Su nombre es Susana, pero también podría ser Rocío, o Paco, o Antonio. Ella representa a ese grupo de personas, mujeres y hombres, que fuera del horario lectivo y, en ocasiones fuera de su horario laboral, se dedican a impartir a nuestros hijos e hijas diversas disciplinas. Pintura, ballet, baloncesto, fútbol, teatro, música… qué sé yo.
Cuando niños y niñas salen del colegio, y a menudo cuando ya están cansados, con su cariño, su entusiasmo, su autoridad, y a veces, a voces, les enseñan todas esas cosas que a nosotros se nos escapan y que les ayudan a seguir formándose como personas. En ocasiones, por otros caminos distintos a la formación principal que imparten.
“Mis cinco”, en mi casa, han disfrutado de extraescolares. En algunos casos, como hobby. En otros, con el paso de los años, esa extraescolar se ha convertido literalmente en la vida de dos de ellos. Porque desconocemos, cuando impulsamos o cercenamos una iniciativa, hasta dónde llegará o dejará de hacerlo.
Pero quiero hablarles de Susana. Desde hace más de una década ha impartido patinaje artístico, fuera del horario lectivo a dos de mis hijas. Primero en un entorno; después, en otro. En todo ese tiempo, por supuesto, la he visto enseñarles a dar sus primeros pasos de caballo, a hacer “el huevo”, “el cañón”, “el ángel”, a caerse, a cómo caerse, y a levantarse de nuevo y seguir patinando… pero también he descubierto cómo les transmitía muchos otros valores, que seguro que seguirán conservando cuando hayan olvidado las piruetas.
Ayer, en una de esas galas prenavideñas que preparan con tanto esmero, y a la que asistimos con el entusiasmo de progenitores “pantojos” volvimos a disfrutar de un trabajo técnico grande. Resulta increíble ver cómo con unas pocas horas a la semana, desde peques que miden poco más de un metro hasta adolescentes, se deslizan, multiplican y casi interpretan con gracia y entusiasmo sobre la pista las más de diez coreografías distintas con diez diferentes músicas y otros tantos vestuarios que ella se ha encargado de idear, coordinar, hacer realidad.
Pero, sobre todo, resulta fascinante que sean capaces de absorber y compartir valores como el compañerismo, la solidaridad, la generosidad, la inclusión, la recompensa del esfuerzo,… ¡y sin ideologías ni religiones de por medio! Sí, porque en este mundo tan polarizado, estamos malacostumbrados a asociar valores a unos y otros. Y también a no agradecer las cosas aparentemente pequeñas, sencillas, incluso gratis, que a menudo se agigantan cuando las observamos más de cerca.
En estos tiempos, en los que se da tan poco por a veces por tanto, sobre todo si hablamos de sueldos; emociona ver cómo con tan poco, algunas personas logran tanto. Busquen a "las Susanas" de sus entornos, observen si sus hijos o hijas son felices, ese es el mejor termómetro, y agradézcanles el trabajo que hace con sus peques. ¡Gracias, Susana!
Pss pss, si miran la foto que ilustra este artículo descubrirán a la incombustible Susana a la izquierda, con un walkie en la mano.