Qué cosa más rica mojar un trozo de pan de campo en aceite. Sencillo y sublime a la vez. Qué cosa más curiosa que ese mismo gesto lo hemos hecho durante siglos en esta bendita tierra, donde el aceite de oliva ha traspasado edades históricas como parte de nuestra cultura, así como ha sido y es piedra basal de la dieta mediterránea de la que podemos presumir con orgullo y, lo más importante, con salud.
Y es que tanto en épocas de bonanza como en las más famélicas, el aceite de oliva ha estado presente en las vidas de los andaluces. Muchos son los que hoy todavía recuerdan el chusco de pan con aceite y azúcar como una de las comidas más esperadas del día. Y hoy además del ‘caberito’, el aceite de oliva se toma también en helado, esferificaciones o en textura gel.
Base de prácticamente todas las elaboraciones de nuestra cultura culinaria y motor socioeconómico clave de Andalucía, el aceite de oliva, por increíble que parezca, está pasando por malos momentos. Es paradójico que un producto que es parte de la identidad andaluza, que genera riqueza, que fija población en el medio rural y que es tan apreciado por sus propiedades, esté en crisis.
La realidad es que el olivar tradicional está en peligro. Y, lo peor de todo, que el motivo de la amenaza no se encuentra ni en los olivareros andaluces, ni en la calidad del producto, que es excelente, ni en las enfermedades del cultivo… ¿Entonces? ¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué los olivareros están siendo machacados con unos precios ridículos e insoportables? La respuesta es la siguiente: al olivar y al aceite de oliva se lo están cargando los especuladores. Los mismos que abandonaron el ladrillo con la crisis y que han hincado el diente en la industria agroalimentaria. Una mafia que está atada de manos en otros países europeos y que, asombrosamente, sí puede (porque le dejan) campar a sus anchas en España dinamitando un sector que funciona.
El panorama tiene a los olivareros hundidos, están que trinan. Motivos tienen de sobra: el precio más bajo de la Unión Europea se da únicamente en España y, a pesar de que existen herramientas para evitar una situación de bajos precios, que se sitúan incluso por debajo de los costes de producción, no hay voluntad política.
Por todo ello, las principales organizaciones agrarias han convocado una gran manifestación en defensa del olivar el próximo 10 de octubre en Madrid, en las puertas del Ministerio de Agricultura donde, además de precios justos, van a exigir cambios en la normativa de calidad para evitar que se produzca el fraude (¡ojo!mezcla de aceites) que quieren colar las grandes multinacionales, a los que la alimentación, la salud, la tradición, el arraigo y la cultura del aceite de oliva se la trae al pairo.
A todo esto, qué podemos hacer para echar un cable a los olivareros, cómo poner nuestro granito de arena para que el aceite de oliva siga siendo sólo aceite de oliva virgen… Pues como consumidores tenemos una gran arma, la elección y compra del producto. Cuanto más cercano esté al campo, mejor: en un molino de aceite, en una cooperativa o en tiendas donde comercialicen éstos. Es importante conocer el origen y mirar las etiquetas.
Tenemos el mejor aceite de oliva del mundo y no podemos permitir que lo que es un producto natural y sano se convierta en otra cosa y pierda su pureza para beneficiar a unos pocos. Porque dejar en manos de la gran industria un bien tan preciado y saludable como nuestro aceite de oliva, no va a traer nada bueno, sólo ruina, despoblación y un aceite desprestigiado a pesar de su tradición. Por tanto, hay que extremar la precaución y, en este sentido, los gobernantes tienen mucho que decir, mucho que defender y mucho que parar, tanto aquí como especialmente en Bruselas.
Y cada uno de nosotros, consumidores, también. Defendamos con acción y pasión el aceite de oliva, dejemos claro que tenemos ‘aceititis’ y que no vamos a tolerar que vengan unos bandidos a quitarnos ni el pan ni el aceite. Anotemos esta idea en la lista de la compra.
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