Descubierto por la prodigiosa lumbreras, concejal en Palma de Mallorca, nos deja en bragas. Bueno, en calzoncillos, en slip, que es más fino; en bóxer, más moderno. Vamos, anonadados. «Con las patas colgando» como dice la gente, aunque no entienda su significado. Con su descubrimiento ha dejado al descubierto lo más íntimo del género masculino. Total, después de esto daría igual pasear desnudos por la calle si no fuera por el frio del duro invierno, y el excesivo bronce del verano más el riesgo ultravioleta. Y por la ley, claro. Que íbamos a levantar la economía patria del montón de multas y encima para que algunos —ahora lo vemos— puedan ser blanco de la mofa (blanco porque los negros se libran, según parece; que ahí hasta los «señores de la guerra» deben ser gente la mar de amables.
Vaya el fortachón acobardado por no poder presumir de lo que verdad hay que presumir, ¡mecachis! Vaya esos pegadores, no con cola, sino de los pegadores que traen cola, pegoteros que al mirarse lo propio ¡qué desatino!, ¡qué complejo! Cuidado, que los complejos se pueden convertir en miedo y vergüenza o en falta de ella con el consiguiente aumento de la violencia. A ver esos atletas, menos mal que presumen de bíceps, tríceps y pectorales y ahora son muy recatados en el gimnasio. Verán, hay una forma de disimular: ser amables, como deben ser los morenos ecuatoriales en proporción inversa al tamaño, suavecitos, cariñosos, permisivos, sutiles, dulces. Y aguantarlo todo, lo contrario de ir a guantás, que esos son los que se descubren al momento, gracias al descubrimiento lumbreril.
Qué coraje: el violento es pichicorto. Y ahora ¿qué? Lo ha sentenciado la señá Sonia Vivas, concejal palmerina ¿Quieren más? Desde ahora «aquello» no se puede poner sobre la mesa para no hacer el ridi y porque ponerlo en sí es violencia, como el personaje de García Márquez en los Cien años de soledad —que tienen que ser muy aburridos, dicho sea de paso— y como el hecho de ponerlo, que está feo. «Mu» feo y es poco elegante. No se puede poner por ser violento y más violento aún por las risas de los espectadores, ganas de acomplejar al pobre burlado por su carencia y encogido con ella. Doble mal para la pareja. O no, que la pareja lo tiene ahora más fácil, una ojeada antes de empezar, permite ver si el parejo de la pareja es violento y se puede huir de él y de reír por su tamaño ¿no será la risa lo que violenta? Pué que sí, pué que no, pero lo más seguro es que quien sabe. No hay ni que desabrocharlo, basta con palpar —vuelta al personaje cien añeros— para saber si se corre peligro a su vera, para no estar siempre a la verita suya. Al palpado le puede producir ilusión, como al ya repetido jovencito de los cien años, o decepcionarle, que es también la desilusión de quien le palpa, o le mira, es igual. Pero no por la medida, que es una pareja muy formal: por la ilusión perdida al palpar y con sólo ello comprobar la pasión de su parejo por la violencia.
Hay que ver. Tantos siglos por descubrir. Lo cierto es que no se puede decir ¡qué bárbaro!, como si se tratara del chaval de García Márquez, porque los bárbaros, los vándalos, los visigodos, los francos, dicho sin mala intención, brutos con agonía, debían ser mini-dotados, a lo mejor por eso algunos se extinguieron. Y los hunos ya mejor ni pensarlo. Los búlgaros de hoy, descendientes de los hunos del Volga son más sosegados, debe ser que les ha crecido «el muñequito» (los hay con suerte). Una muestra de madurez porque ya no son bárbaros. Pero si bárbaro era el muchachito de la soledad centenaria ¿en qué quedamos?
La concejal de Justicia Social de Palma de Mallorca ha sido tajante «El que no cumple suple su carencia con violencia». Así ha hecho tres grupos: bien y mal dotados y «depende del día». Después se enfadará de las risas. Así que beligerancia masculina = inversa proporción al tamaño de sus atributos. Machismo ibérico versus formato del pene. A menos dotación más beligerancia. Lo sostiene la lumbreras prodigiosa «el mandato patriarcal valora mucho el tamaño de los genitales…» Vamos a ver y los griegos que le «endiñaban» a los persas ¿no daban importancia al tamaño, justo para justificarse?, porque cultos eran, pero pegar, pegaban con ganas. La parte positiva: decir a los violentos «—Anda, desnúdate». Y arrugados, como su aparatito, se irán antes de provocar la risa con lo que su víctima se habrá librado. Fácil ¿no? ¿Ven, almas de cántaro, como hay remedio para todo? ¿Qué sería de nosotros sin la iluminación de seres como la concejal?
A todo esto: la mujer violenta ¿cómo se mide? ventaja del género, que la mujer no tiene lo que tiene el hombre para medir su grado de violencia.