Todo fascismo llama seguridad a la construcción de terror. Sólo un gobierno que se tome en serio este asunto, actuando sobre las carencias sociales sobre las que nace y crece el huevo de la serpiente, puede frenar su crecimiento. El fascismo está aquí otra vez porque la socialdemocracia se entregó al neoliberalismo permitiendo, y actuando, desde dentro y fuera del poder que desapareciese toda seguridad vital. Llevamos años con el futuro robado. Millones de familias viven sobre el temblor de la incertidumbre ante el mañana. Y sí, nos gustaría que, quienes dicen ser de izquierdas y tienen ahora el poder del Estado, abandonasen la retórica del espectáculo para hacer que de verdad nos sintamos seguros.
Nos sentiríamos seguros sabiendo que en España no quedan, o no pueden quedar, militares para escribir manifiestos defendiendo a un dictador con cientos de miles de crímenes a sus espaldas, crímenes amparados y avalados por Hitler y Mussolini. Nos sentiríamos seguros sabiendo que en España ningún niño o niña que nazca tendrá que pasar jamás penurias debido a su condición de nacimiento. Nos sentiríamos seguros sabiendo que ninguna persona o familia se sentirá jamás desprotegida por el Estado teniendo garantizado los mínimos vitales, sanitarios, educativos y culturales para una vida digna.
Nos sentiríamos seguros si estuviésemos seguros de que al jubilarnos podremos vivir dignamente hasta la muerte. Seguros nos sentiríamos si cualquier joven pudiese estar seguro de que el Estado no lo abandonaría a su suerte o a la emigración. Nos sentiríamos seguros si al enfermar supiésemos que un sistema sanitario nos trataría igual que a todo el mundo con independencia de si podemos pagar o no. Nos sentiríamos seguros si el acceso a la educación superior y la cultura no entendiesen de clases sociales o estatus políticos.
Nos sentiríamos seguros si queriendo trabajar pudiésemos hacerlo en ausencia de explotación horaria y con un salario justo. Nos sentiríamos seguros si las mujeres pudieran sentirse libres y seguras. Nos sentiríamos seguros si tuviésemos una justicia que no dependiese ni de las particulares ideologías ni de las particulares economías.
Nos sentiríamos seguros si supiésemos que nunca careceríamos de un hogar. Seguros estaríamos si la corrupción fuera anécdota y no substancia de gobiernos. Si al respirar supiésemos que el aire es limpio estaríamos bastante seguros. Nos sentiríamos seguros sabiendo que la calle de nuestros vecindarios están sanas y vivas sin que el cáncer del consumo se acumule sobre los millones de metros cuadrados de megasuperficies comerciales en manos de cuatro gatos con exceso de capital y poder.
Y estaríamos aún más seguros sabiendo que las barreras que garantizan nuestra seguridad están situadas en la protección de las diferencias, la pluralidad, la creatividad artística, los animales y la naturaleza. Pero el fascismo que ha despertado por boca de los nuevos viejos que son Casado y Rivera quiere que nuestra seguridad dependa de que haya o no un mantero en la calle principal, un negro saltando una valla cuajada de bisturíes, una africana aplastada en el fondo de un cascarón de madera en el Mediterráneo, un niño muerto sobre la arena de un mar de Europa o, disculpen las molestias, un catalán que cuelgue un lazo amarillo de la solapa.