El Trobal: cara y cruz de una pedanía empapada de tomate

El millar de vecinos de este poblado de Los Palacios y Villafranca soporta la paradoja de vivir a escasos metros de la mayor fábrica de procesado de tomate de España, que da en verano tanto trabajo como molestias

Varios vecinos de El Trobal en la puerta de sus casas y frente a la fábrica de tomates.

El Trobal, el mayor poblado de colonización de Los Palacios y Villafranca, va camino de perder ese puesto entre las tres pedanías de este municipio de la provincia de Sevilla, pues aunque rozó los 1.200 habitantes hace una década, últimamente no ha hecho sino perder población y hoy por hoy casi si iguala ya con Maribáñez, la otra pedanía que tiene como eslogan “Calidad de vida”, justamente lo que muchos trobaleños dicen echar de menos por un cúmulo de circunstancias que su recién constituida asociación vecinal no achaca a una sola institución, sino a muchas, empezando por el propio Ayuntamiento palaciego, al que le recriminan “un abandono crónico”, y terminando por la fábrica de procesado de tomate con la que no tienen más remedio que convivir porque los 80.000 metros cuadrados que ocupa esta gigantesca industria del grupo extremeño Conesa, situada enfrente de sus viviendas, son prácticamente los mismos que ocupa el propio caserío. 

El caso es que las quejas vecinales de una pedanía que, hasta hace poco, pasaba por un emblema ideal del ruralismo se han viralizado en redes sociales hasta el punto de que varias televisiones aterrizaron este verano con sus cámaras para dar testimonio del malestar vecinal, o para que este protagonizara las largas tardes del estío. Luego, la propia asociación vecinal que preside Carlos Moreno ha lamentado haber arrojado una imagen falseada de la realidad porque, como sostienen otros vecinos como Roberto Carlos o Jaime, “esto no es una batalla contra la fábrica ni es una lucha de buenos y malos, porque aquí nos necesitamos todos, sino una reivindicación para que las cosas se hagan mejor porque se pueden hacer mejor si cada parte asume sus responsabilidades y cumple lo que marca la ley”.

Incluso después de haberse manifestado con pancartas en el último pleno del Ayuntamiento para reclamar mejores servicios, más limpieza y más seguridad “porque pagamos los mismos impuestos que el resto de palaciegos”, la reunión que han mantenido en la última semana con la delegada de Hábitat Urbano y Pedanías, Irene García, y con su nuevo alcalde pedáneo, Victoriano Guarnido, ha calmado algo los ánimos vecinales porque también el Ayuntamiento ha reconocido que a los vecinos no les falta razón en sus reivindicaciones y, según insiste el alcalde, Juan Manuel Valle (IP-IU), “lo importante es dar la cara y buscar soluciones”. 

En la entrada al poblado se ha roto repetidamente la tubería del agua desde este verano.  MAURI BUHIGAS

El problema, desde luego, ni es uno ni es sencillo, y tal vez se haya hecho exponencial durante el pasado verano, pues al ruido constante, de día y de noche, de la fábrica triturando tomate se han unido los recurrentes cortes de agua por la rotura de la tubería principal en el acceso al poblado, la sensación de “abandono” por parte de las autoridades y el miedo al virus del Nilo en un lugar de plena marisma donde abundan los mosquitos y el agua estancada.

De cooperativa a fábrica privada

El ruido de la fábrica, que solamente en esta campaña que acaba de terminar ha triturado 300 millones de kilos de tomates –en poco más de dos meses–, no es nuevo en la pedanía, pues el grupo extremeño Conesa, líder mundial en procesado de tomate, compró en 2016 la fábrica que ya funcionaba dentro de la cooperativa Las Palmeras, en manos de muchos agricultores de El Trobal. La aventura cooperativista no fue bien, sin embargo; no acompañaron los precios y el caso es que la fábrica, que se amplió, terminó en manos de esta empresa internacional que no solo posee esta planta de manufactura en El Trobal, sino otra en la pedanía utrerana de Pinzón, otra en Badajoz, dos en Portugal y otras tantas en EEUU y en China, con miles de trabajadores y una facturación desorbitante. “Hay años en los que hemos llegado a los 420 millones de kilos”, afirma el gerente de la planta de El Trobal, Manolo Diana, que a final del verano se ha reunido con una delegación vecinal para atender sus peticiones y “garantizarles que en la próxima campaña”, ya a partir de junio de 2025, “se tendrán en cuenta”. 

La esperanza, en este sentido, y el silencio, acaban de volver a El Trobal ahora que ha finalizado la campaña, pero la desconfianza también, “porque no nos vamos a creer nada de nadie hasta que no lo veamos”, dice una vecina que prefiere mantener su anonimato. Otros muchos vecinos se pronuncian de forma similar, y sin salir en la foto, “porque aquí hay mucha gente que come de la fábrica”, dicen. Francisco, un vecino mayor, insistía la semana pasada en que a él el ruido no lo molesta, “porque es el pan de nuestra gente”. “Esa fábrica la montamos nosotros, muchos de los padres de los agricultores de hoy, pero la cosa no salió bien”, insiste. Su hijo, en cambio, señalaba que “las cosas se pueden hacer bien y es posible que todos podamos convivir”. “Aquí nadie quiere que cierre la fábrica, porque el que no siembra tomate, como yo por ejemplo, tiene a su mujer o a su hijo trabajando ahí”, explica Jaime. Su mujer, Inma, que cuando abre el balcón de su vivienda –una de las 52 casas nuevas que se construyeron a partir de 2014– ve un paisaje de bidones verdes y escucha el moscardón constante de la fábrica, asegura que “a mí sí me molesta el ruido, sobre todo en el silencio de la madrugada, y el olor, y los camiones todo el santo día levantando polvo”, aunque reconozca a continuación “que forma parte de nuestra economía y lo comprenda”. 

La fábrica de procesado de tomate de El Trobal es una de las más grandes de España.  MAURI BUHIGAS

Otra vecina, Cristina, cuenta que se ven obligados, durante todo el verano, a mantener puertas y ventanas cerradas a cal y canto, con el aire acondicionado encendido de día y de noche para evitar que entren en las casas la polvareda, el ruido y los olores. Muchos otros vecinos se quejan de que los camiones de transporte del tomate, que llegan a diario por decenas o centenares, tengan que circular por las calles o aparcar frente a las casas. Algunos de estos conductores han alquilado casas y han plantado el camión en la puerta durante días o semanas. El trasiego durante todo el verano no solo ha provocado el chorreo pestilente del caldo de tomate, sino la erosión de calzadas y aceras, e incluso, según se quejan tantos vecinos, de la tubería del agua bajo el firme de la carretera de entrada. Otros vecinos, y el propio Manolo Diana, insisten en que la razón de la rotura de esa tubería no ha sido el peso de los camiones, sino los problemas de presión al abrir y cerrar el agua, que ha reventado unas tuberías de microcemento que datan de 1969, es decir, de cuando se construyó el poblado. 

“Para colmo, cada vez que se ha roto la tubería, además de inundarse la entrada del poblado, el agua se contamina de amianto”, se quejan en la asociación vecinal, que recuerdan cuántas veces se han quedado sin agua durante muchas horas el pasado verano. “Lo peor han sido las personas dependientes”, recuerda Roberto Carlos, esperanzado en que Conesa asuma los compromisos “que yo mismo les he garantizado a los vecinos”, dice Diana, a saber: que la empresa pública de Aguas del Huesna va a empezar ya a sustituir 135 metros de tubería de microcemento por una tubería de polietileno; que los camiones no volverán a maniobrar dentro del pueblo, sino que tendrán una salida directa desde la fábrica a la carretera, “aunque para ello nos tendrán que dar permiso tanto el Ayuntamiento como la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir”; y que la empresa, Conesa, se compromete a colocar unos paneles de aislamiento acústico para proteger a las viviendas del molesto ruido que no cesa durante todo el verano a lo largo y ancho de las 24 horas del día, siete días a la semana…

La fábrica de tomates se sitúa solo a unos metros del caserío de la pedanía.   MAURI BUHIGAS

El páramo y la política local

A las circunstancias concretas que provoca la fábrica, donde en plena campaña trabajan hasta 200 personas –al menos la mitad de El Trobal–, se ha unido en este último año el deterioro de las aceras inundadas de yerbas, de los parques infantiles, de las arquetas, de la única pista de pádel que existe en el poblado, del campo de fútbol y hasta de la piscina municipal. “Todo está dejado de la mano de Dios porque, desde que se jubiló un trabajador del Ayuntamiento que se encargaba un poco de todo, de limpiar, baldear, reparar y hasta vigilar, nadie ha asumido esas funciones”, se queja Carlos Moreno, “y sería tan fácil como sustituir a ese trabajador por otro”, insiste, mientras balancea a su hija en un columpio desequilibrado en un parque infantil a la entrada de la pedanía con un césped deplorable y muchas arquetas rotas y señala, a lo lejos, una especie de oasis con palmeras sembrado particularmente por un vecino que resiste a la estampa de secarral generalizado. “Estos días han venido del Ayuntamiento a retirar algunas atracciones porque daba vergüenza verlas y hasta era peligroso para la integridad de los pequeños”, explica Carlos mientras señala los soportes herrumbrosos que las sostenían. 

También han ido por el poblado, para denunciar públicamente la situación, algunos concejales del PP, “y desde que vinieron parece que nos han echado más cuenta”, aseguran en la sede la asociación. Carlos, Jaime y Roberto Carlos señalan, más allá de los parques infantiles desangelados, “las zonas verdes que se suponía que iban aquí, frente a las casas”, en referencia a un páramo reseco lleno de jaramagos mal cortados y mucha basura diseminada. Por en medio del mismo, deambula un galgo que también parece abandonado, observando la nada.

La asociación vecinal se queja del estado de abandono que sufren los parques y otras instalaciones públicas.  MAURI BUHIGAS

“Por ese caño van las aguas de desecho de la fábrica, directas a los arroyos que hay por detrás del poblado y en los que antes había muchos peces”, cuenta un vecino, y añade: “Pero ahora han aparecido todos muertos”. “Ya no sabe uno qué enseñarles a los niños, porque hace un par de años, encima, talaron los únicos árboles que había por la zona”, denuncia Carlos, en referencia a la hilera de grandes eucaliptos que había a lo largo de la carretera que une el núcleo urbano de Los Palacios con la pedanía, a siete kilómetros de distancia. “Pusieron la excusa de que era una especie invasora, pero esos árboles llevaban ahí más de medio siglo y estaban cargados de nidos de aves, pero a nadie le importó”, añade, al tiempo que se queja de que por el poblado “no aparece nunca una pareja de policías locales, y cuando alguna vez hemos llamado al cuartel de la Guardia Civil, nos han echado la bronca, encima”. 

Las constantes quejas vecinales, en todo caso, han puesto a El Trobal en el centro de la política local, pues al repentino interés suscitado en el propio gobierno municipal y en el principal partido de la oposición, ahora el PP, se ha unido esta misma semana la creación de una comisión específica sobre pedanías dentro de un nuevo partido, Andalucía por sí, que aquí ha echado a andar en los últimos meses rearmando los restos del naufragio andalucista. El exconcejal Emilio García, que conoce la realidad trobaleña como pocos porque es vecino de siempre, señala que “las quejas tienen fundamento porque el abandono es muy real”, y añade que “en su partido se van a dedicar muy especialmente a las reivindicaciones de las tres pedanías”.