Vivimos una crisis sin precedentes. Una emergencia sanitaria ha provocado la caída de la actividad económica más grande del último siglo si se quitan los periodos de guerras. Sea lo que sea que ocurra en los próximos meses, nada será igual cuando se dé por finalizada la pandemia. El mundo habrá cambiado y las consecuencias de lo que ahora estamos viviendo se harán sentir durante décadas.
Todos los gobiernos del mundo están tomando medidas excepcionales para hacerle frente a la pandemia e inyectan —los que pueden— cantidades ingentes de dinero para tratar de evitar sus efectos tremendos sobre la economía y la sociedad; a costa, eso sí, de un incremento brutal de la deuda que igualmente nos lastrará durante años y años. Millones de personas perderán sus empleos y cierran, o quizá desaparecen para siempre, cientos de miles de empresas en todo el planeta. En la Unión Europea, un espacio a pesar de todo afortunado, está previsto realizar inversiones multimillonarias que no sólo puedan compensar el daño sufrido sino ayudar a transformar el sistema productivo. Porque, para colmo, la pandemia se ha producido en medio de una ralentización casi generalizada de las economías y a las puertas de otra revolución tecnológica que requiere cambios muy profundos si no se quiere quedar al margen del progreso.
La situación es muy grave en todo el mundo, pero mucho peor en las periferias, como lo es Andalucía respecto al resto de España o de la Unión Europea. Y por eso los andaluces vamos a sufrir en mucha mayor medida que otros pueblos las consecuencias de la pandemia si no acertamos a la hora de hacer frente a los retos que esta crisis nos pone por delante.
Si la pandemia está sirviendo para algo es para poner de relieve el desastre tan grande que ha supuesto debilitar los servicios públicos en aras de promover los negocios privados en los sectores de la salud o los cuidados, tal y como ha ocurrido en las últimas décadas. Y también que renunciar a la previsión y a la prevención, a la investigación básica y al desarrollo de los bienes comunes y a los recursos materiales y humanos de proximidad, o la explotación insostenible de la naturaleza son vías seguras para verse desbordado cuando se producen emergencias que es previsible que antes o después ocurran, como esta pandemia que ni es la primera ni será la última.
"Los andaluces vamos a sufrir en mucha mayor medida que otros pueblos las consecuencias de la pandemia si no acertamos a la hora de hacer frente a los retos que esta crisis nos pone por delante"
He defendido reiteradamente a lo largo de los últimos meses que cuando se desata una desgracia colectiva, un desastre como la Covid-19, hay que apoyar al gobierno de turno, a poco que éste no cometa tropelías que a la Justicia correspondería detener. Pero ese apoyo que he reclamado y que reclamo no puede ser equivalente a que la ciudadanía silencie sus preferencias e intereses. Al revés, sólo si los expresa democrática y nítidamente pueden los gobiernos seguir siendo fieles al mandato popular, como tienen el deber de serlo incluso en momentos de emergencia como los que vivimos. Por ello he reclamado del gobierno central el mayor diálogo posible, no sólo con todas las fuerzas políticas sino con la sociedad civil, en estos meses de pandemia. Y lo he criticado cuando he creído que no cumplía, a mi juicio, con esa obligación.
En Andalucía puedo decir exactamente lo mismo. Es necesario dejar con lealtad y apoyo que el actual gobierno de la Junta de Andalucía afronte como mejor lo considere la pandemia, pero eso tampoco puede ser equivalente al silencio ciudadano, o de las fuerzas políticas de oposición que nos representan. Y ahí los andaluces tenemos un grave problema.
Hay que decir claramente que los intereses de los grandes propietarios y compañías que se están moviendo de nuevo como buitres para hacerse con los fondos europeos que lleguen a Andalucía no representan los intereses de toda nuestra tierra
El gobierno del Partido Popular y Ciudadanos apoyado por la extrema derecha ya había dado muestras del tipo de preferencias ideológicas que lo mueven, de los intereses que defiende y del modo de gobernar que practica. Las medidas acordadas en salud o educación, antes o durante la pandemia, prueban que tiene más voluntad de apoyar a grupos privados poderosos que de defender los servicios públicos. Y las medidas “liberalizadoras” aprobadas hasta ahora no son, como se dice, las que permiten que haya más eficiencia en los mercados y mejor impulso para la vida empresarial y económica en general, sino las que traen consigo todo lo contrario, menos competencia, más fuga hacia fuera de Andalucía del valor añadido que aquí se genera, ausencia de desarrollo endógeno, más dependencia económica y desvertebración, empresas más débiles y endeudadas o destrozo del medio ambiente en beneficio exclusivo de los grandes grupos económicos que viven de las rentas que consiguen de su cercanía al sector público y de su influencia sobre la clase política, sea del signo que sea.
Cuando el tripartido que gobierna Andalucía tomó las medidas privatizadoras, mal llamadas de mejora y simplificación de la regulación para el fomento de la actividad productiva de Andalucía, apenas si hubo respuesta desde la sociedad andaluza. Y ahora que hay que diseñar la inversión de miles de millones de euros volvemos a correr el mismo riesgo de siempre. Se corre el peligro de permitir que los grandes rentistas, los que viven de las regalías y del favoritismo, de influir sobre quienes escriben en el boletín oficial de la Junta de Andalucía, quienes sólo obtienen beneficios haciendo cautivos a los mercados y a base de ayudas de la administración, los que han impedido que Andalucía se convierta en una economía equilibrada que pueda aprovechar sus inmensos recursos en beneficio del capital y del trabajo andaluz, vuelvan a ser quienes decidan dónde van los incentivos y el dinero público.
Hay que decir claramente que los intereses de los grandes propietarios y compañías que se están moviendo de nuevo como buitres para hacerse con los fondos europeos que lleguen a Andalucía no representan los intereses de toda nuestra tierra y que, si permitimos que esos grupos impongan una vez más su modelo de crecimiento, nuestra economía y nuestra sociedad lo van a pagar muy caro en las próximas décadas, no sólo nuestros hijos sino nuestros nietos y biznietos porque no habrá una oportunidad en muchísimo tiempo como la que se presenta ahora.
Hay que impedir que sean los mismos de siempre los que vuelvan a decidir en Andalucía pensando en ellos mismos o en intereses foráneos y no en nuestra tierra y en nuestro pueblo.
Hay que reclamar del gobierno andaluz que escuche a la sociedad andaluza en su conjunto, que tenga en cuenta no sólo los intereses de los poderosos de siempre, de los que saben moverse a la perfección entre los despachos y las bambalinas de la alta administración pública, y que dé voz a las pequeñas y medianas empresas, a los profesionales, a los autónomos, al mundo cooperativo, a las universidades, a los científicos y académicos que crean ideas, a la juventud, a las fundaciones y a la sociedad civil… a tantas andaluzas y andaluces que vienen haciendo propuestas alternativas y creando riqueza y actividad económica día a día.
Pero eso no tiene ningún sentido si la propia sociedad andaluza no pide la voz, si no reclama ser escuchada. Y, desgraciadamente, eso es lo que viene sucediendo.
Los partidos progresistas están prácticamente enmudecidos. El PSOE carece de liderazgo y de proyecto, no sabe qué decir y apenas dice nada sobre lo que está sucediendo, ni ofrece alternativas que permitan que la sociedad se pronuncie, ni impulsa su movilización. Y Adelante Andalucía casi mejor que calle, sumida como está en batallas de cuya verdadera naturaleza más vale que no se sepa.
En cualquier caso, los partidos políticos pueden representar a la ciudadanía, defender sus intereses, pero no pueden sustituirla ni hacer suya la inteligencia colectiva de los pueblos y de las gentes corrientes.
Andalucía necesita que sea esa gente corriente que hace que día a día funcione lo mejor que tenemos quien exponga su ideal andaluz y materialice sus experiencias en propuestas de acción para el futuro inmediato. Tienen que levantar su voz los empresarios que viven de su esfuerzo, de su emprendimiento y de su inteligencia y buen hacer y no de la influencia política, del favoritismo o la corrupción; los profesionales públicos o privados que mantienen las oficinas y hacen bien sus tareas día a día; los administrativos, los empleados de cualquier categoría que saben hacer lo que les corresponde y que desarrollan sus respectivas tarea a la perfección, todas y cada de las mujeres y hombres que crean riqueza con acierto, o las personas ya jubiladas pero que tienen acumulada experiencia y sabiduría y eso, por supuesto, sin distinción de ideologías, creencias o preferencias políticas.
Si en Andalucía no se pone en marcha una movilización de nuestro saber y nuestra inteligencia colectiva, si no se ponen cientos de nuevas ideas y proyectos (¡que los hay!) sobre la mesa, si se permite que sólo sean escuchados los mismos de siempre, Andalucía seguirá sufriendo los mismos males que nos han mantenido a la cola de las naciones más avanzadas a pesar de tener tanta o más riqueza material y humana que muchas de ellas.
Andalucía no ha sido nunca una tierra de parásitos, aunque sí ha sido parasitada por capitales y grupos oligárquicos que sólo han querido a aprovecharse de nuestros recursos para llevarse fuera sus rendimientos o para malgastarlos. Pero no podemos culpar de ello a quienes, actuaron con más sagacidad, habilidad o rapidez o, ni siquiera, a quienes algunas veces lo hicieron por la fuerza. También fueron o seremos responsables los andaluces que guardemos silencio, por complicidad, cobardía, comodidad o, simplemente, porque confiamos en que nos bastará con el derrame del botín, con las ayudas o la inercia de los más ricos que nosotros.
Nunca eso fue suficiente pero hoy día lo es menos. En una situación de emergencia como la actual hace falta que las andaluzas y andaluces seamos creativos, que reclamemos protagonismo y que nosotros mismos inventemos y anticipemos el futuro que queremos para nosotros y para las generaciones que nos sucedan. Andalucía no se merece la atonía y la inercia que nos asolan. Es imprescindible que levanten su voz y se organicen sin distinción las andaluzas y andaluzas que tienen ideas sobre cómo construir otra Andalucía diferente, capaz de crear riqueza e ingreso sin esperar pasivamente a que vengan de fuera y de aprovechar para sí misma el valor que aquí se genera, de transformar de una vez la economía, combatir la injusta desigualdad de oportunidades, salvaguardar nuestro medio ambiente e impedir que las generaciones venideras vuelvan a ser más pobres que las de sus mayores.
Andalucía no se merece este silencio. ¡Andaluces levantaos!