Sequía en la cuenca del Guadalquivir: "Solo me queda sentarme y ver morir a mi rebaño"

Pequeños agricultores y ganaderos cuentan a lavozdelsur.es su "desesperación" ante la escasez de precipitaciones y anuncian que han perdido en su totalidad las cosechas de cereal, alcachofas y espinacas, y que no hay agua para sacar adelante las siembras de algodón o los cultivos de tomate industrial

Sequía en la cuenca del Guadalquivir. Un pastor lebrijano, junto a su rebaño, sediento y aprovechando cosechas perdidas para sobrevivir.

Francisco Alcón tiene 91 años y nunca conoció una sequía “tan larga y ruinosa” como la que sufren ahora los campos de Lebrija, donde él nació y creció. “Entonces estábamos acostumbrados a pasar hambre”, dice. “Pero, en estos tiempos, se nos va a hacer muy difícil que empiecen a faltarnos ciertas cosas, ciertos alimentos”, subraya y, a la vista de las cosechas perdidas, concluye: “Se nos ha olvidado que del campo viene todo”.

Lejos de aquí, en las grandes ciudades, su augurio puede sonar desproporcionado y alarmista, pero basta seguir el camino polvoriento de las marismas, donde muchos lebrijanos tienen sus cultivos, para comprender que la situación es crítica, “por no decir catastrófica”, como aseguran a lavozdelsur.es los agricultores y ganaderos que han pasado la mayor parte de su vida sobre una tierra que ahora se agrieta y se muestra yerma. 

En la cuenca del Guadalquivir llevan cinco años desembalsando más agua de la que cae. A la sequía pertinaz de la zona, se sumó en 2020 la crisis provocada por la pandemia y, en 2022, la subida de precios sin precedentes que trajo la guerra de Ucrania y que afectó especialmente a la energía, al pienso y a los fertilizantes. Los pequeños labriegos y pastores de la zona, que este año ya solo aspiran “a recuperar lo invertido”, encaran “con desesperación” un horizonte que se les antoja “insostenible”.

Tierra seca en los campos del Bajo Guadalquivir, en una imagen captada hace unos días.   MANU GARCÍA

“La situación está mucho peor que hace un año”, afirma Guillermo Romero, propietario de 1.000 cabezas de ovino en Lebrija, que ya a finales de 2021 concedió una entrevista a este medio para denunciar las duras condiciones que enfrentan en España las pequeñas ganaderías. “Como dice Titi [otro pastor], no nos queda más que sentarnos y ver morir al rebaño”, se lamenta.

En este instante, sus ovejas pastan sobre la tierra de Juan Pedro, donde la cosecha de alcachofas se ha echado a perder íntegramente por la sequía y se ha convertido en alimento improvisado del ganado. “Los agricultores se apidan de mí y me ofrecen lo que ellos no pueden coger”, explica el pastor. “Vivimos de la caridad, como quién dice”, confiesa compungido. 

Sin lluvia, el pasto no crece y los rebaños de la cuenca del Guadalquivir no tienen qué comer. Sin lluvia, los cereales cultivados por los ganaderos para proveer a sus animales de alimento tampoco crecen, y sus rebaños siguen sin tener qué comer. Sin lluvia, la producción de pienso se reduce y su precio se desorbita, volviéndose inaccesible para jóvenes como Guillermo, que se plantea abandonar el oficio en octubre si continúa en una situación similar. “Los pequeños vamos a terminar por desaparecer”, resume.

Un rebaño de ovejas sin agua.   MANU GARCÍA

Unos metros más allá, Juan Pedro observa las ocho hectáreas de alcachofas que crió “con ilusión” y que ya no recogerá. “La sequía las ha dejado durísimas y no hay quien se las lleve”, comenta. El agricultor no solo ha perdido esa cosecha, sino también siete hectáreas de espinacas y todas las que ha dejado sin sembrar de pimientos y tomates, “porque sabía que, sin agua, no iban a salir”. 

Ahora, “desesperado”, se dispone a cultivar quince o veinte hectáreas de algodón, aunque está seguro de que no va a recoger nada. “La Unión Europea nos obliga a sembrarlo y a que nazca para recibir la subvención”, se lamenta. “Ya les hemos advertido de que eso supone invertir el poco agua que tenemos en un cultivo que sabemos con toda seguridad que no va a salir adelante”.

“Es absurdo”, le respalda Diego Bellido, responsable nacional de Transformados de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) de Andalucía. “Pedirles que hagan nacer el algodón para nada es lo mismo que pedirles que abran una compuerta para tirar el agua que nos queda: son millones de litros que, en tiempos de escasez, van a ser desperdiciados adrede”, apunta. 

El pastor junto a su rebaño.   MANU GARCÍA

120 millones de pérdidas y cientos de empleos destruidos en otro año sin cosecha de tomate en el Bajo Guadalquivir

El algodón es uno de los cultivos más representativos del bajo Guadalquivir y una fuente importante de empleo. También el tomate, que este año, como el pasado, no crecerá en las las marismas. La falta de agua ha obligado a los agricultores a dejar sin sembrar unas 2.200 hectáreas y, a la fábrica de la cooperativa de Lebrija, compuesta por más de 500 socios, a cerrar sus puertas otra vez, como hizo en la campaña anterior. Adelantan, al menos, 120 millones de euros perdidos y la destrucción de cientos de puestos de trabajo.

“Para criar tomates son necesarios entre 5.500 y 6.000 metros cúbicos por hectárea”, explica Bellido. La dotación de agua que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir hizo el año pasado para las tierras donde cultivan los cooperativistas de Las Marismas fue de 1.750 metros cúbicos, mientras que este año, a fecha de finales de abril, ha concedido 700, con un adelanto de 350 metros cúbicos como medida extraordinaria.

Según el último informe de COAG, publicado el mes pasado, la sequía asfixia ya al 60% del campo español

Juan Pedro insiste en el despropósito del algodón, que se extiende al del tomate: “A veces yo me pregunto si de verdad es que no se dan cuenta o hacen todo esto para terminar de arruinarnos”, reflexiona, con el punto de mira puesto en una Administración que sienten que los ha dejado “peor que desamparados”.

“La ayuda que nos dieron el año pasado para tratar de conformarnos fue una limosna”, recuerda Guillermo Romero, que calcula que recibió un euro por cada animal de su rebaño. Una cantidad “ridícula”, que, a su juicio, no favorece la continuidad de las pequeñas ganaderías, que son, en realidad, el modelo “más sostenible” en materia medioambiental y el que, sin embargo, “menos probabilidades tiene de sobrevivir". 

Juan Pedro coincide con él: “A los pequeños agricultores cada vez nos limitan más los hectolitros de riego y, por otro lado, vemos que conceden a grandes propietarios cien o doscientas nuevas hectáreas para poner olivos de regadío, ¿eso quién lo entiende?”, se pregunta, impotente ante una estrategia agrícola que siente totalmente ajena.

Anotados en su móvil, Diego Bellido tiene los porcentajes de cultivos que calcula que se han perdido en la zona. Los lee: “La producción de cereal de secano, cero; la de girasol de secano, cero; la de 40.000 hectáreas de arroz, cero; y el trigo de regadío, para alpacas y para ensilarlo para el ganado”, recita. Los agricultores que le acompañan explican las causas: “Pedimos un poco de agua para terminar de sacar adelante las cosechas y el agua llegó tarde”, apuntan.  

Bañera sin agua.   MANU GARCÍA

"O importan de por ahí o los precios van a subir mucho"

Según el último informe de COAG, publicado el mes pasado, la sequía asfixia ya al 60% del campo español y produce pérdidas irreversibles en más de 3,5 millones de hectáreas de cereales de secano, especialmente en Andalucía, Extremadura, Castilla La Mancha y Murcia. En muchas de estas comunidades, se dan por perdidas en su totalidad las cosechas de trigo y de cebada. En la zona del bajo Guadalquivir y en Cádiz, explican, se ha optado directamente por dejar de sembrar el antes mencionado tomate industrial y otros hortícolas, como la zanahoria, el brócoli o la coliflor.

“O importan de por ahí o los precios van a subir mucho, porque producción en Andalucía no hay ninguna”, insiste Bellido. “En estos momentos, el precio de una tonelada de tomate ha pasado de 84 euros a 150 euros, porque no hay. La gente va a empezar a ver lo crítica que es la situación de la agricultura española cuando se tope con precios altísimos y cuando empiecen a escasear alimentos nacionales, como los melones o los pimientos”, advierte.

Cosechas perdidas.   MANU GARCÍA
El algodón, perdido.   MANU GARCÍA

La Federación Nacional de Comunidades de Regantes de España (Fenacore) también anticipa un escenario “catastrófico” y cuantifica que, solo en la cuenca del Guadalquivir, las pérdidas podrían llegar a ser, al menos, de 3.000 millones de euros. Recuerdan, asimismo, un reciente informe de la Universidad Loyola, que calcula que la sequía lastrará el 7% del PIB de Andalucía.

En ese sentido, reclaman al Ejecutivo medidas urgentes como la exención de los cánones y tarifas de utilización del agua para que los afectados "no paguen por un agua que no están utilizando"; la aplicación de un IVA reducido del 5% al suministro de energía para el regadío; o la flexibilización de ayudas de la Política Agraria Común (PAC). Además, abogan por una nueva regulación para la reutilización de aguas regeneradas y piden la apertura de pozos subterráneos de emergencia en situaciones de crisis como la actual que eviten pérdidas de los cultivos al final de la cosecha.

Arar tierra yerma.   MANU GARCÍA

Por su lado, las organizaciones agrarias Asaja, COAG, UPA y Cooperativas Agro-Alimentarias han pedido al Gobierno central y a las autonomías que se habiliten medidas "urgentes" de índole económica y legislativa para paliar los efectos de la sequía severa en el sector primario y una mayor flexibilidad en el cumplimiento de los nuevos ecoesquemas. Entre sus reclamos históricos, además, un pacto de Estado por el agua para que la sequía no se convierta en “un arma arrojadiza” entre las comunidades autónomas y el Ejecutivo central.

“Esta sequía es muy dramática”, concluye desde el otro extremo del Guadalquivir Edilberto Gijón, presidente de la Comunidad de Regantes de Gójar, en Granada, donde el campo siempre ha sido cultivado de manera tradicional por las familias de los pueblos aledaños. “Esta primavera casi no hemos sembrado, porque sabemos que no vamos a recoger”, confiesa. 

Juan García, de la Comunidad de Regantes de la Acequia Arabuleila, en Granada.   CONSTANTINO RUIZ

Juan García, de la Comunidad de Regantes de la Acequia Arabuleila, también en Granada, muestra la misma preocupación: “En cuarenta años que llevo en el campo, he visto pocas sequías como esta”, resuelve, con la vista perdida en una plantación de maíz que no ha crecido uniforme por la falta de lluvia. “¿Relevo generacional?”, se pregunta irónico. “¿Quién va querer esto para sus hijos?”

En los corrillos que se forman en los bordes agrietados de los caminos y en los bares locales que proliferan por los municipios de la cuenca del Guadalquivir, los agricultores y ganaderos rumian día y noche su “incertidumbre” y reprochan a los políticos “que no se hayan sentado a hablar entre ellos” para intentar encontrar solución a un problema que afecta “a muchas familias” en España. En sus conversaciones resuena siempre el deseo de un “nuevo plan hidrográfico”, pero también la preocupación por el cambio climático y por la imagen perversa que se vende de los agricultores como “derrochadores de agua”.

Desde las instituciones, silencio: ni el Ministerio de Agricultura ni  la Comisión de Agricultura de la Unión Europea han querido atender a este periódico. Mientras, en Lebrija miran al cielo sin suerte y en Jaén sacaron en procesión rogativa a El Abuelo para que llueva. “Solo nos queda la fe”, musitan los agricultores, que, como Machado, todavía esperan un último milagro de la primavera.