Cuando C.A.P., una mujer víctima de violencia de género que prefiere no dar su nombre, estaba pariendo a su segundo hijo, su marido se encontraba con su amante, algo de lo que se enteró más adelante, cuando se vio criando a las dos criaturas sin ayuda. “Me sentía muy sola”, confiesa, pero lo terminó perdonando y volvieron tras una primera ruptura. Ahí fue cuando llegaron los malos tratos, físicos y psicológicos. “Me decía que le daba asco, que me iba a reventar la cabeza… Era muy humillante”, relata.
Hace cuatro años que C.A.P. se divorció de su exmarido, al que ha denunciado en tres ocasiones. Estuvieron trece años casados y tuvieron dos hijos en común. “Era yesero y con la crisis empezó a beber y a fumar porros, se convirtió en un vago, se acomodó”, explica. Pero el matrimonio fue mal desde el principio. “No me debería haber casado”, dice ahora, “pero una se enamora, era gracioso… yo tenía ya 30 años y todas mis amigas se habían casado, que eso también influye… pero cuando me casé lo perdí todo. Me sentía vacía”.
“No era feliz, pero lo intentaba”, confiesa C.A.P., quien le dio varias oportunidades a su exmarido. “Era muy ingenua y me creía todas sus mentiras”, dice. En ocasiones le decía que había perdido el dinero que ganaba realizando pequeños trabajos, que en realidad empleaba en alcohol y drogas. “Pasaba los días en el bar de enfrente de mi casa, que siempre estaba vacío, solo con la camarera, con la que estaba liado. La barriada entera lo supo a la semana y yo al cabo de un año”, señala. De ahí que se viera sola en el hospital durante el parto de uno de sus hijos. “Lo llamé desde la cama y estaba celebrándolo”.
C.A.P.: "Me sentía muy sola; me decía que le daba asco, que me iba a reventar la cabeza… Era muy humillante"
En una ocasión, de las primeras pero no la última, la golpeó. “Veníamos de vuelta de la playa, en el coche, y estaba borracho. Me dio un puñetazo mientras conducía, con los niños detrás, y tal como aparqué me fui a comisaría a denunciar. Al llegar a casa me había puesto en un papel que durmiera en las escaleras. Al día siguiente vino la Policía a por él”, relata. Después de esos hechos, tras una separación, volvieron a convivir, aunque ya nada fue igual. “Volvimos porque con dos niños, uno con tres años y otro recién nacido, pensé que dónde se iban a criar, sin su padre…”.
Su matrimonio fallido, con malos tratos incluidos, acabó el día que tuvo una revelación. De pequeña, cuando tenía ocho años, ella misma vio un caso de violencia de género, tras el que salió corriendo y fue a esconderse a un portal de su misma calle. El día que vio a sus hijos hacer lo mismo, tras una bronca con su ex, decidió que no podía seguir así. “Eso me marcó y ahí se acabó”, señala. “Te hace reaccionar el momento en el que sientes miedo hacia esa persona”, agrega. “Era infeliz. Me lo quitó todo y me dejó sola. Te anulan como persona y empiezas a creerte que no vales nada”.
La remontada de C.A.P comenzó gracias a las cuatro sillas que le regaló su suegra. Las llevó a una tienda de segunda mano, donde le dieron 17 euros por ellas. Con ese dinero compró ropa, que luego vendió en su barriada. Así, reinvirtiendo sus escasas ganancias, llegó a acumular hasta 500 euros a raíz de los 17 euros iniciales. “Así me compré mi coche, de segunda mano, y me puse a vender fruta y pescado”, cuenta. Luego comenzó a trabajar, pero lleva un tiempo en paro. Su ilusión es volver al mercado laboral. Con ese objetivo comenzó su formación en el proyecto Acércate, impulsado por la Junta de Andalucía y Cruz Roja, para lograr la integración laboral y personal de más de 160 mujeres víctimas de violencia de género en la provincia de Cádiz, 50 de ellas en Jerez.
"Intentamos desmontar la estructura patriarcal en la que vivimos. La mujer crece pensando que un hombre la tiene que salvar, que necesita tener una familia en la que haya hijos y una pareja forzosamente. No contempla otro tipo de vida. Tengo que aguantar porque él es el que trae dinero, el que me salva, es el protector y me da posibilidad de tener una familia”, explica Rosa Bocuñano, trabajadora social y técnico referente del proyecto Acércate en Cádiz. El programa, relata Bocuñano, consta de dos áreas. Una primera de intervención que impulsa la realización de talleres con una psicóloga clínica, para lograr el empoderamiento de estas mujeres y la mejora de su autoestima. La segunda, la referente al empleo y la formación, consta de talleres profesionales y cursos de capacitación con el claro objetivo de que encuentren trabajo cuanto antes.
El programa, en la provincia de Cádiz, cuenta con una unidad formada por un equipo multidisciplinar de cinco profesionales, con la financiación del Servicio Andaluz de Empleo (SAE) de 2,1 millones de euros a nivel autonómico, para destinar su formación y empleabilidad hacia empleos relacionados con la ayuda a domicilio o la atención al cliente, con formaciones en inglés básico y nuevas tecnologías, para que sepan elaborar su propio CV y prepararse entrevistas de trabajo.
I.L.B.: "Dar el primer paso es muy duro, porque crees que nadie te va a ayudar, que no puedes, tienes la autoestima por los suelos"
I.L.B. son las iniciales de otra de las mujeres que forma parte del programa Acércate en Cádiz. “Yo no me veía montada en una carretilla y he hecho un curso. Jamás pensaba que lo haría, pero fíjate”, señala. “Dar el primer paso es muy duro, porque crees que nadie te va a ayudar, que no puedes, tienes la autoestima por los suelos, pero ahora me veo más empoderada”, reseña. “Si te digo que siempre estoy bien es mentira, pero estoy muy contenta y me veo capacitada para cualquier puesto de trabajo”, insiste. Ella ha trabajado como cuidadora de personas mayores, dependienta, camarera… pero hace unos meses que cobra el paro.
“Si no trabajo, no como, así que intento aprovechar todo lo que salga”, señala I.L.B., que es optimista y espera estar trabajando antes de Navidad. “Queremos valernos por nosotras mismas y encontrar empleo”, dice, en referencia a sus compañeras del programa Acércate, que se desarrolla en la sede de Cruz Roja en Jerez, con las que se siente entre iguales. “Aquí ves que no eres la única que pasas por esto y te sientes identificada, cuentas cosas que no cuentas con otra gente, te sientes apoyada”, señala.
A I.L.B. le costó reconocerse como una víctima de violencia de género. “No era consciente”, confiesa. Fue una asistenta social la que le abrió los ojos. “Yo le decía que no era, que solo fue una vez…”, pero la terminó acompañando a interponer denuncia. “Ella fue la que me dijo que creía que yo iba a ser un número más”. En una ocasión, hasta tuvo un incidente con un machete que afortunadamente no le ocasionó heridas. “Pero todo eso pasó, ahora lo que quiero es un trabajo”.
I.L.B. fue madre con 17 años, por lo que tuvo que dejar los estudios de administrativo que estaba realizando. Su hijo es el que le ha dado fuerzas para superarlo todo. Hace cuatro años que se separó, y su exmarido todavía tiene en vigor una orden de alejamiento. Durante su matrimonio, su exmarido le recriminaba que vistiera muy escotada, o que fuera demasiado simpática con los clientes del bar en el que trabajaba. “Me llevaba y me recogía siempre, y después te das cuenta de que es para controlarte”, expresa. “Llega un momento en el que dices: qué tengo, qué he hecho en mi vida… pero por tu hijo te levantas”. Él tiene la “culpa” de que se haya reinventado.
Una tercera compañera, I.M.T., cuenta su historia. Es madre de dos niñas. Hace dos años que se divorció y aún mantiene la orden de alejamiento contra su exmarido. “Antes me dolía, ya no”. Ha sufrido malos tratos, “pero me humillaban más las palabras”. Al casarse —más de 20 años de matrimonio—, como él "estaba bien económicamente", la convenció para que dejara de trabajar. Ahí empezaron los problemas. “Era un hombre bueno con las niñas, pero al poco de nacer ellas ya va fallando. Mi mundo eran las niñas, pero él empezó a beber, llegaba tarde, empezó a consumir droga… Algo que jamás me hubiera imaginado”, relata.
I.M.T.: "Era una muerta, se me cayó el pelo, me quedé en 42 kilos... pero aún así no me quería separar. Él me decía que si me divorciaba me iba a ver debajo de un puente"
I.M.T. asegura que su ex, después de las borracheras, le pedía perdón por sus actos, pero luego se volvió agresivo, “hasta que le busqué en el pantalón y le encontré porros, y una vez polvitos blancos en la vitrocerámica”. “Ahí empieza el machaque e incluso me invita a tomarlo”, dice. Ella acudió a una ONG que trata la adicción a las drogas y la animaron a denunciar. “En ese momento no lo hice, pero luego empezó a dormir fuera y hasta llamaban prostitutas a mi casa”, señala. “Tenía un pellizco que me quedé en 42 kilos”. I.M.T. hasta llegó a robarle dinero a su marido, los pocos días que pasaba por casa, para que pudieran comer ella y sus hijas.
Ella misma no se atrevió a dar el paso. Fueron unos amigos quienes le concertaron cita con un abogado y le cambiaron la cerradura de su casa, para que él no volviera a entrar. “Era ya una muerta, se me cayó el pelo, pero aún así no me quería separar”. “Él me decía que si me divorciaba me iba a ver debajo de un puente”. Una vez separados, hasta le dio pena. “Quería volver y hasta piensas: hay que ver el pobrecito…”. Pero no cayó en la trampa. Hace unos días, una de sus hijas le dijo que era muy feliz. “Tú eres feliz, tenemos para comer, la abuela está viva, estoy encantada con mi hermana, con mis perritos…”, le dijo la joven. I.M.T. llamó entonces a su madre y le dijo que le había tocado la Lotería. “No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita, eso es una gran verdad”, dice, “lo voy a poner en la puerta de mi casa”.
Ellas forman parte del 21,7% de mujeres del país que ha sufrido violencia física, sexual, emocional o que han sentido miedo de alguna pareja y que se han decidido a denunciar. En total, más de 1,1 millones de mujeres españolas de más de 16 años lo ha hecho, según recoge la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019, realizada por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, e incluida el Plan Estadístico Nacional. Es la única estadística oficial, que se viene realizando cada cuatro años desde 1999, que mide la prevalencia de la violencia contra la mujer. Y es que el 57,3% de las residentes en España de 16 o más años han sufrido violencia a lo largo de sus vidas por ser mujeres —más de 11,6 millones— y una de cada cinco la han sufrido durante el año previo a la realización de la macroencuesta.
“La mujer víctima de violencia de género no tiene un perfil específico, tenemos sobre todo mujeres de entre 30 y 45 años, pero hay de todo, de todas las clases sociales y niveles educativos, desde ingenieras químicas a mujeres con el graduado escolar”, cuenta Rosa Bocuñano, la técnico referente del proyecto Acércate en Cádiz. “Aunque no lo sepan, es un privilegio pasar tiempo con ellas. Piensan que son mujeres que están mal, pero te enseñan muchas cosas”, agrega. Y remata: “Lo que quiero es que trabajen”. Ellas están abiertas a cualquier oferta para así comenzar una nueva vida.