En la madrugada del 10 al 11 de agosto de 1936, el eco de dos tiros suena en el kilómetro 4 de la antigua carretera de Sevilla a Carmona y el precursor del sentimiento andaluz, el antecesor de los andaluces de conciencia, cae herido de muerte con dos balas alojadas en su vientre.
Los asesinos sabían lo que hacían, la frase "duro y tiros a la barriga" no es un comentario baladí, dicen que es una de las muertes más angustiosas. Se tarda en morir y la víctima acaba su existencia entre terribles dolores, una espantosa e inexplicable sed provocada por el desangramiento y con la certidumbre de que su vida se extingue lentamente, sin que pueda hacer nada por evitarlo.
Mucho rencor y poca humanidad es necesario tener para matar a una persona, para hacerlo de esa manera se necesita, además, profundo odio, ausencia de sentimientos y falta de conciencia. Asesinos sin alma.
Han pasado ochenta y ocho años y todavía es necesario recordar la efemérides. Hay mucho empeño en ocultar, en hacer olvidar qué sucedió y por qué sucedió. Aún nos hablan del "fusilamiento" de Blas Infante, cuando en realidad fue un sanguinario asesinato, sin juicio, sin veredicto y sin sentencia.
El esperpento, el cruel esperpento, llega cuando el cuatro de mayo de mil novecientos cuarenta –cerca de cuatro años después de su muerte– el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas celebra un juicio donde se acusa a Blas Infante "de formar parte de una candidatura de tendencia revolucionaria, de haber sido propagandista de un partido andalucista y adoptar una actitud de grave oposición y desobediencia al mando legítimo y de las disposiciones del mismo emanadas".
Por lo que: "Considerando que los hecho probados constituyen para don Blas Infante Pérez, un caso de responsabilidad política de carácter grave previsto en el apartado L) del artículo 4º de la Ley de 9 de febrero de 1939, que considera incursión en responsabilidad política y sujetos a la correspondiente sanción a los que se hubieran opuesto de manera activa al Movimiento Nacional. Fallamos que debemos condenar y condenamos a Don Blas Infante Pérez, como incurso en un caso de responsabilidad política de carácter grave a la sanción de 2.000 pesetas, librándose para notificar esta resolución a la viuda del inculpado, por sí y en representación de sus hijos menores, orden al Juez Instructor Provincial de Sevilla. Juzgándolo así por nuestra sentencia la pronunciamos, mandamos y firmamos,
Rafael Alhiño. Francisco Díaz Plás. Francisco Summers".
Los jueces alzados contra la legitimidad que juraron respetar y hacer cumplir, condenan a nuestro precursor, asesinado en 1936, basándose en una Ley promulgada en 1939. Si una dictadura es grotesca, sus leyes siempre la superan. Ochenta y ocho años han pasado y la sentencia continúa en vigor, de ellos cerca de cincuenta con elecciones libres sin que ningún gobierno en Madrid mueva un dedo para devolver la dignidad a quién dio ejemplo de vida y murió gritando ¡Viva Andalucía Libre!
Desaparecido el dictador y su régimen y, a pesar de esta pseudodemocracia partitocrática, se recuperó la blanca y verde, los niños en los colegios cantaban el himno de Andalucía, tremolaban su bandera y conocían la figura del Padre de la Patria Andaluza. Hoy, gracias al trabajo durante décadas de los políticos andaluces que deben su bien remunerado puesto a la labor de Infante, nadie se acuerda de él. Ingratos y desagradecidos.
Por eso, es necesario, aunque sea una vez al año, recordar a quien dio su vida para que Andalucía continuara viva y pedir –pedir no, exigir– que su sentencia sea anulada, demandar amnistía y reclamar que su nombre sea algo más que el rótulo de una calle o la deteriorada estatua olvidada en el rincón de un parque.
La ocasión es propicia. En unos tiempos donde un gobierno regala amnistías por intereses políticos personales a cambio de poder, bien podría, en un acto de contrición, amnistiar a un hombre bueno, víctima de un régimen inhumano, condenado por el simple delito de luchar por su tierra y por el bien común para sus habitantes.
Amnistía para Blas Infante, evocación de su figura, y difusión de su pensamiento y su Ser andaluz. Algo imprescindible para que Andalucía salga de su letargo, para que un pueblo recuerde cuanto fue un 4 de diciembre y para que volvamos a reclamar nuestro lugar en la historia.
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