Nadie puede dudar de que la pica de la libertad se puso en Cádiz durante el otoño de 1812. Sin embargo, aquel texto aupado por la historiografía como revolucionario sólo consiguió penetrar en las clases bajas como mera propaganda frente a los franceses. La idea de nación, que provenía del propio rival, no fue suficiente, y los españoles ansiaron a Fernando VII como rey. Y es que, cuando la comida escasea, las banderas y las historias del pasado de nada sirven.
De este modo y como respuesta a la senadora Pilar González se hace necesario exponer una ideología donde Andalucía logré salir de los últimos puestos de cada ranking. Y aunque suene raro en Adelante Andalucía, los Omeyas quedan ya muy lejos, y el verde que dejaron en la bandera no da dinero en la cooperativa.
Remitiendome al comienzo del texto, la idea de nacionalismo, incluyente o excluyente, funciona y cala dentro de las clases más medias, comunidades donde el nivel educativo, social y económico permite ausentarse del trabajo durante varios días para defender los valores de un trozo de tela en forma de lazo. Pero al contrario que las comunidades políglotas de España, en Andalucía no podemos echar abajo el cortijo del PSOE para después construir un chalet nacionalista.
Andalucía lleva desde la caída de las colonias americanas siendo la huerta de España. Primero para la república, luego para el franquismo y ahora para el bipartidismo. Centrándonos en la época actual, el PSOE, y ahora el PP, han logrado, a través de la una propina por trabajar en el campo, hacer que los andaluces sean dependientes de un sueldo inferior a 900€, limitando en gran medida la capacidad económica de la región. Dada la rentabilidad electoral de ese aguinaldo, nadie se ha atrevido a quitarlo y buscar una renovación económica para este sur.
Una renovación económica que no parece importar en la nueva izquierda. Y es que, en unos de sus baluartes, la ecología, parecen preferir subir una foto de una tortuga herida a intentar aprovechar el sol de la región más soleada de Europa. Cuestión de perfiles electorales a fin de cuentas.
Mientras este incipiente pseudonacionalismo se va colando poco a poco en las clases medias, los pueblos siguen encontrando carencias en servicios básicos como sanidad, educación o carreteras. Mientras se preparan pancartas para el 28 de febrero, los jóvenes andaluces siguen en las colas de rankings educativos y paro. Y la derecha acechando, es más, la extrema derecha, la más liberal de todas. La que si todo sigue así logrará ganar en la democracia, engañando a la mayoría, y mientras, usará el liberalismo más radical para seguir ahondando el pozo.
Pese a la crítica a las formas, el fondo de la cuestión es el mismo, intentar levantar a Andalucía. Pero el modo está tomando una deriva muy peligrosa. Andalucía no es un tigre de bengala, y jugar con banderas suele nublar el entendimiento. Que se lo pregunten a aquellos afrancesados de la Constitución de 1812. Tuvieron que huir de España por traidores, y desde el exilio, sólo supieron despreciar a los miserables que seguían sin comer a diario. Por eso, dediquense a las mejoras económicas y sociales, ya miraremos la bandera cuando seamos líderes en el informe PISA.
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