"La mayoría de padres se muestran afectados cuando los niños estallan y montan un berrinche. Estos se producen cuando el niño se siente frustrado consigo mismo, por no haber podido conseguir lo que pretendía".
Ayer fui un ratito con la familia a la Caleta. En ese marco incomparable, del que disfruto mucho menos de lo que yo quisiera aun teniéndolo tan a mano, algo me estaba produciendo una tensión rara, que al principio no supe explicarme, hasta que me di cuenta de lo que se trataba: un niño de unos 2 años, a unos cien metros de mí, había pillado un berrinche descomunal, y llevaba un buen rato magullando mi inconsciencia a través de mis oídos.
En un acto reflejo profesional, repasaba mentalmente las recomendaciones que hacemos en consulta a los padres sufrientes que nos piden apoyo para estos casos; pero como casualmente tenía a mano mis notas técnicas, me puse a leerlas, por puro gusto. Dichas notas dicen así:
«La mayoría de padres se muestran afectados cuando los niños estallan y montan un berrinche. Estos se producen cuando el niño se siente frustrado consigo mismo, por no haber podido conseguir lo que pretendía, cargando contra el padre o contra todo como vía de descarga de esa frustración con la que no sabe lidiar. Su escasa experiencia de frustraciones le hace estar poco preparado para afrontar las mismas, más aún si se trata de niños frecuentemente consentidos o mimados por sus padres. En los berrinches el niño puede gritar y llorar desconsoladamente, sin atender a razones, emitiendo improperios y expresiones nada habituales en él, como si fuera víctima de un daño irreparable, en una llamada de atención en la que trata de ponerse en el centro de todas las atenciones, y no hay manera de calmarlo. La situación puede ser angustiante, especialmente cuando se presenta en sitios públicos, y los padres no saben qué hacer.
Ante estas situaciones, que resultan totalmente normales en ciertas etapas de la niñez, la conducta de los padres, a veces errática, puede agravar la situación, reforzando la aparición de estos berrinches, o que cada vez sean más intensos. En ocasiones, desembocan en problemas secundarios aún peores. Por ello, se sugiere seguir estas recomendaciones:
No se enfade con el niño. Recuerde que usted es el padre, y si entra también en berrinche no ayudará al niño en nada, solo lo mantendrá desorientado. Evite especialmente las afirmaciones negativas categóricas, del tipo “desde luego, es que eres un…”, “este niño es un…”, “¿es que siempre…?”, “nunca llegarás a…”. No es justo ni conveniente etiquetar al niño por conductas que se producen durante un berrinche. Él es mucho más que eso.
No se desespere y recuerde en todo momento que es solo un niño con un berrinche; son actos propios de su condición, y no debería tenerlos en cuenta más allá del disgusto del momento.
No es apropiado castigar al niño por un berrinche; no entenderá por qué le hacen eso, y probablemente se vuelva desconfiado hacia usted.
No intente razonar con el niño mientras el berrinche está en su apogeo; solo logrará respuestas inapropiadas (insultos, desconsideraciones, negaciones, etc.) y alargar aún más la duración del berrinche, o aumentar la intensidad del mismo.
De entre las acciones menos recomendables destacamos dos: la de ceder ante el berrinche, o sea, permitir al niño acceder a lo que tanto quería gracias al berrinche, para que se calle de una vez; y segundo, enaltecer al niño o festejarlo por otras razones con tal de conformarlo y/o que se le pase. Probablemente el berrinche desaparecerá o se aplacará, pero quedará reforzado positivamente, porque se han obtenido recompensas positivas a partir de él. Si otorga utilidad al berrinche, multiplicará su frecuencia y cada vez por asuntos más insignificantes.
La respuesta más apropiada es ignorar la rabieta, mientras dure. Pero no abandonando al niño y dejándolo a su suerte; acompáñelo en silencio sin reforzar su estado, pensando para dentro “no apruebo esto que haces, pero a ti no te rechazo, puesto que espero y confío en lo bien que haces las cosas normalmente”. Evite en la medida de lo posible que se haga daño a sí mismo o a otros, en el caso de berrinches violentos. No es apropiado castigar al niño por un berrinche; no entenderá por qué le hacen eso, y probablemente se vuelva desconfiado hacia usted.
De igual manera, no se burle del niño; puede provocar un daño emocional, y probablemente observe que se aleja de usted, o que le guarda resentimiento, e incluso aprovechará alguna ocasión para devolvérsela.
No intente cambiar su actitud mediante la provocación por comparativa con otros niños, a los que ponga de ejemplo o destaque lo bien que lo hacen; solo conseguirá generar un resentimiento profundo hacia los demás y la creencia de que usted no lo valora o no sabe valorarlo.
Al terminar el berrinche, cuando ya está calmándose, no aproveche para recriminarle su actitud; más bien, si tiene oportunidad, diríjase a él en términos parecidos a estos: “Sé que es difícil para ti, no has obtenido lo que tanto deseabas, pero yo sé que eres capaz de hacerlo mejor; aquí estaré esperándote, muy atento y cuando te vea mejorar, me alegraré muchísimo contigo”.
Una vez cerrado el episodio, sugiérale una actividad estimulante para que retome su funcionamiento normal; los niños tienen tendencia a olvidar pronto la causa que originó el berrinche y a enfrascarse de nuevo en sus actividades propias, con renovada ilusión, como si nada hubiera ocurrido.»
Y en aquel marco incomparable caletero, mientras el niño por fin iba apagando sus jipíos y empezaba a jugar en la arena, recordé otro tipo de berrinches, los carnavaleros, a los que asistimos anualmente coincidiendo con los distintos fallos del jurado del Concurso. Y me di cuenta de que mis notas eran perfectamente válidas también. Por eso te invito, querido y carnavalesco lector, a que vuelvas a leer mis notas anteriores, pero cambiando la palabra “niño” por la palabra “autor”, y la palabra “padre” por la palabra “aficionado”… ¿Qué te parece?