magia es lo que hace que Fernando haya descartado cualquier tipo de ampliación. "Sería hacer otra cosa diferente, prefiero que al lado siga un carnicero y le dé encanto al Mercado".