La Chari fue icónica desde el mismo día que nació: estaba destinada a ser una estrella. Una de esas “estrellas anónimas” que aunque no copen las portadas de las revistas o sean famosas en el país, se ganan el corazón de toda persona que se cruza en el camino y dejan una huella imborrable en el mapa de la ciudad. María Jesús Pérez (más conocida como La Chari) nació en plena avenida de la Palmera porque su madre no llegó a tiempo al hospital y tuvo que parirla en la calle, en la semana de la Feria de Abril de Sevilla, delante de los toreros que ese día iban a La Maestranza.
El acontecimiento fue tan sonado que la noticia apareció en la prensa local. Esto sucedió un 24 de abril de 1952; esa fue la primera vez que La Chari llegó de alguna manera a oídos de los sevillanos, hace ahora casi 69 años. La Chari, legítima sevillana —como ella se define—, es la matriarca del negocio familiar 'El Kiko de la Chari’, un bar situado en la calle Herbolarios que desde 1985 sirve comida casera, cerveza fresquita y, sobre todo, la gracia, desparpajo y cariño que desprenden Chari y su familia. María Jesús Carmona (49), Nany Carmona (47), Pepe Carmona (46) y David Carmona (42) son los hijos que acompañan a La Chari en sacar adelante esta pequeña casa de comidas, a base de mucho trabajo, excelentes tapas y mejor compañía.
“Soy muy lanzada. Nunca me ha dado miedo trabajar y preguntar todo lo que me hiciera falta. No tengo estudios pero soy muy curiosa”
La Chari es una mujer emprendedora y valiente. “Soy muy lanzada. Nunca me ha dado miedo trabajar y preguntar todo lo que me hiciera falta. No tengo estudios pero soy muy curiosa”, así se presenta Chari, mientras que su hija Nany asiente orgullosa ante el relato de su madre. “Para no tener estudios es muy inteligente, si hubiera tenido la posibilidad de hacer una carrera hubiera sido brillante. Gracias a ella hemos salido adelante varias casas”, añade Nany.
Con esta fuerza que la caracteriza decidió asumir el traspaso de una antigua tasca llamada Kiko, que regentaba un matrimonio mayor que falleció al poco tiempo, y convertirlo en el bar que hoy es. Este matrimonio se portó tan bien con ella, que decidió mantener el nombre en su honor. Con el tiempo la gente comenzó a decir aquello de “voy al Kiko el de la Chari”, así que fue esta designación popular lo que acabó por convertir el bar Kiko en “Kiko de la Chari”.
Mucho antes de esto, cuando La Chari solo tenía 12 años, comenzó a trabajar cuidando una casa. Así fue cómo aprendió la parte gastronómica del negocio, a base de ir haciendo pruebas y conseguir información de donde podía: “Cuando no tenía idea lo preguntaba a las señoras mayores de los puestos del Mercado de la Encarnación. Empecé a ver lo que quedaba bien, siempre basándome en la cocina tradicional pero añadiendo a mi gusto lo que me iba pidiendo el guiso”. Así, de manera autodidacta, sin referentes ni recetarios, es cómo La Chari comenzó a cocinar. “Lo necesario para un guiso es tener buenos avíos y tiempo, que no peque de falta de género y que no sea pobre, que para pobre ya pasamos los años de la posguerra”. La parte de gestión del bar también fue descubriéndola con paso firme, tanto que asegura que nadie la ha toreado “ni lo van a hacer ya ahora”.
Pedirle a La Chari que nos recomiende una receta de las suyas es tarea imposible: “No puedo elegir un único plato de mi carta, todos están ricos. La comida tradicional es la que más me gusta, aunque yo pruebo de todo. Eso sí, cuando voy a los bares soy muy exigente”. “Es una gran crítica gastronómica”, añade Nany. “Hemos intentado actualizar la carta alguna vez, pero es imposible. Tenemos clientes que vienen expresamente a comer platos que solo prueban aquí”. Ellas prefieren cuidar a su público y seguir dándoles la oportunidad de encontrar su plato favorito.
Los garbanzos, las espinacas, el bacalao, el pisto… todo suma en una carta repleta de comida casera, pero si hay un plato de la carta que llama la atención son las lagrimitas de faisán. Muchos se han preguntado si es faisán realmente el relleno de estos bocaditos crujientes y empanados, pero lo importante de esta historia es que Chari asegura ser la creadora de esta mítica tapa de los bares de la baja Andalucía: las lagrimitas de pollo. “Las lagrimitas de faisán es el nombre artístico de la tapa y yo fui la inventora hace 35 años. La carne que lleva es pollo, pero yo le puse este nombre para que cogiera poder la tapa. Si le hubiera puesto un simple nombre no habría tenido el éxito que tuvo”.
Más allá de los manjares que prepara La Chari, lo realmente asombroso es la energía que saca para tener una palabra y un buen gesto para todo persona que pasa por la puerta. “Esto es parío de mi madre. Ella era muy nerviosa, mariquilla la ligera, tenía muchos nervios y mucha fuerza”, nos cuenta La Chari, quedándose por primera vez durante la entrevista, en silencio durante unos segundos. “En la vida hay momentos tristes, pero he intentado no proyectar mis cosas en el público. Si alguien viene a tomarse una cerveza, viene a despejarse de algo malo que tenga, ¿voy a transmitir pena y disgustos míos? Imposible, eso en la vida. Además soy muy jaleosa, muy chillona. Mi hijo David me dice: Mamá, ¿por qué chillas si estoy a tu vera?, y yo paso tres kilos”.
Las anécdotas en este bar son tan abundantes, que a Chari le ocurre lo mismo que con sus platos: no puede quedarse con una. Un recorte de periódico enmarcado en una de las paredes recoge el día en el que Andrés el Pájaro, guitarrista de Silvio, pasó la noche con Kiko Veneno y Chico el de La Línea, una noche en la que “el pájaro fue más pájaro que nunca”, y acabaron tocando marchas procesionales al ritmo de jazz. Pero si algo le saca a Chari una sensación de orgullo es hablar de la gente que va al bar solo para estar con ella y escucharla hablar: “Hay chavales que solo quieren estar conmigo. Hay un grupito de Jerez que cuando viene a Sevilla prefiere esperar lo que haga falta con tal de que les atienda yo. Se parten de risa con mis golpes y mis salidas”.
La Chari, atenta e ingeniosa donde las haya, está pendiente de todos: de su familia, de los clientes, del cartero que entra, de los tiempos de la cocina, de la entrevista, de las fotos y hasta de la tele. No se le escapa una. “Espero que os valga y que estéis contentos con vuestro trabajo”, nos dice al terminar. Imposible no irse contento después de un rato con ella y su familia. Las lágrimas pueden ser de faisán, pero también de emoción cuando en la vida se pasa un buen rato, y en ‘El Kiko de la Chari’ es lo que siempre ocurre.