Violencia de género. Violencia machista. Violencia doméstica. Da igual el término para designar el dolor, pues no lo aliviará ni amansará al engendro nacido del amor mal entendido y la perplejidad.
Dime cómo puede ser, qué ha pasado. Cómo es posible que aquel que habitó tu cuerpo y tu alma e hizo de tu vida su hogar sea la fuente de tu dolor, el desequilibrio absoluto, el cataclismo que abre la tierra bajo tus pies. Dime, cómo puede ser, qué ha pasado. Y qué es de él. Porque si hay algo que se pasa por alto es la génesis del monstruo, el origen de la amargura, cómo nace, se cría, y va creciendo esa visión deforme del amor. ¿Cómo lo han visto todos menos tú? ¿Qué suerte de embrujo de la piel o extraña ceguera?
Parásito. Vampiro para la ilusión que todo lo seca, que todo lo rompe, que todo lo mata. Créeme, no hay manifestación morada, ni grito en la calle, ni estadística que de verdad abarque la dimensión de la herida, su profundidad. Cada caso concreto es un desgarro íntimo, hemorragia, muerte absoluta, destrucción de vínculos sagrados y frío definitivo.
Y se celebra hoy, como una onomástica más, quizás igual de vacía que todas las onomásticas, pero que lleva en ella todos los aniversarios. Una fecha para conmemorar el horror de haber elegido un mal compañero, amado compañero de viaje sin retorno.
Dime qué ha pasado, cómo puede ser que el necesitado abrazo sea la trampa, la amputación total de la ternura. Cómo es posible que aquel que habitó mi cuerpo y mi alma e hizo de mi vida su hogar sea la fuente de mi dolor, atroz dolor y mal absoluto del que me siento culpable sin serlo. El desvalimiento es un espejismo aprendido, inventado, la anestesia inoculada en un beso.
Hay límites, palabras afiladas, cortes certeros de los que no se puede volver con las manos intactas. Solo la pureza del olvido es la redención, y la red de seguridad en aquellos que sí son nuestros cimientos la única que nos salva.