En los bufés se devora.
Lo he visto con mis propios ojos, y supongo que quienes me leen también, o tal vez, por qué no, sea uno de los miles de españoles que salen en el estudio de la web Hoteles.com.
¿Se imaginan ese bufé lleno de todo lo que deseen comer? Todo apetecible, expuesto para ser saboreado y… gratis. Bueno, se oye decir, gratis no, que ya lo hemos pagado porque entra en el precio del hotel. O en el crucero, que es como un hotel, pero a lo bestia.
Una nave de 17 pisos con piscinas, jacuzzi, casino, teatros, musicales, restaurantes, cafeterías, tiendas…Es elegante, luminoso, alegre, divertido. Una gozada su camarote con terraza por esos mares que vas cruzando. La estela del barco que tardas dos horas en recorrer de proa a popa la vas dejando atrás mientras llegas a Sicilia entrando por el puerto de Messina
Y el bufé, todo el día abierto, de lujo. Es ahí donde descubres a la gente. En la abundancia.
Ahí van ellos y ellas, se cruzan contigo, se chocan, no te miran, no te piden disculpas. Van con sus platos mirando los puestos tan delicadamente expuestos con los dulces ordenados tan ricamente que no sabes cuál elegir. Las diferentes clases de panes… y llegan a los huevos revueltos, el bacon, y les entran los nervios. Lo mezclan con los gofres de chocolate y yo qué sé más porque veo una montaña de cosas en los dos platos que portan.
Vamos, que se me quitan las ganas de comer. Me dirijo al camarero filipino que me mira con una cálida sonrisa y le pido un café con leche largo de café y muy caliente. Cojo unas tostadas de pan integral, el aguacate y unas galletas de avena, y con mi pareja nos vamos a disfrutar en una mesa cerca de las vistas azules con olas que te despierta y te aleja del bullicio que va cogiendo el desayuno.
A mediodía ya era para estudio. Como el bufé, cualquiera que haya hecho un crucero lo sabe, está abierto todo el día y los productos son de primera, están ahí para cogerlo y saborear lo que comes. Pero de ahí a devorar como si no hubiera un mañana es…¡cómo decirlo! hasta grosero y avaricioso porque se deja mucho en la mesa. Los desperdicios duelen cuando los camareros, siempre asiáticos y súper amables, lo recogen sin inmutarse porque ya están acostumbrados a esa forma de comportamiento humano.
Y por qué hablo de esto. Porque como señalo al comienzo del texto, un estudio de la referida web describe, en este sentido, las costumbres de los españoles.
Un 70% elige el hotel en base al bufé, repite plato todas las veces que sea posible, prueba absolutamente de todo lo que se expone. De todos los desayunos que se preparan los preferidos son los continentales con embutidos y pasteles. Pero también eligen lo que en su casa no suelen tomar, los huevos duros o revueltos con bacon.
Como curiosidades, la encuesta apunta que los españoles madrugan para llegar temprano al bufé sin que les molesten, para elegir a su antojo.
Que mandan a algún familiar para que les traigan algo más, ya que les da apuro ser vistos de nuevo rondando los puestos.
Que suelen llevarse comida fuera del bufé, sobre todo fruta y bollería para picar más tarde.
El estudio no muestra que los clientes, en el desayuno, van a saco los primeros días, y a partir del tercer día se moderan. Según Pere Navallés, director del Máster de Neuromarketing, un bufé libre es “una llamada a nuestro cerebro más primigenio”.