Para cuando despunta el alba, Manuel y su familia ya están listos para cortar uva. En menos de cinco minutos en coche desde su casa se plantan en la viña que compraron hace tres años, aunque esta es la primera campaña en la que están vendimiando ellos mismos. Las anteriores subarrenderon el terreno.
La finca está a las afueras de Trebujena, colindando con el término municipal de Lebrija, donde antes de llegar se ven varios puntos de color, el de las camisetas de todos ellos. Rojo, amarillo, blanco… y en la cabeza sombreros o pañuelos para protegerse del sol. “Me estoy estrenando”, comenta Manuel Caballero, cuando es preguntado por su experiencia en la materia.
Caballero trabaja como secretario de Alcaldía en el Ayuntamiento de Trebujena, y como muchos de los minifundistas que, como él, tienen viñas que rondan una hectárea, no vive del campo. En muchos casos tener viña es un complemento, en los menos un modo de vida. La mayoría, compromisos sentimentales por no querer abandonar terrenos que llevan generaciones perteneciendo a la misma familia.
“Esta es una viña muy vieja”, cuenta Caballero, “y poco productiva”, añade. “Yo no soy hombre de viña, mi futuro no está enfocado a ella, esta es una relación más romántica que otra cosa”, expresa el trebujenero, que viste camisa clara, pantalón gris y sombrero de paja para combatir el calor, aunque lo cierto es que en Trebujena es habitual quitarse de en medio cuando aprieta el sol, en torno a mediodía, aprovechando las primeras horas del día y, si hiciera falta, las últimas.
Junto a Manuel están apurando los últimos liños su mujer, Teresa, sus dos hijas, su hermana Mari y un sobrino. “Cuatro días hemos tardado en recoger la uva”, dice Caballero. “Cuatro ratos realmente”, aclara. A las siete de la mañana ya estaban en la viña, y paraban a las diez, cuando llegaban a los 1.000 kilos diarios que la cooperativa vitivinícola les permite llevar. Entonces, se iban a desayunar.
Manuel y su familia están concluyendo la vendimia cuando lavozdelsur.es visita su viña. Una campaña inédita, por lo temprano de su recogida, y por la poca contundencia del fruto. “Que no lloviera entre octubre y diciembre hizo que la uva no engordara. Y la ola de calor ha secado la parra. Por eso se ha vendimiado ya, o se corría el riesgo de que se secara totalmente”, lamenta. Y pone un ejemplo gráfico: "Me dijeron que una espuerta entera llena pesaba 20 kilos... pero no ha llegado a 16".
En Trebujena, “de toda la vida”, se ha vendimiado después de la feria —de mediados de agosto en adelante—, aunque este año para cuando llega la fiesta, ellos ya han concluido, como muchos otros pequeños viñistas. En el caso de Manuel y su familia, lo hacen “en plan festivo”, no buscando el rendimiento económico. “Hacía más de 30 años que no vendimiaba, pero tengo los riñones hechos, yo en el campo soy de tener siempre la zoleta (azada) en la mano”.
A pocos metros de la viña de Caballero está la de Juan Ángel, que vendimia junto a su hijo, Juan Manuel Ángel. “Esta la llevamos al 75%, pero tenemos otra viña propia”, aclara el padre. En la media hectárea en la que están trabajando, el año pasado recogieron más de 8.000 kilos de uva, aunque este año creen que llegarán, con suerte, a los 4.000. Las cooperativas vitivinícolas de Trebujena calculan que la caída será de entre el 25 y el 30% respecto a la cantidad conseguida en 2021. Juan es más pesimista.
Padre e hijo, que hablan al tiempo que siguen cortando uva, esperan "terminar pronto, aunque se coja menos”, para estar listos cuando comience la feria, que empieza este jueves, comenta jocoso Juan Ángel. Normalmente, no meterían mano en la viña hasta que concluyera, pero los tiempos están cambiando. “El campo no le gusta a nadie”, lamenta el padre. “La juventud ya está en los hospitales”, comenta. Trebujena, de hecho, tiene un centro de formación sanitaria que exporta profesionales a todos los puntos del país.
Su hijo, Juan Manuel, es auxiliar de clínica, aunque ha tenido “suerte” y siempre ha trabajado cerca del pueblo. En Jerez, en Cádiz y, ahora, en el Centro Hospitalario de Alta Resolución (Chare) de Lebrija. De hecho, se ha pedido las vacaciones para poder vendimiar, “como buen trebujenero”. “Antes de estar en hospitales trabajaba en la viña todo el año”, explica, “pero cada vez era menos tiempo. Luego pasé a la construcción y vino la crisis… hasta que me puse a estudiar”. Ahora es técnico de rayos, auxiliar de clínica y celador-conductor.
El horizonte de ser zona de crianza
Es ésta una vendimia “histórica” en Trebujena. Histórica por lo temprana, iniciada a principios del mes de agosto, cuando lo habitual es que comience una vez terminada la feria de la localidad, a mediados de mes. Y también por el bajo peso del fruto, provocado por la falta de lluvias en otoño. Eso sí, la calidad se mantiene “intacta”.
Pero, sobre todo, histórica porque va a ser la primera vez que los caldos salidos de las cepas de Trebujena se convertirán, previsiblemente, en vino con denominación de origen Jerez-Xérès-Sherry. El Consejo Regulador aprobó el año pasado incluir a la localidad como zona de crianza —y no solo de producción, como hasta ahora—, un trámite que está a punto de concluir y que se encuentra pendiente de su publicación en el BOJA (Boletín Oficial de la Junta de Andalucía)
Por eso, aunque se vaya a recoger menos, la sensación es que se está ante el inicio de algo grande. “Ya estamos en Primera División, jugamos todos en la misma liga”, se alegra Pepe Castillo, presidente de la cooperativa Albarizas. “Ya tocaba, era de justicia”, agrega José Manuel Sánchez, presidente de la otra cooperativa del municipio, Virgen de Palomares, de mayor envergadura y la más antigua. Entre ambas suman 770 socios y más de 900 hectáreas de viñas.
“Era un año bueno, sano, pero la ola de calor también ha hecho mucho daño”, destaca Castillo, quien asegura que no había conocido un mes de julio de temperaturas tan extremas. “Esto está cambiando, creo que es por el cambio climático, por lo que la planta se tiene que ir adaptando y nosotros también tenemos que hacernos a la idea”, agrega. De los 3 millones de kilos de uva recogidos por los 210 socios de la cooperativa Albarizas en 2021 —que gestionan 350 hectáreas—, este año esperan estar en torno a los 2,6 millones.
Su homólogo en Virgen de Palomares vaticina que los 560 socios —545 hectáreas— pasarán de producir 4,4 millones de kilos a unos 3,2 millones. “Esperamos no perder más del 25%”, dice José Manuel Sánchez, quien asegura que el precio pagado por cada kilo de uva va a subir, aunque no va a compensar la bajada en la cantidad. "Un año malo de producción nunca es bueno por mucho que suba el precio, porque hay muchos costes fijos, y encima este año con la subida de los suministros…”, lamenta.
Pero el horizonte de ser considerada, por fin, zona de crianza de vinos con denominación de origen Jerez-Xérès-Sherry hace que ambos esbocen una sonrisa. Sobre todo creen que les beneficiará a la hora de exportar caldos al extranjero. “Antes te veían como unos vinos de Segunda”, dice Sánchez. “Era muy difícil explicarle a un inglés o a un alemán que no eras un jerez, sino de la zona de producción…”, agrega Castillo. El alcalde, Ramón Galán, también se suma a confiar en el "horizonte esperanzador" que se abre ahora. El reconocimiento esperan que sea un “revulsivo” para unos vinos que, por calidad, hace tiempo que debían estar ahí. Nunca es tarde.
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