Una enorme parra se ha encaramado desde la casa de un vejeriego hasta un hotel boutique de diez coquetas habitaciones donde antiguamente había una modesta pensión de pueblo. A la parra, que ha decidido por su cuenta y riesgo atravesar de finca a finca la calle Viñas, se la ve cómoda creciendo a su antojo entre quienes viven de siempre en Vejer de la Frontera y entre los huéspedes que la visitan cada año y, al menos, triplican temporalmente una población de unos 12.700 habitantes.
A unos 200 metros sobre el nivel del mar, muchos forasteros tienen difícil definir qué es para ellos este pueblo gaditano, pero todos ponen algo en común acerca de la experiencia: “Engancha”. Muy cerca de esa gloriosa parra que simbólicamente conecta el pasado y el futuro del pueblo jandeño, el rincón del beso, con su buganvilla y su cal blanca nuclear, es un ir y venir de selfies, al igual que sucede en el Callejón de las Monjas, junto al convento de La Concepción. Allí es una familia madrileña la que pide al reportero que les haga una fotografía. Repiten por décimo año consecutivo en la zona y siempre tienen parada obligada en Vejer.
“Somos asiduos, todos los años venimos como mínimo a dar un paseo porque nos encanta”, dice Patricia, periodista madrileña, junto a su marido, José Ramón, que recalca: “Todo está super cuidado, hasta cualquier obra que ves por la calle. Llevamos diez años viniendo, Vejer y Tarifa siempre son paradas obligatorias”. Mirando a su hijo, Alonso, que tiene arremolinado entre los pies a su perro Leo, dice: “Hemos visto su crecimiento con fotos de aquí”. Aunque se escucha a una pareja hablar en inglés y a un grupo de chicas francófonas, los visitantes nacionales son abrumadora mayoría este segundo verano de pandemia.
Si el año pasado, aun con cierres perimetrales y sin vacunas, eran sobre todo turistas andaluces los que dejaron una buena temporada en la localidad vejeriega, este verano el pueblo se ha abierto a toda España. En la oficina municipal de turismo, situada en un parque a la entrada del núcleo urbano, corrobora estos datos Irene, nacida en Sevilla, pero “vejeriega de adopción y corazón”. “Estamos teniendo una temporada estupenda, con muchísimo público nacional, algo de internacional, y todos muy contentos. Ellos disfrutan del pueblo y nosotros de poder ver todos los negocios llenos. Vejer tiene mucha vida, y es normal, esto engancha. Hay que tener cuidado porque vienes y ya no te quieres ir”, mantiene una de las personas que ha dado la bienvenida en esta oficina, solo en julio, a unos 10.000 turistas procedentes de Madrid, Aragón, Cataluña, País Vasco, Galicia… “Y esos son los que han pasado por la oficina, pero hay muchas personas que repiten o que vienen con amigos”, aclara, dando a entender la eclosión turística que recupera Vejer tras casi quedar atrás lo peor de la pandemia.
“No he dicho que no a más gente como este año. En agosto estábamos acostumbrados a la avalancha, pero es que este año ha sido tremendo, tremendo”, asegura Eugenia Claver, abogada chipionera que es propietaria de La Fonda Antigua, un hotelito con encanto con un impresionante mirador desde el que se divisa el Estrecho y, en los días sin bruma, se siluetea África en el horizonte. Todo ese telón de fondo da una idea del punto estratégico que este racimo de casas encaladas significó en el pasado y sigue significando ahora.
En esta fonda, por ejemplo, este año se ha incorporado el chef jerezano, estrella Michelin, Juanlu Fernández, quien cada atardecer pone en la terraza algunas de sus mejores creaciones en formato tapa, siempre hilando la alta cocina francesa con el recetario tradicional de la provincia gaditana. Con un entorno natural único, con su kilométrica playa de El Palmar a escasa distancia, lo mejor de Vejer no solo está en sus rincones del centro histórico —Monumento Histórico Artístico desde 1978—, pero sí puede ser cierto que ahí resida su magia. Pruebas el mollete de atún de uno de los cocineros andaluces con estrella ante semejantes vistas y la magia vejeriega va a más.
“Recomiendo sobre todo —sugiere Irene, desde la oficina de turismo— el recinto amurallado, las murallas de La Segur, pero también que se muevan a la zona nueva, con molinos de viento (uno de ellos se visita por dentro) y miradores, y también, aparte de a nuestra playa de El Palmar, a las pedanías del pueblo”. Una de ellas, Santa Lucía —a 3 kilómetros del casco urbano—, está declarada monumento natural por su impresionante paisaje y cuenta con rutas senderistas muy atractivas para la temporada de otoño a primavera.
Los visitantes, como antaño tomaron Vejer fenicios, cartagineses, romanos, musulmanes y hasta el ejército de Napoleón en 1811, inundan principalmente todo el intramuros vejeriego, reservándose la que llaman zona nueva a una mayoría de oriundos que vendieron sus antiguas propiedades en el casco antiguo y se mudaron a nuevas construcciones en el entorno. Con su muralla medieval, su castillo y un laberinto de calles que serpentean, suben y bajan, el epicentro de la localidad es un espectáculo de casas blancas —el Ayuntamiento regala cal a sus vecinos para que mantengan impolutas las fachadas—y riqueza monumental con siglos de historia, pero también es una amalgama de hoteles con encanto, comercios tradicionales fundidos con nuevos negocios cool, y patios andaluces regados de macetas junto a rehabilitaciones muy cuidadas.
En uno de estos antiguos inmuebles echa la temporada Fran, un joven de 21 años de la cercana Medina Sidonia que trabaja como camarero en el bar del hotel Convento de San Francisco, una edificación del siglo XVII por la que pasaron monjas clarisas y frailes franciscanos, y que hace ya unas décadas recuperó la Diputación de Cádiz para integrarla en Tugasa, su red hotelera provincial. “Me ha sorprendido el turismo que hay aquí, hay gente para reventar, es una locura, aunque está todo controlado con la cosa tal y como está, mantenemos distancia, no dejamos que nadie se siente sin limpiar previamente y todo se lleva bien…”, cuenta Fran mientras apura el cigarrillo de la pausa tras el servicio de almuerzo. El joven, que ha estudiado filología inglesa y ahora cursa un grado superior de gestión de ventas y marketing, busca dinero con este empleo temporal “para pagarme mis estudios. Ya llegas a una edad en la que no puedes dejar que tu madre te lo pague todo, tienes que ganarte algún dinero…”.
Como él, cientos de jóvenes pasan la temporada en Vejer, aportando mano de obra para un turismo de sol, playa, cultura y gastronomía “con mucho nivel. Aquí el turismo que se ve es de calidad”. Defiende el argumento Moi Jonsson, un diseñador gráfico y creativo que vino desde Estocolmo hace cuatro años para abrir La Ecléctica, una de las tiendecitas más sorprendentes y divertidas de la muralla de Vejer para dentro.
Nacido en Bilbao, donde ha vivido prácticamente toda su vida, sus padres son de Vejer y Barbate, y al final él ha acabado dejando una década en Suecia para, junto a su marido, buscar sus raíces entre la cal y las piedras vejeriegas. Y enumera la magia de un conjunto destacado entre los diez pueblos más bonitos de España: “Tiene algo que engancha, es un pueblo super bonito, con un turismo de calidad muy bueno, y hay una oferta gastronómica también muy buena; un comercio, y creo que me puedo incluir, diferente…; y luego, la cercanía de la playa y la naturaleza, mezclada además de una oferta cultural potente, con varios festivales durante el año con lo pequeño que es”.
Sobre la temporada del verano II después del covid, el propietario del establecimiento, donde se ve un cartel de Nosferatu junto a la muralla de Vejer y un rosario de ilustraciones de 16 artistas locales y nacionales —entre los que él mismo está incluido—, lo tiene claro: “Esto es una locura, yo lo he notado en las ventas; esto está siendo incluso mejor que antes de la pandemia. En junio, julio y agosto he tenido las mejores ventas desde que abrí”. Ahora, incluso piensa en ampliar su tienda: “Me gustaría tener un local más grande, con galería, se ha quedado un poco pequeño…”.
Y aquí llega el gran inconveniente de Vejer: no hay casi oferta inmobiliaria y la que hay, se dispara hasta el cielo de la comarca gaditana de La Janda. En la inmobiliaria Vejer Properties se encuentran casas en el pueblo de apenas 50 metros por unos 90.000 euros, mientras que una finca de 5 dormitorios, cerca de la plaza de España —con su fuente de los pescaítos, donde en realidad hay pequeñas esculturas de ranas que escupen agua— alcanza los 1,3 millones de euros. “El problema que tiene Vejer son los precios, esto es una burbuja ya… la vivienda es imposible y los locales, ni te cuento. Ves un local vacío, sin cartel de se alquila, llamas y ya estaba alquilado. Esto se supone que irá a más…”, augura Jonsson.
En el recorrido desde el Arco de la Villa, “ganada a los moros por el rey Fernando III el Santo en 1250 y reconquistada por Alfonso X el Sabio en 1262”, hasta la Judería, Bekkeh posada boutique, camisetas La Pájara, Morgana —cuidadosa selección de objetos artesanales, antigüedades y joyería étnica—, la tienda de moda Zahir, o la cafetería y coctelería Fez, ambiente marroquí en el palpitante corazón de Vejer. Entre las callejuelas, otros negocios de toda la vida, como la carnicería de Paco Melero —ideal para comprar el bocado estrella del pueblo: el lomo en manteca, que incluso tiene en Vejer un día mundial— y La Exquisita, un obrador y confitería que la familia Galván cuida con mimo desde 1942 y donde pueden degustarse pasteles a 70 céntimos y las auténticas tortas vejeriegas.
Tras la empinada cuesta, llegamos a la avenida de Andalucía, donde junto al hostal La Janda, que ha sufrido una profunda renovación después de más de treinta años abierto, hay una obra de arte contemporáneo anclada al suelo. Es una de las seis cobijadas que forman parte de Vejer Gallery, un proyecto de arte urbano que ocupa calles, plazas y avenidas de la localidad que ha despertado gran interés. Como la propia figura que representa, la escultura escenifica todo lo que no se espera bajo esa especie de burka que cubría a las mujeres sin que apenas dejasen ver desde el exterior sus ojos. Como Vejer, que siempre cobija —cada vez más— y siempre sorprende, ese enigmático manto y saya de lana merino, traje típico de la localidad que estuvo a punto de perderse, no procede como pudiera pensarse del pasado musulmán del pueblo, sino que su origen es castellano, entre los siglos XVI y XVII. Y es que, como aquella parra de más arriba, en Vejer es difícil saber cuándo empezó lo viejo y se dio paso a lo nuevo. Lo único claro, como atestiguan sus miles de visitantes y residentes, es que este pueblo "engancha".
Julio: más turistas españoles en Cádiz que en el mismo mes de 2019, antes de la pandemia
Según el informe de Coyuntura Turística Hotelera del Instituto Nacional de Estadística correspondiente al mes de julio de 2021, un total de 291.427 viajeros nacionales pasaron sus vacaciones en la provincia de Cádiz, generando un total de 935.925 pernoctaciones este mismo año. Es decir, los turistas nacionales que han visitado la provincia han aumentado en un 15,58% con respecto al año pre pandémico, el cual se consideraba uno de los mejores años para el sector turístico.
El aumento del turismo de proximidad en el mes de julio de 2021 también se ha visto reflejado en un incremento de empleos dentro del sector turístico. Ya son un total de 8.130 empleos los que han sido ocupados en la provincia de Cádiz. Sin embargo, aunque el crecimiento afecte en especial al turismo de proximidad, el diputado de Turismo y vicepresidente primero de la Diputación, José María Román, ha señalado que el número de turistas internacionales también va recuperándose: “Las restricciones vigentes para entrar en nuestro país han afectado mucho a la movilidad de los viajeros hasta este momento, pero, poco a poco, los casos por la Covid-19 se están aminorando y la gente teme menos viajar a otros destinos”.
A pesar de ello, son un total de 163.528 pernoctaciones de otros países las que ha tenido este mes de julio la provincia de Cádiz. Cada vez más factores, como la estancia o la ocupación, se van nivelando entre el año de 2019 y 2021. Incluso, llegando a superar este año en ciertos aspectos a uno de los mejores años de bonanza turística.