Imaginemos que estamos haciendo cualquier trabajo y que nos hacemos un pequeño corte en el dedo índice de la mano izquierda. No es una herida aparentemente grave, no parece que vaya a necesitar ni puntos de sutura, pero de la que se desprende, de forma lenta pero constante, una gota de sangre. Acudimos al centro médico para que nos hagan la cura respectiva y allí, en lugar de tapar inmediatamente la herida, se dedican a ver las causas por las que nos hemos cortado, pero sin intervenir. Me dicen que para curar esa herida deben seguir investigando, diagnosticando, por lo que la gota de sangre sigue cayendo. Imaginemos que nos tiramos treinta años acudiendo, cada vez más debilitados, diariamente para que nos tapen la herida, pero que siguen analizando unas causas que ya todos conocen y que ya no son relevantes ni importantes dada la gravedad que ha adquirido el problema. Es una situación absurda y negligente, ¿verdad?
Llevamos años ya en los que el ayunta-miento (copyright Esperanza De Los Rios) viene celebrando ciclos de conferencias con los que, más que ofrecer soluciones y anunciar un plan integral de repoblación, nos machaca con un diagnóstico constante, como si no supiéramos a estas alturas de la película las causas por las que el centro histórico ha llegado al punto de no retorno, al del desangramiento gota a gota al que nos acercamos cada vez a una mayor velocidad. Además los hace con plena consciencia de lo frágil que es la memoria del ciudadano, que pica el anzuelo de creer que verdaderamente al fin se va a hacer algo, celebrándolas en unos intervalos de tiempo lo suficientemente espaciados como para que la gente no recuerde ya lo que se dijo en el anterior ciclo, convirtiendo todo esto en un circo en el que se permite a muchos responsables de que la situación haya llegado a este punto sentar cátedra y venir a dar lecciones sobre lo que se hizo bien, mal o regular.
Sucedió en su día con la Mesa fantasma del Centro Histórico y con los ciclos posteriores, en los que hemos podido oír la barbaridad, dicha por un Director Provincial de Cultura de la Junta de Andalucía, de que las murallas son un estorbo para la revitalización del centro histórico de Jerez, u otro en el que se haya contado como voz cualificada con el gerente de la inmobiliaria que gestiona una gran mayoría de propiedades privadas ruinosas y de gran valor en intramuros ante la pasividad de un departamento que dice llamarse Disciplina Urbanística. Lo que no hemos oído nunca en esos foros, porque la verdad siempre es molesta, es a los que, soportando unas condiciones de movilidad, seguridad o convivencia realmente vergonzosas, continúan habitando el interior del recinto amurallado.
Esta última entrega, titulada "De intramuros a los adosados", además, es una muestra clara y notoria de la endogamia constante que practica la administración local en este pueblo. Prácticamente un ochenta por ciento de los ponentes son miembros del propio ayuntamiento, de los cuales muchos llevan décadas callando y consintiendo lo que su amo de turno les mandaba y que, como no puede ser de otra manera, no quieren saber nada de responsabilidades a la hora de afrontar un asunto tan grave como la caída negligente en la ruina del centro histórico de Jerez, lógicamente salvando las excepciones que siempre confirman la regla.
O sea, tenemos a técnicos municipales ofreciendo una diagnosis, no sé cuántas van en seis años, con su amo político (de turno, repito) sentado a su lado. ¿Qué van a decir? Hace seis años decían que la política urbanística era errónea, pero que con la Mesa del Centro Histórico se estaba empezando a arreglar la papeleta. Ahora dirán lo mismo pero con el inciso que con la Plaza Belén y su bola las cosas han comenzado a cambiar. Y si a partir de mayo tenemos otro partido en el poder, seguirán diciendo que la política ha sido errónea, incluyendo la plaza Belén, pero que con los que estén, que muy posiblemente hayan estado ya antes, las cosas cambiarán. Vamos, que estamos inmersos en un bucle nefasto, en el que la autocrítica brilla por su ausencia y donde se niega la opinión, tan válida como la que más, a los verdaderos conocedores de lo que pasa, visto lo visto.
Los cirujanos inseguros suelen posponer las operaciones, sumiendo al paciente en una diagnosis perpetua hasta que la operación llega demasiado tarde, lo cual convierte la inseguridad en negligencia pura y dura. Con el centro histórico ocurre lo mismo: para justificarse, la administración diagnostica, diagnostica y diagnostica, pero la actuación brilla por su ausencia. Y, como los médicos negligentes, el corporativismo lo inunda todo, eclipsando cualquier opinión que se pueda salir del discurso oficial. Diagnostican tanto que parece que todos sabemos lo que pasa, ha pasado y pasará, menos ellos. El paciente se muere por un goteo constante que lo debilita de forma incesante y llegará el día en que, como nos enteramos de tarde en tarde, se le llamará para hacerle pruebas médicas después de haber fallecido. El colmo.
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