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La escritora y profesora gaditana Carmen Guaita se convierte en la segunda entrevistada de Autores del Sur. Su primera novela, Jilgueros en la cabeza, ha supuesto un debut de lo más esperado para esta autora que además de haber escrito algunos ensayos docentes es la biógrafa del bailarín y coreógrafo Víctor Ullate. Además colabora en diversos medios de comunicación y ofrece conferencias y ponencias relacionadas con el sector educativo.

En Jilgueros en la cabeza, su primera novela, sorprende por su estilo cautivador y envolvente. La prosa, llena de simbolismo y musicalidad transporta al lector al pasado, a tiempo de sal y de juegos. Ha concedido esta entrevista a La Biblioteca de Selene donde no solo ha hablado de su novela sin o también de otros proyectos en los que está trabajando y de muchas otras cosas.

¿Cómo escribes, qué rutina sigues, dónde acudes para documentarte?

Escribo con mucha necesidad de hacerlo, desde siempre ha sido un momento especial para mí, en el que estoy sola, buceando en mi interior. Intento hacerlo todos los días pero, como tengo mi trabajo de profesora y otras muchas ocupaciones, tengo que hacer coincidir el tiempo con la inspiración y eso no siempre es fácil. Me gusta escribir muy temprano por la mañana, cuando la casa y la ciudad están en silencio. Ya he tomado ese ritmo y soy una madrugadora convencida.

¿Cuánto tiempo tardaste en escribir Jilgueros en la Cabeza, en qué te inspiraste?

Tardé casi dos años. Jilgueros surgió de un impulso, después de la publicación del libro La vida y la danza, memorias de Víctor Ullate. Escribir la biografía de un gran artista fue para mí un punto de inflexión. Comprendí que una novela era la biografía de un personaje de ficción y me lancé. Me gustó la idea de introducir un humilde homenaje a Rayuela- era el año del centenario de Cortázar- y mi reto fue que se pudiera leer de dos maneras distintas. Me inspiré en muchos recuerdos de infancia, en mi familia extensa, en historias que me contaron, y en vivencias de personas que he tenido muy cerca. Y de todo ese cóctel, nació una mujer, Eulalia, que me eligió para escribir su biografía.

¿Qué te gusta hacer para inspirarte, cuáles son tus infalibles?

Cuando escribo, procuro evitar las novelas para no correr el riesgo de copiar o, si son grandes autores, de desanimarme. Lo que hago es leer mucha filosofía y poesía. Y escucho mucha música. Por el camino de Jilgueros en la cabeza, me acompañaron Kierkegaard, Cernuda y la Siciliana de Juan Sebastian Bach. En esta novela nueva que acabo de terminar -Reptilario- mi musa ha sido la filósofa Hannah Arendt, y me han acompañado La paternidad de Darth Vader, del poeta Manuel Francisco Reina, y el ballet Spartacus de Khatchaturian, con el bailarín Vladimir Vasiliev, cuya figura y las entrevistas que hizo han sido fundamentales para mí en esta nueva ruta.

¿Cuándo decidiste saltar a la novela, por qué Jilgueros en la cabeza y no otra cosa?

Sinceramente, no lo sé. Me prometí a mi misma de joven que, si alguna vez escribía una novela, estarían en ella, transfigurados, los personajes de mi infancia, que eran cuentistas geniales y me llenaron los días de historias verdaderas, de la guerra, la posguerra y el pasado de San Fernando de Cádiz. Pero Eulalia fue un descubrimiento. He creído que todo lo ponía ella hasta que, ya publicada la novela, he comprendido que, aunque no cuento nada de mi propia vida adulta, Eulalia Requena soy yo de principio a fin. Y el protagonista de Reptilario, que es un empresario vasco, soy yo también. Me imagino que pasará en todos los libros y que es la única manera de que los personajes resulten creíbles.

Jilgueros en la cabeza es tu primera novela, pero ¿tienes otros proyectos, alguno al qué le tengas especial cariño?

Todos los proyectos han sido especiales y de todos guardo recuerdos maravillosos. El libro Contigo aprendí, por ejemplo, en el que entrevisté a muchas personalidades hablando de valores, fue un aprendizaje maravilloso. A Memorias de la Pizarra, que guarda los recuerdos de un grupo de ancianos maestros, le debo la decisión de volver a las aulas. Jilgueros es mi primera novela y eso no se compara con nada, pero el libro más importante de mi vida ha sido La vida y la danza, no solo por convertirme en la biógrafa de un maestro universal y un artista tan inmenso como Víctor Ullate sino porque, literalmente, me cambió la vida. Sin embargo, mi libro más personal, en el que estoy abierta en canal, se llama Cartas para encender linternas y no lo ha leído casi nadie. A ver ahora qué pasa con Reptilario. Una segunda novela supone mucho más que un sueño.

¿Consideras que tu experiencia en el mundo de la docencia ha marcado, al menos en parte, el personaje de Eulalia Requena, protagonista de la novela?

Espero que a Eulalia no la haya marcado porque, aunque la educación es la pasión de mi vida, quería salir de mi registro de maestra. Pero, inevitablemente, a otros personajes sí. Hay una maestra en la novela y muchos educadores, padres y abuelos de la niña Eulalia, que tienen un papel fundamental.

¿A qué autores admiras, cuáles son tus escritores favoritos? Dinos alguna novela que fuera para ti una auténtica revelación y decidieras que tú también querías dedicarte a esto.

Admiro a los gigantes: a Cervantes, a Shakespeare, a Clarín, a Galdós, a Cortázar, a García Márquez, a Thomas Mann. Admiro y amo a los poetas, a todos, desde Catulo a Martín Centeno. Confieso que con Cien años de soledad pensé: “¡Pero si esta es mi familia!” Y me prometí que algún día escribiría yo un retrato de mis tías abuelas. Pero antes había leído, de muy niña, las novelas que había en mi casa, y recuerdo especialmente Viento del Este, Viento del Oeste, de Pearl. S. Buck, y El filo de la navaja, de Somerset Maugham. También La montaña mágica, que fue una revelación. Y las Novelas Ejemplares, de Cervantes. Recuerdo cuánto me impresionaron El desierto del amor, de François Mauriac, la biografía de Fleming, de André Maurois y, ya más mayor, Rayuela y todo Cortázar.

Tengo libros-compañeros, y los leo todos los años: Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; La Regenta; Hamlet; Los idus de marzo, de Thorton Wilder; La tía Tula, de Unamuno y, por supuesto, La condición humana, de Hannah Arendt. Nunca me canso de ellos y siempre me dicen cosas nuevas.

¿Cuál consideras qué ha sido el mejor libro de 2015?

No soy una buena lectora de novedades porque soy una relectora obsesiva, pero creo que el mejor libro del año 2015 fue, sin duda, Nueva York después de muerto, del poeta Antonio Hernández. Fue ganador del Premio Nacional de Poesía con este maravilloso homenaje a Rosales y Lorca. Y aprovecho para dar las gracias de todo corazón a quien escribió hace poco en Twitter que Jilgueros en la cabeza era uno de los mejores libros que había leído en el año. Para mí es algo emocionantísimo.

¿Nos recomiendas un clásico?

¡Esta es la pregunta más difícil! A mí me parece que en Hamlet está dicho todo lo que se puede decir del ser humano. Si se prefieren clásicos más modernos, recomendaría Opiniones de un payaso, del premio Nobel alemán Heinrich Boll, Las palabras, de Jean Paul Sartre, y El proceso, de Kafka. En poesía, habría que leer a Góngora, al menos lo más sencillo, sin prejuicios y sin miedo; y habría que desayunar todas las mañanas con Antonio Machado. Y conocer a Ortega, Las Meditaciones del Quijote; y a tantos... Bueno, voy con uno maravilloso y sencillo que me encanta y me ha inspirado mucho: Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig.

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