Todos quieren a 'don Zanahorio' en Lomopardo

La escuela rural de la barriada jerezana, en la ribera del Guadalete, cuenta con 92 alumnos, 16 docentes, un comedor con cocina autogestionada y un conserje muy especial que habla a los niños del poder de la tierra y la lectura. Nadie sabe nada de políticos o 'pines parentales'

Paco Lara junto a 'don Zanahorio', en la escuela rural de Lomopardo. FOTO: MANU GARCÍA
Paco Lara junto a 'don Zanahorio', en la escuela rural de Lomopardo. FOTO: MANU GARCÍA

En unas hileras perfectamente alineadas hay sembrados ajos morados de la Vega de Granada. Ese pedazo de tierra, con la verde ribera del Guadalete como telón de fondo y bajo un sol cegador y casi primaveral, enseña a los escolares matemáticas, naturales, historia, geografía y otras muchas asignaturas que solo puede enseñar un huerto. Con su tez tostada y sus ojos turquesa, con sabiduría en cada arruga y en cada callo en sus manos, Paco Lara Barba (Jerez, 64 años) es el encargado desde hace dos años de mantener un pequeño vergel que preside don Zanahorio, un personaje al que Paco no quiere que los niños llamen espantapájaro o muñeco. Porque no lo es.

No quiere porque don Zanahorio bien podría ser su alter ego, un hombre de campo que apenas tuvo oportunidad de ir a la escuela, pero que acumula litros y litros de cultura en la sangre. “A veces, al principio, no se le ha entendido, pero él lo que dice lo demuestra y lo hace; si no, no lo hace”. “Trabajo y respeto, eso me enseñaron mis padres”, espeta con los ojos encogidos, defendiendo que uno puede ser creyente “de todos los dioses”. Siempre sentando cátedra sin querer, siempre hablando con retranca o como con una especie de clave oculta que solo desentraña el que muestra verdadero interés. Como la tierra, como las raíces.

“Esto está riquísimo, ¿te acuerdas de Charlie Chaplin?”, cuenta mientras se come una capuchina, "una especie de rábano más suave”. Con esa flor comestible habla a los niños de la Cartuja y de cómo llegaron las monjas clarisas capuchinas de Belén al monasterio jerezano, a apenas unos metros de donde nos encontramos. Hablamos de niños porque Paco es conserje de la escuela rural de Lomopardo, junto al cerro de la Cabeza del Real, donde se supone que el caballero xerezano Diego Fernández Herrera dio muerte al príncipe moro Abu-Malik. “Hay muchas versiones y muchos historiadores para esa historia”, indica Paco, dejando entrever que la historia oficial siempre la escriben los vencedores, pero que igual o más importante es la historia, las causas y el contexto de los vencidos.

Desde el colegio, uno de esos centros de los Pactos de la Moncloa que se construyó a principios de los 80, se divisa una barriada rural jerezana con algo más de 300 habitantes que, como todas en estos tiempos, vive entre la deserción de los jóvenes en busca de salidas laborales y las dificultades socioeconómicas de quienes resisten. Este hombre que se ha criado en el campo, que lleva trabajando desde los once años y que ahora se jubila, ha acabado sus últimos años de vida laboral —al menos, la que consta en los documentos oficiales— como portero en centros públicos del municipio.

Emilio Arquero, en el patio del cole, atendiendo a lavozdelsur.es. FOTO: MANU GARCÍA

Desde principios de los años 80 ha estado trabajando en el Ayuntamiento de Jerez, “entraba, salía… pero también estuve siempre en el campo, en cosas de hostelería, en la Expo 92…”. “Esto para don Zanahorio es como el curioso caso de Benjamin Button, ahora resulta que ha acabado yendo a la escuela a la vejez”, ironiza Lara, siempre poniéndose por delante el escudo del personaje que ha creado, igual que alumbra el mosto en los albores del invierno o pisa la uva en el final del verano.

“Alguno pensó que esto sería un castigo y lo que hicieron fue premiarme”, confiesa, al tiempo que nos presenta al limpia cristales que acaba de llegar al colegio o bromea con los encargados de uno de los pocos comedores escolares autogestionados del municipio. A los pies de don Zanahorio los niños tienen una cesta con verduras que han ido cultivando ellos mismos y tienen libros que van desde el Quijote, libro de cabecera de este hombre de campo nacido en la Plazuela pero criado en la barriada rural de Las Tablas, hasta el ratoncito Pérez del jerezano Luis Coloma, pasando por Desde el almíjar, un vocabulario vitícola del Marco de Jerez escrito por el jornalero Manuel Morales Godínez.

Junto a la pista de futbito del colegio, ahora en calma porque los 92 alumnos del centro (procedentes de Lomopardo y de otras barriadas y núcleo rurales próximos como La Corta, Los Albarizones o Las Pachecas) están en clase, Paco tiene también un tren del vino hecho de materiales reciclados. Emula el antiguo tren carreta o tren de las viñas que antiguamente unía Jerez con Sanlúcar. La locomotora es una bota con una canilla. Cerca, hay una réplica del Circuito de Jerez, “ese del que todo el mundo hablaba mal y del que ahora todo el mundo habla bien”. Hay, en fin, historia del entorno, contacto con la tierra, cultura a borbotones y memoria histórica. Y un continuo aprender. "Yo aprendo todos los días de los niños", admite Paco.

Lara explica matemáticas, historia o geografía en el huerto escolar. FOTO: MANU GARCÍA

Aquí no vamos a hablar de políticos, ni de pines parentales porque aquí no dedican demasiado tiempo a hablar de banalidades. Acaba de acercarse Emilio Arquero, director del colegio, motrileño, aunque jerezano de adopción, y nos cuenta que el proyecto educativo de su centro es “abierto, buscando el aprendizaje a través de áreas transversales: la igualdad, la educación hacia la paz, trabajamos los contenidos relacionados con los hábitos de vida saludable…”. Le gusta tanto su escuela rural que, aun viviendo en el núcleo urbano, tiene aquí matriculado a su hijo: “Esto es otra historia, es muy enriquecedor”. La complicidad con la quincena de docentes del centro es similar a la que tiene con los encargados del comedor, que “interactúan mucho con los alumnos —hace poco elaboraron entre todos galletas por el día de la paz—“, o con el propio Paco/don Zanahorio.

"Esto es otra historia, muy enriquecedor", confiesa el director del centro, que tiene a su hijo matriculado en el cole

El comedor y el huerto escolar son claves en el proyecto de este centro ejemplar en el que su comunidad educativa entiende su trabajo allí como “un lujo”, reconoce Arquero. “La ratio por aula es muy baja, en Infantil son diez alumnos y eso es un lujo para los docentes y para los niños y niñas, es un trabajo más individualizado y el trabajo por proyecto es más enriquecedor”, explica. Hay colegios rurales en España que tienen mejores índices en las evaluaciones de PISA que centros finlandeses o alemanes. No es broma. “La atención tan individualizada que se lleva a cabo con estos alumnos y la fuente que representa el centro para cubrir las carencias formativas y culturales del ámbito familiar es decisiva; y en todos los ámbitos de la vida, no solo en el aspecto educativo”.

Miguel Ángel Franco, jefe de cocina de la escuela de Lomopardo, con su espectacular guiso del día. FOTO: MANU GARCÍA

Los niños y las niñas acaban de bajar al comedor, totalmente alejado de lo ultraprocesado, “todo real foodie”. Miguel Ángel Franco y su equipo no solo le han preparado un potaje de garbanzos con verdura (tienen menús distintos durante 35 días seguidos, afirman orgullosos) y jamón cocido con juliana de verduras (de postre, cuatro días a la semana fruta y un día, lácteos), sino que “los mayores mañana se van de excursión al Pinsapar, en Grazalema, y ya les tenemos preparados sus filetes de pollo empanado para sus bocadillos”. Allí todos se conocen. Hasta los cocineros saben cómo respira cada chiquillo. “¿Ves aquel? Es Mateo, es el number one en el comedor, se lo come todo en dos minutos y le gusta todo”.

'Don Zanahorio', un referente para el alumnado. FOTO: MANU GARCÍA

“Aquí los niños viven a otro ritmo, están más vinculados a la tierra, tienen mucha relación con animales, con la naturaleza… y las familias depositan mucha confianza en nosotros”, asegura el director del centro, que va a cumplir 29 años en la docencia y dos años dirigiendo la escuela de Lomopardo. Los mismos que lleva Paco Lara y su don Zanahorio en Lompardo. Ambos, el hombre y su personaje, prometen seguir viniendo a menudo a la barriada rural, pese a la jubilación. Y prometen seguir enseñando como si no enseñaran y, sobre todo, animando a leer. “Es importante que siempre nos vean con un libro en la mano”, asegura el conserje, que insiste en trasladar a los pequeños que “la lectura te da la opción de elegir a quién te crees”.

Él cree en muchas cosas, siempre que sean auténticas. Nos enseña un enorme símbolo de la paz con piedras en cuyos huecos hay sembradas verduras. Hay papas, pimientos, tomates, maíz, alcauciles romanos… todo tiene un significado y todo sirve para hablar de la historia y de otras muchas asignaturas. “Los niños están locos con las actividades que propone el señor Lara, este es su medio y tanto él, que cayó aquí de pie, como los niños se sienten como en casa”, sostiene el director. Don Zanahorio, que acepta las críticas constructivas, que enseña a los niños los nombres de las hierbas, y que “es un peón que ha aprendido de sus oficiales y de su gente”, se ha puesto corbata y se ha arreglado porque “es un honor que vengáis a contar lo que hace”. Pero advierte Paco, emocionado: “Y eso que a él no le gustan mucho las ropas oficiales; son casi siempre de mala calidad y él es un tío de campo”.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

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