Media hora tardaron en agotarse las 200 plazas que se ofertaron para visitar el Villamarta con motivo de sus bodas de plata. Había ganas de conocer el coliseo jerezano a través de una visita guiada teatralizada conducida de forma magistral por Juan Manuel Sainz Peña, escritor y trabajador del teatro que lleva desde sus inicios formando parte del equipo de este emblema cultural, y de Ana Oliva, Melchor Campuzano y María Duarte, los encargados de aportar un contrapunto teatral al recorrido por las tripas del teatro.
El Villamarta ha querido dar la oportunidad al público de acercarse al centro de una manera diferente, recorriendo los camerinos, el archivo, la sastrería o la sala técnica de luces y sonido, —el esqueleto que sustenta este gran edificio—. El patio de butacas, el palco principal, el hall de entrada son los lugares que normalmente se pueden transitar en una visita como espectador, pero, ¿qué pasa con todos los espacios, equipos y departamentos que hacen falta para poner en funcionamiento esta gran maquinaria? Sin duda, sorprende la complejidad de este delicado engranaje: una conjunción perfecta de elementos posibilita que cada función contenga la majestuosidad que merece. Como dice Juan Manuel “somos los encargados de hacer que vuestro dinero merezca la pena, tenemos que asegurar calidad para los artistas y para el público, miramos para que cada pieza de vestuario de una producción propia esté a la altura, para que cada foco esté donde tiene que estar”.
La visita arranca por una bienvenida en la sala de prensa, lugar en el que la primera pieza teatral nos sumerge en la historia de este coliseo. Esta historia, por cierto, surge con Alfonso XIII, quien en una visita a Jerez ve que la ciudad no dispone de un teatro a su altura, y le encarga al alcalde, por aquellos tiempos el marqués de Villamarta, que edificara uno sobre el antiguo convento y más tarde hospital de la Vera Cruz. El teatro abre sus puertas en 1928 con 1.214 plazas. En 1986 cierra y en 1996, diez años después, se reinaugura, cambiando el gris de las antiguas paredes por su ya clásico rojo pompeyano y por los dos lienzos de Teodoro Miciano que presiden los laterales. El telón es de guillotina y cinco grandes lámparas coronan su techo.
Esta pequeña historia sirve a modo de colofón, para terminar de entender la envergadura que encierra este edificio, pero lo que de verdad importa durante la visita es entender cómo se desarrolla el día a día. Por ello, tras la bienvenida, el público comienza por la parte técnica. “El Villamarta dispone de una zona bastante cómoda de carga y descarga. Por aquí entran las escenografías y materiales que cada compañía requiere, y un muelle de gran capacidad baja a la parte del escenario para introducir las cosas directamente por aquí”.
En la planta inferior se encuentra la zona de taller, donde 50.000 litros de agua se almacenan para apagar un posible incendio. También aquí, en una caja perfectamente compartimentada, se guarda un piano de cola ‘Steinway’. El público de la visita recorre el escenario, esa gran “caja vacía” que va articulándose según las necesidades de cada compañía. Un total de 29 barras permiten un gran juego de luces, decorados y creación de espacios. La máquina elevadora ‘jenny’ posibilita que los operarios suban y bajen para dejar todo a punto y dirigir bien las luces. En el tiempo que dura el recorrido, el director de escena trabaja con los artistas, los artistas preparan el ensayo y los técnicos mueven cables y mobiliario, marcando señales por el escenario para guiar el lugar de colocación de cada artista en el espectáculo.
La figura del regidor aparece en varias ocasiones durante la visita, ya que como coordinador técnico debe conocer al detalle todas las necesidades de la obra minuto a minuto, y debe estar en continua comunicación con los artistas y miembros de la compañía, a los que controla a través de unas pantallas dispuestas por los pasillos. Ningún detalle puede fallar para que esta máquina gire a su ritmo, que nada tiene que ver con la velocidad o la pausa. Es un tiempo interno distinto, no se puede llegar ni antes ni después.
En esta ruta también se conoce la cabina técnica, “el cerebro del teatro”, el lugar donde la iluminación y el sonido se ponen a punto, desde donde se emite la voz en off para recordar que el “espectáculo va a comenzar y que apaguen sus teléfonos móviles”. Los camerinos ocupan buena parte de este backstage, “algunos artistas van a cambiarse a los camerinos propios; otros prefieren unos más cercanos al escenario e incluso hay quien directamente se cambia en el mismo escenario, tras un biombo negro colocado estratégicamente. Los bailarines de los ballet rusos se cambian en cualquier parte”, bromea Juan Manuel.
Las bombillas características que rodean a los espejos también tienen un motivo, que es el de propiciar tanta luz que no se genere ningún tipo de sombra; mientras que en el escenario todo es negro precisamente para que no refleje ningún color. La sala de ‘dimmers’ es la sala de cables, que dan luz a todo el teatro con sus 400.000 vatios de potencia, una carga que podría dar energía eléctrica a un edificio de catorce plantas con cuatro casas por planta. Es tanto, que unos aires acondicionados funcionan día y noche para que no se recalienten.
Esta visita, llena de curiosos que recorren con asombro cada tramo del Villamarta, sirve para conocer los espacios físicos, por supuesto, pero muy especialmente sirve para comprender y valorar la complejidad de esta máquina cultural llamada teatro. Profesionales con oficios, algunos milenarios, que velan para que los espectáculos vuelen alto. Parece magia, pero no. Hay una precisión ténica y milimétrica para hacer posible que "el teatro se rompa entre aplausos" cada vez que el se echa el telón.