Andalucía, atrapada una vez más

Sin una fuerza autóctona que crea en nuestras instituciones, que las utilice para generar un desarrollo autocentrado y que confronte con los focos de poder político y financiero del estado, nuestro país no será capaz, ni siquiera, de intentar salir de esta situación

Héctor Lagier

Andalucista militante de Adelante Andalucía-Izquierda Andalucista

Una empresa del sector aeroespacial de la provincia de Cádiz y de Andalucía.
Una empresa del sector aeroespacial de la provincia de Cádiz y de Andalucía.

Describen los expertos la trampa del desarrollo como la situación en que una región es incapaz de mantener una dinámica de crecimiento económico sostenido en términos de ingresos, productividad y empleo, manteniendo un desempeño inferior al de sus pares estatales y/o europeos. La prosperidad de sus ciudadanos no mejora en relación con sus desempeños anteriores. En resumen, se produce cuando en una región los costes tienden a ser demasiado altos para competir con los territorios menos desarrollados y sus sistemas de innovación no son lo suficientemente fuertes para competir con los más avanzados. Las regiones afectadas se estancan en su desarrollo al estar, digámoslo así, en territorio de nadie, atrapadas en un lodazal de difícil salida. Esta situación la están padeciendo varias zonas del Estado español y del sur de Europa, entre ellas Andalucía.

Recientemente, la Comisión Europea ha trasladado al Gobierno español un análisis sobre la convergencia social en España. Se trata de un informe que, curiosamente, ha pasado bastante desapercibido. En este se constata que las diferencias entre CCAA están aumentando. Mientras que Madrid está un 17% por encima de la media europea en PIB per cápita, País Vasco un 9% y Navarra un 3%, Andalucía está un 36% por debajo de ese PIB per cápita promedio de la UE; la última del Estado español. Un dato, que desgraciadamente, no causa sorpresa.

Esta situación se pone en relación con varias circunstancias, entre ellas el índice de productividad.  Madrid, País Vasco y Cataluña están por encima de la media en el ranking europeo de productividad. Los elementos que inciden positivamente en este índice son: el alto nivel de la educación superior, la formación continua, la fortaleza del mercado laboral y el grado de innovación.

En cuanto a innovación, el gasto sobre el PIB de la UE es del 2,3%, de España del 1,4%. Solo el País Vasco iguala la media en gasto sobre el PIB de la UE de entre las CCAA. Mientras España dedica de media 402 euros por habitante a I+D, País Vasco dedica 799 y Andalucía solo 220 euros por habitante, cuatro veces menos que nuestros vecinos del norte.

Respecto al mercado laboral, la tasa de desempleo de la UE es del 6,5%, de España del 11.7% y de Andalucía del 17,6%. Doblamos la cifra estatal y triplicamos la europea, algo que es estructural en la economía andaluza y que por sabido no deja de ser un dato demoledor.

Todos estos elementos contribuyen a la fuga del talento, fundamentalmente de jóvenes de entre 25 y 35 años, que se ven obligados a emigrar otras zonas con mejores perspectivas de empleo estable y de calidad. Las economías de aglomeración de territorios como Madrid, Barcelona o País Vasco absorben mano de obra cualificada formada en las universidades andaluzas, con el dinero de las arcas andaluzas, que van a nutrir la innovación de otros territorios y cuyo talento y trabajo no repercute en los territorios donde se formaron.

Estas zonas receptoras son economías de aglomeración con grandes urbes o conurbaciones que acumulan servicios de alto valor añadido, grandes corporaciones y mayores salarios y oportunidades laborales. Son territorios con altas sinergias y acumulación de conocimientos. Euskadi y Navarra cuentan, además, con el mayor gasto público por habitante del estado, fundamentalmente por su status financiero privilegiado. Y esto no es nuevo, el triángulo Madrid, Barcelona, Bilbao lleva decenas de años, con democracia y sin ella, haciendo de embudo para las grandes inversiones públicas y privadas.

El hecho constatable es que desde el 2002 la convergencia de Andalucía con respecto a la media del estado y a la media de Europa se ha frenado, nuestro país ha entrado de lleno en la trampa del desarrollo debido a nuestras carencias en educación, innovación, inversión y clima empresarial, todo ello unido a la nefasta capacidad de las administraciones públicas, tanto del Gobierno estatal como de la Junta de Andalucía para gestionar de manera eficiente centenares de millones de fondos europeos invertidos en nuestro país, más de 102.770 millones euros desde el año 1986. Fondos que no solo no han conseguido la ansiada convergencia, sino que, en este periodo citado, no han servido para frenar el empeoramiento de nuestra ratio del 67,7 al 60,7, según datos de la propia UE. Y siguen llegando más recursos de la UE, 8.281 MM para los años 2021-2027 de los programas de los fondos estructurales y de inversión europeos y 4.212 MM de los fondos Next Generation para reactivación de la economía pospandemia, que mucho me temo, no van a tener el grado de repercusión que deberían tener en nuestra economía vistos los datos anteriores.

Las regiones más punteras en I+D y desarrollo económico siguen creciendo por encima de la media, al igual que las regiones del este de Europa con menores costes laborales y mayor desarrollo tecnológico e industrial que utilizan los fondos europeos para mejorar en innovación e infraestructuras. Mientras, Andalucía se queda estancada con una productividad insuficiente, una alta vulnerabilidad social – índices de pobreza y de exclusión social altísimos y preocupantes -, instituciones y servicios públicos de mediana calidad y una economía basada en la explotación intensiva de recursos materiales y naturales agotables y no renovables, además de una alta dependencia de un turismo depredador de las zonas urbanas y de la costa. Si a esto le unimos una pésima gestión en economía circular y los graves problemas que tenemos y vamos a tener en recursos hídricos y episodios de altas temperaturas por los efectos de la crisis climática, el presente y el futuro de nuestra tierra es desesperanzador.

Hay algunos rayos de luz como son el sector aeroespacial, el incipiente desarrollo de factorías de hidrógeno verde o los parques tecnológicos de Sevilla y Málaga, que generan más de 70.000 puestos de trabajo, la mayoría de calidad, pero su peso es aún muy endeble, no llega al 6% del PIB andaluz.

Esta situación no se arregla con leves retoques, no se soluciona con más turismo, más minas o mayores exportaciones de cultivos intensivos que necesitan alto aporte hídrico. Tampoco con discursos grandilocuentes o grandes planes miopes trufados de electoralismo.  No es cuestión de paños calientes, es necesario un cambio de paradigma económico en nuestra tierra. Solo desde instituciones eficientes y realmente comprometidas con nuestro país conseguiremos mayor inversión en I+D y una mayor y mejor educación y formación continua para nuestra gente que nos permita salir de este eterno bucle.

Daron Acemoglu y James Robinson, prestigiosos profesores en economía del MIT y de la Universidad de Chicago, escriben sobre este tema: “la razón principal de las diferencias de prosperidad entre países y regiones se encuentra en la calidad de las instituciones económicas y sociales construidas desde el poder a lo largo de un dilatado proceso histórico. Corregir, por tanto, situaciones de subdesarrollo, atraso relativo o peores niveles de bienestar requiere necesariamente cambiar las instituciones que los han hecho posibles”.

La llegada de la democracia y la lucha por instituciones propias andaluzas permitió soñar con qué décadas de atraso económico quedarían como algo del pasado. Sin embargo, tras más de cuarenta años de Junta de Andalucía, con amplias competencias y millones de euros regados desde la UE, no se ha conseguido revertir la situación. Se ha mejorado, como es evidente, y no podía ser de otra manera, pero la ansiada convergencia se ha ralentizado y finalmente estancado. Ni unos ni otros han sabido sacar provecho de fuertes instituciones propias y de importantes recursos financieros. Y ello se debe a que ni unos ni otros han utilizado las herramientas a su alcance para revertir la situación, entre otras cosas, por su inutilidad, consciente o inconsciente y su falta de creencia en el propio poder político andaluz.

Sin una fuerza autóctona que crea en nuestras instituciones, que las utilice para generar un desarrollo autocentrado y que confronte con los focos de poder político y financiero del estado, nuestro país no será capaz, ni siquiera, de intentar salir de esta situación. Es necesario un shock político que provoque una revolución en la estructura económica de Andalucía y consiga revertir una situación que, como ya indicaba Blas Infante, no depende de la naturaleza sino de la historia y del desempeño de las elites andaluzas, tanto de las pasadas como de las presentes. Este verdadero cambio solo puede venir de organizaciones políticas de absoluta obediencia andaluza que antepongan el bien común de los andaluces y andaluzas por encima de cualquier otra consideración y que tengan una visión diferente de los problemas de aquí sin la mirada sesgada de más allá de Despeñaperros. Es necesario, analizar, pensar y actuar en andaluz para no permitir que la inercia siga tan negativa como lleva siendo décadas y que nuestro presente y futuro sea esperanzador e ilusionante y Andalucía sea realmente, citando a Cernuda, ese sueño que algunos llevamos dentro.

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