Hace unos meses presenté en el Ateneo de Jerez la vida y obra de Annie Ernaux, en una de las actividades que se organizan desde la sección de literatura. No recuerdo cómo llegué a ella. Ya se sabe, Internet es un pozo de sorpresas y una de ellas seguro que fue encontrarme con la obra de esta escritora francesa, desconocida para mí hasta ese momento.
No sospechaba yo entonces que había tenido tan buen ojo a la hora de decidirme a leer gran parte de su obra. La verdad es que en mi biblioteca tenía la única novela que se publicó en los años 80 del siglo pasado en España, pero no lo recordaba. Volví sobre ella y a partir de ahí busqué el resto de sus libros. Quedé absolutamente impactada por la forma de narrar y su valentía a la hora de abordar temas dolorosos y hasta escabrosos. Mi alegría ha sido mayúscula cuando escuché la noticia de que ha obtenido uno de los mayores premios literarios mundiales: El Nobel.
Todos conocemos la expresión “No me cuentes tu vida”, aunque solemos emplearla para escaparnos de alguien que nos quiere aburrir con un relato sin interés y cuatro anécdotas desprovistas de atractivo. Annie Ernaux lleva más de 40 años contándonos su vida en una obra literaria que es cualquier cosa menos aburrida. Mucho antes de que se pusiera de moda lo que ha venido en llamarse “Literatura del yo”, esta escritora ya había publicado alguno de esos libros a través de los cuales ahonda en su memoria para acercarnos a la vida de la gente sencilla en un pueblo del noroeste de Francia.
El reconocimiento a ese trabajo de recuperación de la memoria le ha llegado con la concesión del Premio Nobel de literatura. En las imágenes que pudimos ver ayer en la televisión se la veía feliz. Y no es para menos. La autora octogenaria, tiene en su haber una veintena de libros en los que nos ha relatado las condiciones de vida en las que nació y creció: una familia muy humilde que pasó del trabajo del campo a la fábrica y finalmente regentaron una pequeña tienda de comestibles en un pueblecito de Normandía.
Annie Ernaux se defiende de los que consideran que su obra es un desnudo integral narcisista y afirma que el uso del YO en su obra es impersonal; el modo que tiene de contar una época, una forma de vida, la que ella conoce a fondo, pero en la que pueden verse reflejadas muchísimas personas de su generación a las que nunca se las ha tenido en cuenta en la literatura. Y es que cada libro de los suyos es una mezcla entre narración biográfica personal y pormenores sobre las costumbres y las condiciones de vida de las clases más pobres, que han sido silenciadas e invisibles en la literatura burguesa.
Dos temáticas atraviesan toda su obra: Su clase social de origen, y su conciencia de ser mujer. A los veintisiete años, tras la muerte de su padre reflexionó sobre el estilo que debía elegir para escribir sobre él. “Y pensé mucho entonces en mi situación como escritora, ya instalada en el mundo cultural dominante y, al mismo tiempo, escribiendo sobre mi padre, quien toda su vida ocupó espacios desde el lugar de un dominado. En fin, esto me hizo reflexionar sobre mi situación como escritora “tránsfuga”, una palabra raramente utilizada todavía”.
Este concepto de “escritora tránsfuga“ le sirve para describir su desclasamiento, una sensación que la acompañó siempre y que aún forma parte de su modo de estar en el mundo. No hay ninguna poesía en la necesidad, ha dicho la escritora, de ahí que en sus páginas encontremos una mirada escrutadora, capaz de diseccionar los hechos y transmitirlos de un modo objetivo, sin pasión. Para ello utiliza un lenguaje que es sencillo y directo, pero a la vez punzante, a veces impúdico y crudo. Ernaux lo ha dicho muchas veces: “la escritura debe funcionar como un cuchillo”.
“El lugar” fue el libro que marcó un antes y un después en su literatura. Ese “lugar” del que habla es central en toda su obra, porque siempre vuelve a él para poder explicarse a sí misma el porqué de sus sentimientos y de su vergüenza. Vergüenza sí, porque fueron muchas las ocasiones en las que experimentó ese sentimiento en relación a sus padres, a la casa donde vivía, a su procedencia, en definitiva.
El éxito de este libro fue fundamental en su trayectoria como escritora. En sus páginas Annie rememora su propia infancia, esa ingenuidad y despreocupación de los primeros años, que tuvo que sustituir más adelante por un esnobismo no siempre fácil de mantener. El nuevo ambiente de una joven universitaria implicaba nuevas experiencias, gustos distintos, diferente mentalidad, sentimiento de extrañeza, un lenguaje más cultivado y complejo, amistades y amores de más alta extracción social, mayor seguridad en sí misma y un larguísimo etcétera. Pero esta transformación supone tanto para ella como para sus padres un conflicto interno. Sienten a un tiempo orgullo e incomodidad, sentimientos que abren una fisura entre ellos, que ya fue insalvable.
Por su forma de escribir no alcanzó muchos partidarios en los primeros años. Especialmente la élite literaria francesa la miró con cierta condescendencia. Parecían decir: “Esta mujer está fuera de lugar” Y es que, ¿cuántas se han atrevido a relatar la primera experiencia sexual con todo lujo de detalles?, ¿Quién ha hablado de forma tan sincera sobre el matrimonio y la maternidad como una trampa que consigue congelar a ciertas mujeres? En “La mujer helada” ella lo hace. Nos muestra sus días como esposa y madre, sin horizontes, sin poder llevar a cabo el proyecto de vida por el que tanto se esforzó en la escuela y en la universidad. Por otro lado, sacar a la luz las miserias de las clases humildes en esa Francia que se ve a sí misma como el centro de la Europa más culta y refinada, debió influir también en la falta de interés de ciertos círculos por los libros de esta escritora, que no fueron traducidos a otros idiomas hasta fechas recientes. “El Lugar”, por ejemplo, no se publicó en España hasta el 2002. La primera edición en francés es de 1983.
Para ayudar a su memoria de mujer ya madura, se valió de unos diarios que habían quedado casi olvidados entre sus libros de estudiante. En sus páginas amarillentas se reencontró con aquella adolescente casi olvidada y con algunas de las experiencias más traumáticas de su vida. Annie afirma que necesitó escribir para reconocerse en aquella joven inocente y curiosa, con la que tenía mucho en común, a pesar del tiempo transcurrido.
Por suerte, a sus 82 años todavía mantiene una actitud de joven rebelde frente a las injusticias de esta sociedad capitalista a la que denuncia en muchas de sus intervenciones en los medios de comunicación. Sigue escribiendo y participa en los movimientos y luchas sociales. Annie Ernaux no claudica, ni olvida de donde viene.