Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno e impulsora de un frente amplio —Sumar— con el que pretende reagrupar a la izquierda del PSOE en España, ya debería haber pisado la tierra albariza de Trebujena. Si hay un municipio en España donde la izquierda siempre suma, donde a la izquierda española casi nunca se le pone el sol electoral, donde no hay complejos a la hora de decir si uno es de izquierdas como sinónimo de defender el bien común y la justicia social, es en estos 69 kilómetros cuadrados de extensión al noroeste de Cádiz.
A 69 metros sobre el nivel del mar, por estas tierras han pasado tartesios, fenicios, romanos y árabes. Desde hace 3.000 años es más que probable, según los investigadores, que aquí ya se cultivara la vid y se produjera vino. Desde hace más de 30 años, el ocaso trebujenero con vistas a Doñana encandiló al mismísimo Steven Spielberg al rodar El imperio del sol. Y desde hace más de 40 años, PCE e IU —o las sucesivas coaliciones electorales que se han ido sucediendo, como Adelante o, más recientemente, Por Andalucía— han ganado todas las elecciones que se han ido convocando, salvo dos: las municipales de 1987 (ganó el PSOE) y las generales de 2008 (ganó el PSOE casi con empate técnico).
El pasado domingo 19J, cuando toda la izquierda asistía a un derrumbe electoral sin paliativos y a la aplastante victoria del PP de Juanma Moreno en las autonómicas andaluzas, apenas Trebujena era capaz de plantar cara a la ola azul que ha teñido toda la comunidad autónoma y que ya amenaza con el cambio de ciclo tras las municipales y las generales del año que viene. Por Andalucía, el proyecto de IU, Podemos, Más País, Alianza Verde, Equo e Iniciativa del Pueblo Andaluz, solo vencía en 25 de los 785 municipios andaluces, siendo la victoria más destacada, por población y participación, la de Trebujena, de donde además es Alba Zambrano, la número 2 por la candidatura por Cádiz que finalmente no ha podido llegar al Parlamento —solo ha logrado ser diputado Juan Antonio Delgado, de Podemos—. La única victoria en una provincia de Cádiz donde el PP ganó en 40 de los 45 municipios —el PSOE en los cuatro restantes—.
Con 1.781 papeletas contabilizadas, Por Andalucía concentraba el 46,86% de los votos de los trebujeneros llamados a las urnas el pasado domingo, frente a los 583 sufragios que obtuvo el PP, tercera fuerza y 15,34% de votos. Una victoria de la izquierda, de las escasísimas alegrías del pasado domingo para la izquierda, más meritoria si cabe si se tiene en cuenta que la participación fue la más alta de la provincia de Cádiz, y una de las más altas de toda Andalucía: 68,94% de votantes frente a la media gaditana del 53,08% y más de diez puntos superior a la media andaluza (58,36%). Una participación que, aun así, fue inferior a la de diciembre de 2018, cuando acudió a votar el 70,10% de los llamados a las urnas, casi 14 puntos menos de abstencionismo que la media andaluza de aquellos comicios.
En junio de 2020, apenas se levantó el estado de alarma tras la irrupción de la pandemia de covid tres meses antes, unos 3.000 trebujeneros y trebujeneras —en torno al 43% de la población censada— cruzaron a pie los 20 kilómetros que separan este pueblo del núcleo urbano de Jerez, la ciudad más poblada de la provincia gaditana, para llegar hasta el hospital del SAS. Allí culminaba una histórica protesta en defensa de la sanidad pública en medio de la peor crisis sanitaria de los últimos cien años.
Después de conocerse que la Junta de Andalucía había decidido en esos meses derivar 15 especialidades a los centros hospitalarios del Grupo Pascual, el mayor holding sanitario privado andaluz —cuyos conciertos con el Servicio Andaluz de Salud (SAS) comenzaron en los tiempos del PSOE en San Telmo—, el pueblo de Trebujena no dudó en echarse en masa a la calle para exigir que estas atenciones médicas, entre ellas las pediátricas, fuesen prestadas desde lo público.
Trebujeneras embarazadas se negaban a tener a sus hijos en Sanlúcar, en el hospital concertado de Pascual, y querían hacerlo en el Hospital de Jerez, como siempre se hizo, y donde por cierto trabajan decenas y decenas de paisanas, sanitarios y sanitarias, que se han formado en la que en Trebujena se conoce como la fábrica, el instituto de formación profesional José Cabrera. Un centro formativo concertado, que rescató el Ayuntamiento de su casi segura extinción en 2012, que lo mismo exporta enfermeros a diferentes hospitales públicos de España que forma a talentos tecnológicos que hoy triunfan en el universo de Silicon Valley.
Finalmente, en abril de este año, el SAS confirmaba que dejaba fuera a Trebujena de las derivaciones a Pascual y ratificaba la designación del Hospital de Jerez como centro de referencia para la localidad. “Es una noticia que debemos celebrar. La lucha sirve”, proclamaba su actual alcalde, Ramón Galán. Unos meses antes de ese anuncio, toda la comunidad educativa del pueblo paraba las clases. Exigía bajada de ratio en las aulas, personal de apoyo y monitores de educación especial para alumnos con necesidades especiales (NEAE) a jornada completa en los centros educativos del municipio. No se cubrían las sustituciones, las clases no daban para más.
Hasta Cádiz capital, a las puertas de la Delegación Territorial de Educación, se desplazaron a protestar unas 300 personas, entre padres, madres, alumnos y vecinos de la localidad. A raíz de las exigencias y las movilizaciones capitalizadas por las AMPA del pueblo, la Junta acababa reaccionando y asumiendo tan justas demandas. “El gran secreto de todo esto, de esta forma de entender la política, es el día a día, estar continuamente reivindicando y en contacto con la gente, con el tejido asociativo, no los 15 días antes de las elecciones. Es importante que la gente sepa que aquí no está todo hecho, o que lo de Trebujena no es un milagro o una casualidad; el milagro es la conciencia de clase y el sacrificio que tienen los trebujeneros y trebujeneras”, expone Galán, el cuarto alcalde de IU —el primero en democracia, Juan Antonio Olivero, fue primero del PCE) que suma el municipio desde 1979. El PSOE solo logró gobernar entre 1987 y 1991.
En La Escalerita de Ana, una de las paradas obligadas para cargar pilas para el resto del día, circulan cafés humeantes y rebanadas de pan mientras en las céntricas calles del pueblo comienza el murmullo del arranque de otro día laborable. Junto al alcalde, han parado para desayunar María Hedrera y Ana Luisa Robredo, primera y segunda teniente de alcalde, respectivamente.
Los tres son dirigentes políticos jóvenes y los tres sienten la política desde que tienen uso de razón. “Yo tengo 35 años y nunca he votado en la mesa que me tocaba por censo electoral; siempre he sido interventora, he votado donde me ha pillado”, dice Robredo, que lo mismo se ocupa, entre otras muchas funciones en un ayuntamiento modesto, de los trabajos de exhumación de restos de asesinados por el franquismo en la villa trebujenera que de promocionar el proyecto de bibliopiscina, donde los libros infantiles y juveniles, la prensa, las revistas y los juegos de mesa dinamizan las tardes en la piscina municipal.
“Aquí pongas la marca que le pongas al proyecto, la gente se preocupa por saber cuál es su papeleta y vota izquierda. La gente tiene asumido y asimilado quiénes o qué organizaciones son las que le representan”, sostiene María, que se recuerda “desde chiquitita” metida en política. Sin adoctrinamientos, como algo natural, casi de ADN de generación en generación. “Nuestros abuelos y padres siempre han estado involucrados de manera más o menos activa”, reconoce. A su lado, Ramón Galán incide: “La gente aquí asocia claramente qué personas pertenecen a la organización o al proyecto político que continuamente está defendiendo las cosas de comer, las cosas que les atañen en el día a día”.
"Ni la victoria ni la derrota son defintivas; hay mucho voto prestado para parar a Vox"
Aun así, Trebujena tampoco escapa a la progresiva desafección política, especialmente entre los más jóvenes. Cerca de la plaza del pueblo, dos jóvenes barren la calle. Rosa, de 25 años, y Laura, de 23. Ninguna de las dos fue a votar el pasado domingo. “Yo no me enteré muy bien”, confiesa una. “Yo el sábado salí a las tres de la mañana de trabajar y me levanté tarde”, espeta la otra. Se enteraron de la victoria del PP, pero como las que oyeron llover en junio. “No nos interesa mucho la política, no entendemos nada de eso”, aseguran antes de retomar la faena. Los más mayores del lugar, arremolinados en los bancos de la plaza principal de Trebujena, votaron sin excepción. Solo uno, Pedro, de 72 años, asegura que, por primera vez, le ha dado su confianza a Juanma Moreno: “Alguna vez hay que cambiar, ¿no? Muy mal no lo habrá hecho cuando ha sacado lo que ha sacado”. ¿Ha votado al PP o a Juanma Moreno? “A Moreno, a Moreno”.
A su lado, Jesús, de 64 años, lleva más de 40 años sin faltar a la cita con las urnas cada vez que toca. Y siempre vota a la izquierda. Su lectura de lo del domingo es sencilla, pero contundente: “Han sido muchos votos prestados, y muchos para parar a Vox, que no lo quiere nadie en el fondo, pero ojo, ni la victoria, ni la derrota son definitivas. Ya hemos visto muchos cambalaches y lo que ayer era azul, mañana es rojo”.
Trebujena ha recortado en 17 puntos su tasa de paro desde hace una década —actualmente es del 20,4%, unos 600 desempleados, la menor de la zona, incluyendo poblaciones cercanas de Sevilla como Lebrija— y su Ayuntamiento es uno de los menos endeudados de la provincia de Cádiz. El campo y la sanidad son los grandes sectores de la economía trebujenera. También las iniciativas empresariales, algunas tan singulares como la de Anthouse, iniciativa de Roberto Huerta que exporta hormigueros 3D personalizados que llegan a países tan remotos como Australia. O Mariquita Trasquilá, el proyecto de moda online —y cada vez con más tiendas físicas en Andalucía— de Milagros Cabral. Una empresa que factura millón y medio de euros al año y que incluso ha donado fondos al Ayuntamiento para culminar el teatro municipal de Trebujena.
“Nos estamos pensando montar una agencia local de energía, queremos dejar de pagar al oligopolio eléctrico”, lanza Ramón Galán, un alcalde extenuado por la gestión, pero que cree firmemente en que “la gente tiene que ver que lo que dices, lo haces”. “Anoche salí del Ayuntamiento a las diez y media de la noche, con la sensación de que todo seguía por hacer. Gestionar todos los servicios públicos desde el Ayuntamiento no es lo mismo que soltarlos y privatizarlos sin control ninguno, con empleados precarizados, sin fiscalización…”, reconoce. Por eso en Trebujena, hasta el servicio de ayuda a domicilio, que no es obligatorio que sea prestado por ayuntamientos de menos de 20.000 habitantes, se asumió en su día como competencia propia. “Y sabemos que a esas mujeres todavía hay que mejorarle más sus condiciones laborales”, anhela el regidor trebujenero. Será una nueva lucha, otra más, que queda pendiente en la agenda reivindicativa de un pueblo donde la izquierda, aunque pierda, siempre suma.
Comentarios