Ser un hombre igualitario que pretende dejar de ser machista e intenta que los demás hombres vean y reconozcan sus privilegios y la desigualdad de género existente, cansa y enfada mucho, sobre todo a uno mismo.
Tener que explicar lo evidente, y soportar que los demás no lo vean ni comprendan, e incluso que se atrevan a cuestionar la desigualdad, a decir que no todos los hombres son iguales, o que las mujeres también pegan a los hombres y son violentas, revienta.
Pero entiendo que así es la realidad, el machismo y el patriarcado nos socializan, y trabajan tan bien sus estrategias, que logran como dice Miguel Lorente, que no lo veamos, haciéndolo invisible, normal, y aceptado.
Que un hombre piropee a una mujer, quiera tener relaciones sexuales con ella, aún cuando ella no lo desee, comparta bromas y comentarios sexistas, diga que las mujeres son el género débil, que nosotros somos más fuertes, los homosexuales no son hombres, el rosa y las cocinitas son cosas de niñas y maricones, y el fútbol es de hombres, lo vemos normal y aceptable, y nos negamos a comprender que ahí está parte del caldo de cultivo de las discriminaciones y violencias que sufren las mujeres.
Tratar de explicar a un amigo que el problema de la violencia de género no es el de individuos aislados, violentos o desequilibrados, sino un problema estructural de la sociedad, asociado a un concepto de masculinidad hegemónico que hace que los hombres seamos mas violentos que las mujeres, y que todas nuestras relaciones de una forma u otra estén impregnadas por esa violencia, y que el asesinato de una mujer, es la consecuencia de una cultura machista que no vemos, pero que autoriza a los jóvenes y a los mayores, a ejercer violencias que consideramos normales y aceptadas, que algunos traspasan llegando a matar, es un tarea casi imposible.
Sinceramente, cuestionar el modelo de masculinidad hegemónico constantemente es agotador, porque significa la ruptura de esa estúpida unidad que los hombres mantenemos en torno a nuestra hombría y virilidad. Alterar la cohesión del grupo, esa que nos hace estar seguros, manteniendo nuestros privilegios y prebendas. Y eso es difícil de aceptar, y reaccionamos con una virulencia inusitada ante los ataques. Supone el reconocimiento de la desigualdad, y la necesidad de cambiar. Y cambiar y transitar a la igualdad es un ataque frontal al mundo de los hombres.
Cuestionar el modelo de masculinidad hegemónica es asumir el fracaso y nuestra responsabilidad en la desigualdad y violencias que sufren las mujeres a manos de los hombres. Es reconocer que nos hemos equivocado, y eso solo está a la altura de conciencias capaces de despojarse de los privilegios, empatizar y comenzar a ver la vida también desde los los ojos de las demás.
Deseo que en el año 2019, los hombres logremos ser menos “hombres”, para ser más HOMBRES, y así desde el feminismo podamos derrotar con argumentos y alegría, la tristeza y la barbarie del fascismo que nos asecha. Por un feliz y feminista año 2019.