Acuerdos y puñetas

Hubo un lapso de tiempo, en el que imaginé una justica un poco más ecuánime y equilibrada, pero me duró muy poco, fue apenas un suspiro, lo que duró un latido

Soy maestra jubilada, es decir maestra.

Concentración de jueces en Sevilla en una imagen de archivo.

El refranero popular contiene una saludable reticencia frente al hacer de la justicia: "Juez que, dudando condena, merece pena”, “Juez mal informado, fallo desacertado”, “Juez muy riguroso, a todos se hace odioso”, “De juez de poca conciencia, no esperes justa sentencia” o, como el que nos ocupa, “Pleitos tengas y los ganes”.

Porque el poder judicial parece decidido a poner pleito a las instituciones democráticas cuando no son de su cuerda o conveniencia, a juzgar por su ocupación irregular durante años de las bancadas del Consejo General del Poder Judicial. Y para esa cuestión contaron con la inestimable y reincidente colaboración del Partido Popular.

Es pronto para calibrar hasta qué punto la reciente negociación dará equilibrio a la balanza de la justicia o reforzará las posturas montaraces de esa parte de la judicatura que tanto daña al proceso democrático de nuestras vidas. Lo cierto es que un gobierno de progreso solo cuenta con el poder de los votos que se le han confiado que, en este caso están muy ajustados. Mientras tanto, por el otro lado, además de los votos que hayan obtenido, cuentan con otros poderes que no están a la luz de las urnas. Nuevamente, tendremos que recordar que el gobierno te lo dan los votos sumados, pero el poder es otra cosa.

Lo cierto es que la mayoría de la gente común andamos por la vida como desconcertadas ante el poder de ciertos vástagos de la justicia. Ese poder que nos parece tan ajeno en su procedencia de clase acomodada y tan inapelable en su proceder escorado que nos genera indefensión cuando debería ser una garantía de serenidad. Porque sentimos que un puñado de agentes de la arbitrariedad judicial sí que hacen de su capa un sayo y de sus puñetas impunidad sobre sus propios actos. Y por eso deberíamos tentarnos la ropa cuando la derecha reclama que los jueces elijan a los jueces o lo que viene a ser, que los jueces se gobiernen solos y que además nos gobiernen a todas.

Y que no me vengan con esa letanía de que el sistema tiene sus propias regulaciones ante las conductas irregulares de los poderes judiciales. Yo no las veo o no las puedo constatar o no las puedo ejercer porque, al parecer los jueces se gobiernan solos o al menos lo parece.

De los tres poderes del estado, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, este último es el único que no surge de las urnas y, paradójicamente parece ser el único intocable, incuestionable, prácticamente impune. Alguien debería decirles a estos jueces que, finalmente, además de ser parte del tercer poder, han accedido al cargo por una oposición, no por designio divino.

Yo no digo que la justicia sea un cenagal, pero sí digo que a los salones de la justicia les ocurre como a los suelos recién fregados, que llega un juez descerebrado, un gamberro, un abrazafarolas de la ley, un berzotas de la judicatura y te lo pisotea todo, sobre todo cuando van en manada o se sienten legión, y luego ya no ves más que las pisadas. Por eso es tan urgente que se les pare los pies a los que arremeten con basura ideológica en sus autos. Si los buenos jueces miran hacia otro lado, si los buenos no hablan, hablarán las piedras y caerán sobre todas nosotras como una losa sepulcral.

Todo proceso de degeneración tiene sus piedras miliares, llamémosles mojones. Una de ellas fue el día en que unos pobres cómicos de la legua dieron con sus huesos en la cárcel por un espectáculo de títeres en el que aparecía un juez parcial; ese día temblaron los planetas en los que viven los jueces como dioses, se suspendió la función y hasta la buena de Carmena hizo un mutis de silencio.

Y ese silencio contenía un gran error de futuro, que luego pagarían cantautores, raperos, comediantes, actores, teatro clásico, las placas de los poetas y hasta las fosas de la memoria. Porque los mismos jueces que vieron la paja en el ojo de los titiriteros, luego no vieron la viga en el cerco y acoso de la casa de Irene Montero y su familia – y mira que tuvieron meses para darse cuenta- Los mismos ojos que ven la necesidad de desahuciar a familias y personas mayores, no han visto causa de justicia para la muerte en soledad de las personas ancianas en las residencias de Ayuso.  Los mismos que andan tras Begoña Gómez, aún no sabemos exactamente por qué hechos, ni se fijaron en la venta de viviendas sociales por la alcaldesa Ana Botella a un fondo buitre en el que ejercía su propio hijo.

El siguiente punto de inflexión en la deriva partidista del poder judicial fue del tipo consigna cuartelera: “El que pueda hacer que haga”. Y vaya si lo hicieron. Nunca habían parado, pero a partir de ahí la palabra de Aznar, el de la infausta memoria, se convirtió en orden del día para la avanzadilla de los jueces silvestres y trabucaires.

Hubo un lapso de tiempo, en el que imaginé una justica un poco más ecuánime y equilibrada, pero me duró muy poco, fue apenas un suspiro, lo que duró un latido. Es lo que tiene esa ingenuidad naif de quien espera algo bueno contra toda evidencia.

Como no entiendo de procedimientos ni de leyes, tengo que confesar como diría Lope de Vega: “Pleitos, a vuestros dioses procesales confieso humilde la ignorancia mía ¿cuándo será de vuestro fin el día? Que sois, como las almas, inmortales. Hasta lo judicial perjudiciales, hacéis de la esperanza notomía que no vale razón contra porfía donde sufre la ley trampas legales”. Vayan estos versos como un intento de proteger mi opinión con ayuda de los clásicos frente a las denuncias de los ofendiditos implacables. Es por cuidarme.

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