Cuando se ocupa un cargo público, nunca prevés pasar por tragos por los que pasamos el viernes 8 de febrero. Por primera vez tuvimos que ver como una familia y sus dos hijas menores se quedaban en la calle. También es cierto que desde Servicios Sociales se gestionó un hostal para pasar la noche acompañado de un cheque para que pudieran comprar algo de comer.
Digo por primera vez porque tras bastantes órdenes de desocupaciones las habíamos parado todas. Cuando se consigue te da un subidón, pues has logrado un poco de justicia.
El viernes a las ocho de la mañana recogí a mi compañera Kika y nos fuimos para los juzgados. Nos dimos de bruces con un cartel que decía que hasta las nueve de la mañana no estaba abierto al público. Después de llamar nos dirigimos a casa de la persona a la que habíamos estado atendiendo. Ocupaba la vivienda vacía —una vez más— de un banco, concretamente Bankia.
No fue difícil dar con el lugar porque a las nueve era la orden de la desocupación y en la puerta se aglutinaba la familia, el procurado, los cerrajeros y unos quince policías uniformados. Alguno de estos últimos lo estaban pasando tan mal como nosotros, se quejaban del despliegue que se estaba haciendo, pues la familia había anunciado que llegada la hora no se iban a resistir y que entregarían la llave.
En esos momentos y ante la angustia de la familia, los teléfonos echaban humo: llamábamos al juzgado, a Servicios Sociales, políticos del gobierno de la ciudad, abogado del banco... La respuesta fue contundente: “A la calle”.
Una niebla envolvió la zona y los ojos de los que allí estábamos, la garganta te presiona como si una bola intragable te bloqueara el paso, saltan las lágrimas y el llanto se apodera de los más cercanos. Los periodistas hacen su trabajo y preguntan y los fotógrafos tratan de sacar imágenes como la entrega de la llave o como los cerrajeros trasladan la puerta antiocupa.
Yo pensaba si las viviendas estuvieran llenas de personas viviendo en ellas seguro que no las ocuparían. Mientras estén vacías para especular con ellas, no nos dejan otro camino, no puede haber gente sin casa y casa sin gente.
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